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Los nazis encarcelaban también a los tontos, los esterilizaban y los mataban (lamentable).
Para averiguar quién era tonto y quién no, crearon un breve cuestionario. ¿Dónde vives, cuál es la capital, quién era Lutero, quién descubrió América, qué significa la Navidad, cuántos días tiene una semana? Y así sucesivamente. El examen era oral y el juez evaluaba la inteligencia del tonto. Durante el examen, tenía que prestar especial atención a lo siguiente: comportamiento durante la conversación; movimientos corporales, mirada, gestos, voz, pronunciación, orden de palabras, rapidez de las respuestas, rapidez de reflejos y grado de cooperación en la conversación.
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Agnes se indignaba con esos reportajes, que los presentaban como unos canallas. Le indignaba que nunca se mencionara a los pedófilos «islandeses» ni a los matones «islandeses» ni a los violadores «islandeses». Pero lo que más le indignaba era cómo se convertía a los lituanos en una masa sin rostro ni nombre formada por personas depravadas. Y es que los delincuentes islandeses tenían nombre, eran algo. Eran Lalli Johns, delincuente de poca monta. Annþór Karlsson, mamporrero. Steingrímur Njálsson, pedófilo. Bjarki Már, violador. Franklín Steiner, camello. Los lituanos no eran más que lituanos. Dos lituanos. Los cinco lituanos. Los nueve lituanos. Los catorce lituanos. Y al parecer vivían todos en la misma casa, uno encima del otro, pese a que en su mayor parte eran delincuentes internacionales que pasaban ilegalmente drogas, putas y armas por valor de decenas de millones de coronas cada uno. ¿Dónde estaba Vytautas, el simpatiquísimo chorizo? ¿Y el simpático matón Rolandas? ¿Y Raimondas, el bondadoso chuloputas?
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Erwin Ammann era un hombre de veintiún años de edad, que vivía en un asilo del Tirol. Respondió correctamente a la mayor parte de las preguntas del test de inteligencia. Supo mencionar su pueblo natal y la provincia a la que pertenecía, y enumerar deprisa los días de la semana y los meses (hacia delante y hacia atrás). Conocía las capitales de Francia y Alemania, sabía quiénes fueron Colón, Lutero y Bismarck, y fue capaz de explicar el significado de las navidades y de la Pascua. Preguntado por la forma de gobierno de Alemania, respondió: «Nacionalsocialismo, fundado por el Tercer Reich».
Pero, aunque Erwin Amman respondió con claridad y rapidez, al juez le pareció mentalmente idiota. Erwin Amman recibió un suspenso y, a continuación, fue esterilizado.
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Lo que más molestaba a Agnes era que absolutamente todo era cierto. Nadie estaba acusando a nadie de nada falso. Al menos, que ella supiera. Realmente habían violado, robado, golpeado y aporreado, y a lo mejor, cosas aún peores. Pero otros habían hecho esas mismas cosas, pensaba, sin que los mencionaran de forma destacada, y sobre todo, los islandeses nunca habían necesitado ayuda de nadie para cometer violaciones y actos violentos. Durante toda su historia habían sido perfectamente capaces de violar a su propia gente y de golpear ellos solos a su propia gente. ¿A lo mejor eran estos los trabajos que tanto temían los populistas que fueran a quitarles los extranjeros?
Agnes sabía que estaba amargada. Pero le daba absolutamente igual.
Y naturalmente, ese era el motivo fundamental de la tesis. Poner freno a la xenofobia y observar su propia sociedad desde arriba. Como si, al observar desde arriba todos esos delitos, pudiera anular su propia nacionalidad y evitar así las responsabilidades (compartidas) que la prensa parecía insinuar que le correspondían. Entonces, ella dejaría de ser una cabeza sin rostro en la masa anónima de los lituanos. Lituano número 8. Lituano número 27. Lituano número 1589.
Pero la tesis no debía tratar de los lituanos. Tenía que tratar de los populistas.
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Gitanos. Perdón: roma y sinti y todos los demás. Si dispusiera de una denominación más adecuada, que no molestara a nadie ni excluyera a nadie, la utilizaría. La utilizaríamos. Nos contentaremos con señalar que utilizo el concepto de gitano con el máximo respeto.
