—¿Qué quieres decir? Algo sí que hablamos.
—No, me refiero a que no hago nada. Estoy en paro. Soy un «subsidiado».
—¿Cuántos años tienes? —Agnes se levantó y se puso el sujetador por debajo de la camiseta.
—¿Te puedo ver los pechos? Te los vi ayer. No los he olvidado.
—Entonces estaba borracha. ¿Cuántos años tienes? —Se abrochó el cierre y se inclinó sobre Ómar para recoger los pantalones, que estaban en el suelo a sus pies.
—¿Por qué quieres saberlo?
—Porque sí. ¿Cuántos años tienes?
—¿Los pechos?
—Las cosas no funcionan así.
***
Sexto intento de contextualización.
Anders Breivik mató a 77 personas en dos atentados, en Noruega. En el Holocausto murieron 17 millones de personas. Pero, naturalmente, por algún sitio hay que empezar. Roma no se saqueó en una hora.
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—¿Hay que tener una edad determinada para poder verte los pechos? ¿Hay límite de edad? No tienes por qué avergonzarte de tus pechos.
—Y no me avergüenzo. ¿Cuántos años tienes?
—Veintiocho.
—¿Por qué estás en paro?
—Porque no encuentro trabajo.
—¿Ah, sí, de verdad? —Agnes suspiró—. No digas tonterías. ¿Por qué no encuentras trabajo? —Se puso una camisa encima de la camiseta.
—Acabé Islandés a finales de año y acabo de empezar a buscar.
—¿B. A., o máster?
—Máster.
—¿De qué hiciste el trabajo?
—¿No piensas decirme nada sobre ti?
—Sí, enseguida. ¿Sobre qué lo hiciste?
—Sobre las nuevas pasivas.
—¿«Fue disparado» y eso?
—Justo.
—Y eso ¿no es un poco 1998?
—Pues sí. Si tú lo dices.
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Séptimo intento de contextualización:
Stalin mató a más gente que Hitler. En el sentido de que Hitler no mató a tantos, pero quizá también en el sentido de que Stalin (prácticamente) mató a Hitler (y otros más). No recuerdo cuántos fueron, no es tan fácil sabérselo todo de memoria. Podéis buscarlo en algún sitio. ¿Para qué creéis que existe Wikipedia, si no?
***
Agnes fue a la cocina y dejó a Ómar solo en el dormitorio. Él se puso la camisa y miró a su alrededor. En la pared, delante de la cama, había un cuadro torpemente pintado, de una madre con un niño en el regazo. ¿O era una reproducción? Madre e hijo estaban enmarcados por amplias pinceladas rizadas de rojo oscuro. Era como si no tuvieran nariz, solo dos agujeros abiertos en mitad de la cabeza. La madre tenía un gesto de fúnebre seriedad, mientras el niño sonreía como si fuera mongólico. Ómar se puso a pensar si la idea era que el niño pareciera mongólico, o si era tan solo cuestión de estilo. Evidentemente, la obra no pretendía ser una representación exacta de ninguna realidad. Le produjo cierta sensación de repugnancia. Como si fuera algo enfermizo. Una madre como esa no vacilaría a la hora de asfixiar a su hijo mientras dormía. Estaba seguro.
—¿Quieres café? —preguntó Agnes desde la cocina.
—Sí, gracias —respondió Ómar, que se abrochó el chaleco e hizo la cama.
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Octavo intento de contextualización.
En islandés hablamos del helför de los judíos: el viaje de los judíos a hel, el infierno, el reino de los muertos.
«Otras gentes» hablan (en «extranjero») de holocausto o sacrificio total (del griego holókauston). El holocausto es un método bíblico de sacrificio en honor del Señor, en el que la víctima se quema por completo, hasta no dejar nada. Los holocaustos eran los sacrificios más potentes y preciados que se podían hacer al Señor. A los judíos, como es natural, no les gusta demasiado esta expresión y prefieren hablar de shoah o catástrofe. En Lituania se habla de holokaustas o de katastrofa, que originalmente significa contrario a lo que se esperaba, y hasta mucho después no empezó a significar desgracia de grandes proporciones.
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La cama era de matrimonio. No se había dado cuenta hasta ese momento. Directamente, al menos. Ómar también tenía una cama de matrimonio en la que siempre dormía solo. Probablemente a Agnes le pasaba igual. En realidad, cuando compró la cama de matrimonio, Ómar no contaba con que solo serviría para agrandar su soledad. Pero así eran las cosas. Y la mitad de la cama estaba casi siempre vacía, pese a los deseos de Ómar. Una cama doble era una evidente declaración de intenciones. No se podía entender de otro modo una cama de matrimonio medio vacía.
Cuando terminó de arreglar el doble símbolo de soledad, fue a la cocina. Era una estancia estrecha, en forma de U con una ventana a la altura de los hombros que daba al parterre. Agnes vivía en un apartamento de sótano. Armarios a ambos lados, arriba y abajo, y un fregadero al extremo. Estaba lleno de platos sucios. En la mesa de la cocina, delante de los fogones, se veían rodales viejos dejados por tazas de café y un ordenador portátil también viejo, una antigualla conectada a dos pequeños altavoces portátiles rodeados de cables. Agnes abría y cerraba armarios, gesticulaba y rebuscaba.
—Se ha acabado el café.
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Noveno intento de contextualización.
En la expresión «viaje a hel de los judíos», el atributo es de los judíos. Lo mismo sucede en Shoah, Holocausto, Katastrofa, donde se sobreentiende de los judíos. Naturalmente, sería totalmente absurdo hablar de viaje de los nazis a hel —porque ellos no se fueron al infierno durante el Holocausto (eso pasó más tarde)—. El énfasis recae en que el crimen fue contra los judíos, no en que fue realizado por los nazis. Hay que verlo en pasiva, no en activa. El énfasis no se centra en que los nazis asesinaron, sino en que los judíos fueron asesinados.
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Agnes se pasó con fuerza la mano izquierda por la cara mientras se mordía el labio superior, pensativa.
—¿Salgo a comprar café? —preguntó Ómar.
—¿Y si nos vamos a una cafetería y nos alegramos el día?
—¿Qué maravillas hemos hecho para merecernos semejante cosa?
—¿Es que hay que hacer maravillas para merecerse un café?
—Pues lo dijiste tú misma hace un momento.
—Conseguí que te corrieras. Podemos festejarlo.
—¿Entonces yo no puedo tomar café?
—Claro que sí, yo te invito. El vencedor invita. El perdedor recoge las migajas que caen de la mesa. ¿No es así como funciona? —Agnes dio dos pasos rápidos hacia Ómar, lo cogió por la cintura y lo besó en la boca—. Estás más guapo vestido, ¿lo sabías?
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Décimo intento de contextualización.
Por algún resquicio entre las palabras se nos escapan dos millones de católicos polacos, millón y medio de gitanos, se nos escapan prisioneros de guerra, presos políticos, misioneros, sacerdotes, homosexuales, dementes, discapacitados, travestis, en conjunto se nos escapan once millones de víctimas del viaje a hel, y las olvidamos.
Pero no osamos decirlo en