–Claro que sí –le contestó Boone–. Esa sensación de formar parte de una gran familia es lo que hace que el Castle’s by the Sea tenga tanto éxito, es algo que no se puede recrear a base de pintura, telas, y cuadros pintorescos en las paredes.
Emily era reacia a admitir que aquello fuera verdad, porque, de ser así, sus planes de reformar el restaurante serían prácticamente imposibles; por desgracia, era muy difícil negar la evidencia cuando una la tenía delante de las narices.
–Sí, empiezo a darme cuenta de eso –admitió con un suspiro.
–La cuestión es si vas a quedarte el tiempo suficiente para entender de verdad el valor que tiene ese sitio para esta comunidad, lo que tu abuela significa tanto para mí como para todos los demás.
–Tengo un par de trabajos urgentes que tengo que retomar cuanto antes, ya lo sabes. No puedo quedarme mucho tiempo más. El restaurante ya está en marcha otra vez, mi presencia no es necesaria.
Él asintió con rigidez, pero no parecía sorprendido por su respuesta; de hecho, lo más probable era que se la esperara.
–Seguro que Cora Jane entiende lo ocupada que estás.
Ella frunció el ceño al notar cierto matiz de reproche en su voz, y comentó:
–Pero tú no, ¿verdad? Crees que debería quedarme, aunque ella no necesita ni quiere mis consejos.
–Lo que creo es que harás lo que consideres oportuno. Tienes la obligación de responder ante tus clientes, eso es incuestionable.
–Dices las palabras adecuadas, pero tu tono de voz te delata. Estás decepcionado conmigo.
Boone acababa de dejarle muy claro, sin decirlo abiertamente, que pensaba que ella estaba comportándose de forma egoísta una vez más.
Él le sostuvo la mirada durante unos largos segundos en los que el ambiente fue cargándose de una extraña tensión, y al final admitió con voz suave:
–Puede que esté decepcionado a secas, Em.
A Emily se le aceleró el pulso al oír aquella inesperada confesión.
–¿Quieres que me quede?
–Si no lo haces, jamás sabremos lo que habría podido haber entre nosotros.
Se acercó un poco más a ella, le puso un dedo bajo la barbilla para instarla a que la alzara, y entonces bajó la cabeza lentamente y la besó. No fue uno de esos besos ardientes y apasionados que Emily recordaba del pasado, de esos que la habían mantenido despierta y anhelante por las noches. Fue un beso dulce y tentador.
–Piénsatelo –le pidió él, antes de acompañarla a la puerta.
No la invitó a quedarse a cenar, no le pidió que no se marchara del pueblo. Lo único que había usado para incitarla a quedarse era aquel beso… y ella fue la primera sorprendida al darse cuenta de que con eso podía bastar.
Para cuando Ethan llegó, Boone ya tenía la carne en la parrilla y un par de cervezas en la nevera. B.J. corrió a recibirle, y se apresuró a ponerle al día de las novedades.
–Ha venido Emily, pero ha tenido que irse otra vez. Le he enseñado mi cicatriz.
El médico lanzó una mirada llena de curiosidad a Boone por encima de la cabeza del niño, pero se limitó a preguntarle al pequeño:
–¿Se ha impresionado al verla?
–Sí, un montón. Tengo que ducharme, porque me he caído al agua sin querer mientras pescaba.
–¿Sin querer? –le preguntó Ethan, sonriente.
–Sí, te juro que sí. He tropezado.
–Sí, apuesto a que con sus propios pies –apostilló Boone–. Date prisa, campeón. La carne ya casi está lista.
En cuanto el niño se fue, Boone miró ceñudo a Ethan y afirmó con firmeza:
–No quiero hablar del tema.
–¿A qué te refieres?, ¿a que Emily ha venido y tú la has dejado ir?
–Las cosas no han sido así. Ha venido a disculparse, me ha dicho lo que tenía que decirme, y se ha ido. Ya está.
–¿Y qué va a pasar a partir de ahora?
–Que ella se irá del pueblo, la vida volverá a la normalidad, y la paz reinará de nuevo en estas tierras –le contestó Boone con ironía.
–Si de verdad crees eso, es que eres tonto de remate. Que la dejaras escapar una vez puede achacarse a la ignorancia de la juventud, pero dejarla escapar una segunda vez sería una soberana estupidez.
–No sabes cuánto te agradezco tus perspicaces observaciones, ¿quieres que hablemos de por qué dejaste que una mujer que tiene la sensibilidad de un guardia de asalto te convirtiera en un recluso?
–No soy un recluso –protestó su amigo, a la defensiva–; además, no estábamos hablando de mí, eres tú el que tiene el problema. ¿Te digo lo que pienso?
–Lo único que se me ocurre para conseguir que te calles es amordazarte, y eso sería un mal ejemplo para mi hijo –masculló Boone con frustración.
–Sí, es verdad. Mira, yo creo que tendrías que aprovechar que estoy aquí. Ve a por ella, yo me quedo con B.J.
–¿Y qué hago cuando la tenga delante? Ya le he dicho que, si no se queda, jamás sabremos lo que habría podido haber entre nosotros.
Su amigo le miró con un brillo de diversión en los ojos, y comentó sonriente:
–Me imagino con cuánta pasión se lo habrás dicho. Es increíble que no haya caído rendida en tus brazos, ¿qué mujer no estaría dispuesta a abandonar su carrera profesional por estar con un poeta como tú?
–No tiene gracia.
–Solo digo lo que pienso. Estás enamorado de ella, ¿verdad? Siempre lo has estado.
–Eso no quiere decir que podamos tener una relación, ella tiene que quererlo tanto como yo.
–¿Qué pasa?, ¿no puedes ser persuasivo? ¿Es que no puedes besarla hasta dejarla atontada, llevártela a la cama, hablar hasta quedarte sin voz del futuro que podríais tener juntos?
–La he besado, pero se ha ido de todas formas –admitió Boone con irritación.
Ethan se echó a reír a carcajadas; cuando logró recobrar un poco la compostura, comentó:
–Pues está claro que no lo has hecho bien, seguro que no has echado mano de las habilidades que tú y yo sabemos que tienes. ¿Seguía consciente después del beso?, ¿era capaz de mantenerse en pie?
Boone no pudo evitar echarse a reír.
–Me parece que estás exagerando mis habilidades.
–De eso nada, oí lo que se rumoreaba en el instituto. Todas las chicas a las que besabas se desmayaban, ninguna de ellas te olvidó. Apuesto a que unas cuantas de las que están solteras se te habrán acercado desde que murió Jenny, dispuestas a tener algo contigo.
–Sí, y la verdad es que también se me han acercado algunas de las que no están solteras, pero no estoy interesado en tener nada con ninguna de ellas.
–Porque Emily es la dueña de tu corazón.
–Vale, sí, lo admito, pero las cosas no son tan sencillas. No lo eran diez años atrás, y ahora son incluso más complicadas.
–Sois vosotros dos los que las complicáis sin necesidad. Deja a un lado las dudas y las preocupaciones,