Gitanos. Podemos intentar decir lo siguiente:
Proporcionalmente, en el Holocausto murieron tantos gitanos como judíos.
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Agnes se durmió enseguida después de la cena y a las tres de la madrugada volvía a estar en pie. Reinaba una oscuridad absoluta y la temperatura se acercaba a los cero grados. Aún no había visto el Coliseo ni había pedido audiencia al papa. Ni siquiera se había comido una pizza. La sencilla tarea de contemplar la vacía pantalla del ordenador le exigía toda la mente. A veces escribía una página, e incluso otra más, pero inmediatamente las quitaba del texto principal y las guardaba en otro documento, porque esas boberías no merecían, en absoluto, formar parte de una tesis de máster en historia.
Repasó las frases iniciales de la tesis.
Mi intención es comparar el populismo de derechas en la política islandesa con movimientos políticos semejantes de Europa continental, con especial referencia a los trabajos de Cas Mudde (Mudde, 2007) y las teorías del habitus, de Pierre Bourdieu.
Luego venía una larga lista de en qué teorías exactamente pensaba centrarse y en cuáles no, y por qué, qué tendencias y corrientes eran las dominantes en estudios semejantes en Europa, cómo pensaba recoger los datos y qué tipo de datos pensaba recoger y, finalmente, cómo lo pensaba unificar todo en un trabajo de investigación exhaustivo y totalmente excepcional como sería la sublime tesis de máster de Agnes Lukauskaite. Aquello ocupaba unas cien páginas, que había tardado en redactar año y medio, con pausas. Había leído varias decenas de libros y cientos de trabajos monográficos. Había dedicado cuatro meses enteros a peinar los medios de comunicación islandeses en busca de noticias y artículos sobre la postura de los partidos políticos islandeses y las organizaciones sociales en referencia a (a) los inmigrantes, (b) la élite, (c) las empresas e instituciones extranjeras y (d) la sociedad del bienestar, pues consideraba que eran estos los temas de mayor interés para los partidos populistas. A nadie debería extrañarle que el Partido Liberal obtuviera (casi) todos los puntos.
Luego llegó la crisis.
Luego, las elecciones.
Y ahora, el Partido Liberal pertenecía a la historia de los tiempos pasados. En consecuencia, un análisis de este partido era simple «material» para los libros de historia y no para la historia viva a la que se quería dedicar Agnes. Agnes quería formar parte del mundo. Quería influir en la marcha de la historia. Si no hubiera sido por los 45 años de ocupación de Lituania por la Unión Soviética, se habría definido (o se habría podido definir) a sí misma como historiadora marxista. Y lo era en realidad, aunque no pudiese decirlo en voz alta porque el gulag se le cruzaba en la conciencia. Pero no había pensado en obtener imágenes del pasado, no era de esa clase de historiadores. La tarea principal de los estudiosos era influir sobre el mundo, no solo describirlo.
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De modo que: Proporcionalmente, en el Holocausto murieron tantos gitanos como judíos.
Eso dicen a veces, no solo en sentido irónico, sino que lo afirman incluso estudiosos respetados y especialistas en el Holocausto. Pero no hay forma de comprobarlo. Porque existe una inmensidad de investigaciones y teorías sobre el número de judíos muertos en el Holocausto —desde los cinco hasta los casi seis millones—. De ellos, se conoce el nombre de unos tres millones, pero el margen de error está en torno a los 700 000. Que no es una cantidad desdeñable de personas: dos veces Islandia. Dos veces Kaunas. Por otra parte, se calcula que el número de gitanos muertos en su Holocausto estuvo entre los 90 000 y el millón y medio. El margen de error es de 1 410 000. Unas cuatro Islandias. Cuatro Kaunas.
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Pensó que, aunque fuera demasiado tarde para que la tesis destruyera al Partido Liberal, que se había destruido él solo, era factible que llegara a convertirse en una especie de parábola que podría servir de advertencia para otros. Antes o después, los populistas de derecha volverían