–Porque así podremos mantener a B.J. al margen, al menos de momento. Y, por extensión, también a los Farmer.
–Entiendo lo de tus exsuegros, pero ¿qué problema hay con B.J.? ¿No quieres que sepa que estamos juntos?
–Aún no. Te lo pido por favor, Em. Tengo que protegerle.
Ella se apartó un poco antes de contestar, molesta:
–Da la impresión de que estás convencido de que las cosas no van a salir bien.
–No es eso, te juro que voy a entregarme al cien por cien a esta relación.
–Sí, pero quieres mantener a tu hijo al margen.
–Ya sabes por qué, no podemos dejar que se haga ilusiones. Cuando estemos seguros de que lo nuestro tiene futuro, le contaremos lo que pasa. Se pondrá loco de alegría, sabes que está loco por ti. Cuando lo nuestro sea lo bastante sólido, buscaré la forma de lidiar con los padres de Jenny. Tengo que hacerles entender que estar contigo no es una ofensa contra ellos.
Aunque Emily sentía en parte que Boone estaba demostrando que no confiaba en la relación que querían construir juntos, era innegable que tenía razón al querer proteger a su hijo; al fin y al cabo, él mismo había visto cómo desfilaban por su vida un sinfín de posibles padres, así que sabía de primera mano lo dañino que podía ser eso para un niño.
–Tienes razón –admitió al fin–. ¿Qué hacemos con mis hermanas y mi abuela?, ¿también se lo ocultamos a ellas?
–Así evitaríamos que intenten entrometerse aún más en nuestros asuntos, pero no creo que lo consigamos; además, Cora Jane se pondría furiosa si se enterara de que estamos juntos a sus espaldas. No me creo capaz de ocultárselo, ¿y tú?
–Estás de broma, ¿no? Se dará cuenta de la verdad en cuanto vea cómo te miro cada vez que te tengo cerca.
Él se echó a reír, y sugirió:
–Podrías decirle que son imaginaciones suyas.
–¿Y negarle la satisfacción de saber que sus esfuerzos como casamentera están surtiendo efecto? Eso sería una crueldad. Yo creo que será mejor no sacar las cosas de quicio; si se dan cuenta de lo que pasa, lo confirmamos sin más.
–Teniendo en cuenta que lo más probable es que tus hermanas estén espiándonos desde la ventana en este momento, me parece una opción sensata.
Alzó un poco la voz para que las aludidas pudieran oírle bien, y sus sospechas se confirmaron cuando oyeron que Gabi decía:
–¡Mierda! ¡Samantha, te he dicho que la ventana hacía ruido al abrirse!
Samantha se echó a reír y, justo antes de cerrar la ventana, les gritó:
–¡Felicidades, parejita!
Emily miró a Boone y comentó con ironía:
–Podrías replantearte lo de que nos vayamos a algún sitio con el coche, está claro que aquí es imposible tener privacidad.
Él la apretó contra su cuerpo antes de contestar:
–No te preocupes. Con lo que tengo en mente, no van a oírnos hablar durante un rato.
–No me digas –le contestó, esperanzada.
Boone le puso un dedo bajo la barbilla, se inclinó hacia delante, y cubrió sus labios con los suyos. En esa ocasión no se reprimió lo más mínimo, y la besó con pasión desenfrenada.
–¡Madre mía! –susurró ella contra su boca–, es tal y como lo recordaba.
–¿Y esto? –le preguntó, antes de meter la mano por debajo de su camiseta.
–Oh, sí… –tenía la respiración acelerada, el corazón le martilleaba en el pecho–. No sé por qué, pero me siento como si tuviera diecisiete años y estuvieran a punto de pillarnos con las manos en la masa.
–Puede que sea porque Jerry acaba de aparcar delante de la casa, y oigo a tu abuela bajándose del coche –se echó a reír al ver que se apresuraba a ponerse bien la camiseta, y le guiñó el ojo–. Seguiremos con esto en cuanto podamos.
Por primera vez desde su regreso a Sand Castle Bay, Emily no estaba deseando volver a marcharse; no era de extrañar, teniendo en cuenta lo que Boone acababa de decir.
Boone llegó a su casa pasada la medianoche, y encontró a Ethan repanchigado en el sofá. Se había quitado la camisa y la prótesis, estaba tapado hasta la cintura con una manta, y estaba viendo un partido de fútbol por la tele.
–Se te ve muy cómodo, ¿cómo está B.J.? –le preguntó, antes de sentarse en el sofá y de agarrar un puñado de palomitas de la bolsa que había encima de la mesa.
–Se durmió hace un par de horas. ¿Qué haces aquí?, ¿las cosas no han salido como querías?
Boone se echó a reír.
–No han salido como querías tú, pero Emily y yo hemos llegado a un acuerdo.
–¿Estáis juntos?
–Estamos esperanzados, pero vamos a tomárnoslo con calma.
–¿Ella va a quedarse a vivir aquí?
–No.
–Entonces ¿cómo os vais a organizar?
–Hay mucha gente que tiene relaciones a distancia.
–Sí, ya lo sé, pero ¿sabes de alguna que haya funcionado a la larga?
–Las cosas no serán así para siempre –le explicó Boone con optimismo–. Emily y yo lograremos que lo nuestro funcione… si el destino lo quiere, claro –se puso en pie y añadió–: Estoy hecho polvo, yo subo a acostarme ya. Si quieres puedes dormir en la habitación de huéspedes.
Ethan indicó con un gesto su prótesis antes de contestar:
–Aquí abajo estoy bien, pero, si no te importa, sí que me quedo a dormir. Después de esa última cerveza que me he tomado, prefiero no salir a la carretera.
–Puedes dormir donde quieras, ¿necesitas algo?
–A menos que se te ocurra la forma de que los Braves remonten el partido… no, nada. Hoy ya han desperdiciado cuatro ventajas.
–Es para echarse a llorar –comentó, en tono de broma, antes de subir al piso de arriba.
Después de pasar por el dormitorio de B.J. para cerciorarse de que estaba dormido, se fue al suyo y se sentó en la cama. Agarró una foto tomada el verano antes de que Jenny muriera en la que salían los tres, y al contemplar a su difunta esposa le pareció ver en su rostro la felicidad de la que le había hablado Cora Jane.
–Te quise de corazón, Jenny, y espero haber sido un buen esposo para ti –susurró. Soltó un suspiro antes de añadir–: Pero espero no estar traicionándote con lo que estoy haciendo ahora.
Se sorprendió cuando, justo en ese momento, sintió que una suave brisa le acariciaba la mejilla. Miró hacia las ventanas y, al ver que estaban cerradas, sus ojos volvieron de nuevo a la foto.
–Gracias –se besó un dedo, y después lo posó sobre los labios de ella.
Se quedó dormido en cuanto se metió entre las sábanas; por primera vez en lo que parecía ser una eternidad, no le atormentaron ni pesadillas ni remordimientos.
El jueves por la mañana, Emily suspiró al oír el mensaje de voz que Sophia le había dejado en el móvil. Ya había hablado con ella dos veces desde la cena benéfica, que había sido todo un éxito, así que no sabía qué más podía querer; en todo caso, era una clienta importante, así que no tuvo más remedio que llamarla.
–¡Buenos días, Sophia! ¿Qué tal?, ¿aún sigues disfrutando del éxito que tuvo tu cena? Conseguiste recaudar una fortuna.