La suerte de Omensetter. William H. Gass. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: William H. Gass
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412305975
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se puso en pie.

      Autoridades que he leído… mentes científicas honradas, recuérdenlo, caballeros… aseguran que los machos se gestan cuando hace un tiempo concreto… que son el resultado de posturas concretas… o que depende del testículo que se haya vaciado. Mentes científicas honradas. Para ellos esto supone un verdadero problema. Unos joden por la ciencia solo a media tarde, mientras otros mantienen la fe en el anochecer –aquí Orcutt soltó una risita–, es una cuestión de luz, según tengo entendido, pero no me acuerdo de cuál se gesta con cuál.

      Sopesó su maletín.

      Guarda reposo, ¿eh, Henry? No levantes peso. No te subas a ningún sitio. No uses la pala. Ese tipo de cosas.

      Por debajo de la barba, Orcutt se aflojó el cuello de la camisa.

      O es el tamaño de la polla, lo lejos que lance la simiente.

      El doctor se sacudió con esmero el polvo de los pantalones.

      Puu-uf.

      Así permaneció un momento.

      Todo esto es estiércol, dijo. Estiércol.

      Luego se marchó a zancadas.

      Henry observó la fragua hasta que le ardieron los ojos.

      Más tarde Curtis Chamlay se asomó a preguntar si alguien tenía pensado salir a pescar por la mañana, y Luther Hawkins, admirando la punta de su palo, continuando la conversación en su cabeza, rio entre dientes.

      A los perros les da igual, dijo. Es un hecho.

      George Hatstat dijo: ¿sabéis qué dijo Blenker que Edna Hoxie le dijo a su mujer? Duchas con leche si quieres una niña.

      Y ella lo único que hace es darse duchas con el holandés ese.

      Hawkins sacó tierra de una grieta.

      Ese holandés gordo, ¿cómo se las apaña?

      Tranquilo, dijo Chamlay, riendo. A Tott se le están encendiendo las orejas.

      Por qué tendrían que encendérsele, dijo Hawkins. Escuchas igual que él a ese sacerdote, oye con las orejas cada palabra que hay.

      Ese holandés, dijo Chamlay. Seguro que tiene la polla enroscada.

      La polla de un gorrino, dijo Hawkins.

      Blenker no es holandés, dijo Tott.

      Mierda.

      Hoxie dice que con los niños se hincha más la teta derecha.

      Ah, mierda.

      No, en serio, Curt.

      Hatstat se llevó la mano al pecho.

      Las niñas dan dolores concretos en el costado derecho. Fue lo que dijo Edna.

      Edna no dice más que chorradas.

      Hawkins empezó en la tierra un dibujo del holandés montando.

      Es la carne lo que lo provoca, dijo Chamlay. La ternera. Trae químicos.

      La barra volvió a resplandecer.

      Hawkins tachó el dibujo hasta borrarlo.

      En una feria vi uno en un tarro, dijo. Una cosa pequeña, ya sabéis. Rosa y púrpura, del color que fuera. En conserva… arrugado… pálido de verdad y bocabajo en aquel mejunje… parecía un cerdo… pero muerto… jesús.

      Mat sopesó el martillo con impaciencia.

      Hawkins dibujó un bote de conservas.

      Depende de lo que coma la madre, insistió Chamlay.

      Entonces Hatstat hizo un ruido grosero.

      Venga, Omensetter, ¿tú qué opinas?, ¿va a ser chico?

      Si se repantinga y se atiborra de caramelos, dijo Chamlay, tendrá una niña empalagosa.

      Nah, mierda.

      Tú tienes chicos, George, ¿cierto? Pero ¿y Rosa Knox? Cuando Rosa se queda preñada no come más que bollos de azúcar. Pregúntale a Splendid Turner si no es así.

      Luther Hawkins asintió con la cabeza.

      Es un hecho, dijo. Un hecho científico… Me pregunto con qué le llenó la barriga a Maggie Scalon ese pequeño demonio de Perkins.

      Ese Perkins, dijo Chamlay. Lo conozco. Seguro que no fue con la polla.

      Crees que esa barriga se hincha a base de escupitajos, Curt, dijo George.

      Menuda bruja, dijo Hawkins. Esa va a parir perros.

      El martillo de Mat tañó el metal.

      Más tarde, cuando Mat hizo sisear su hierro en el barril de agua de lluvia, discutieron un buen rato sobre pesca. Había venido Olus Knox y siempre se mostraba elocuente al respecto. Todos, en realidad, pero Omensetter, que cosía en silencio, tenía en la cara un gesto de intensa perplejidad.

      4

      No podía dormir. ¿Notaste lo inquieta que estaba y cómo me revolvía en las sábanas? Tiene que estar cambiando el tiempo. Siempre estoy inquieta cuando cambia.

      Ella se llenó las mejillas de aire.

      Henry ignoró la voz de su esposa; sumergió la mano en el viento. Las hojas oían hablar del frío. Giró la palma de la mano, dejando que el viento le pasara por entre los dedos. Frío como agua de montaña parecía manar de las nubes pálidas. Esto es lo que se siente, pensó, al correr por las manos ahuecadas de Omensetter. El tiempo pasa sereno a través del embudo de sus dedos –clic, clic, clic– como el agua sobre las piedras. Cuando últimamente sentía el viento rara vez tenía otra sensación; aun así había momentos, como en un sueño, en los que podía sumergir la mano en el aire y sentir el cauce en la orilla del ser, y el agua vacilante. En el precipicio había un bañista con los pechos tan grandes como los de Dios, los pezones como bayas, brillantes como la escarcha. Vello dorado como el maíz se reunía en Sus muslos. No a mi imagen. No como yo. Pero en el sueño que lo incapacitaba, estaba a flote en el saliente, suspendido como un pájaro sobre el increíble golfo, mientras cada minuto lo aterraba sobrevolándolo. Con las manos en los oídos podía sentir cómo caían. Por debajo se extendía una planicie vacía en la que el brillante arroyo se secaba. Se convertía entonces en un camino que se estrechaba hasta formar una vía en el horizonte frío. Oía el rugir de un milagro inminente, un pico largo en busca de serpientes.

      Un suave pluf. El aire se alejaba en ráfagas.

      Va a llover, salta a la vista.

      Henry retiró la mano.

      Nos deben el alquiler. Iré andando.

      Andar. Andar. Él también vendrá andando. Os cruzaréis.

      Seguramente, dijo, yendo a por su abrigo.

      ¿Caminar es lo que te ha mandado el médico? Uoo. Nuestra habitación estaba anoche cargada como una tumba. ¿No lo notaste? Sabe el cielo que yo a ese no lo quiero aquí, a esa bestia. Es como un animal. Respira como un animal. Puaj. Huele como un animal. Sabe el cielo que yo a ese no lo quiero aquí.

      Por eso me voy. No vendrá.

      Oh, no, para nada. Vendrá. Se presentará. Quieres encontrarte con él lejos de mi vista, eso es todo. Deberías quedarte aquí a descansar. No es más que una bestia, una bestia. Y enorme como está ella desde hace poco no ha pasado con ella mucho rato, a no ser que le importe poco su dolor.

      Lucy, por favor.

      Ahora que han tenido a ese niño pasará un tiempecito hasta que se atreva a acercarse otra vez a ella, me parece a mí. Imagínate a esa criatura gorda despatarrada encima de ti. Seguro que está lleno de pelo igual que un gato macho.

      Por