Sin embargo, una catedral hubiera sido inconcebible sin el factor religioso, tanto desde el punto de vista institucional como desde el más espiritual. Una catedral era la sede del obispo en una ciudad, la forma de celebrar su poder y de conseguir un reconocimiento, el camino para la búsqueda del prestigio individual. Pero no podemos olvidar que era, sobre todo —y Duby le pone fecha: hasta el año 1300— el símbolo de Cristo y de un cristianismo triunfante que se manifestaba como tal en las Cruzadas, en la victoria de la Iglesia en la querella de las investiduras o en el triunfo frente a la herejía albigense. El papado se imponía poco a poco en esta época al poder imperial y el cristianismo daba unidad espiritual a Europa definiendo su identidad, su cultura, sus creencias y su moral.8
Desde el punto de vista más espiritual, el factor religioso al que nos referimos fue clave a la hora de determinar no solo la aparición de la catedral, sino su propia estética. Si tomamos como referencia dos grandes catedrales francesas —S. Denis, considerada el origen del gótico y Notre Dame—, veremos que su razón de ser, estructura y estética responden a unos principios religiosos y espirituales. La catedral de S. Denis, del abad Suger, concebida como panteón real y gloria de los reyes de Francia, responde, en el desarrollo estético, al pensamiento de S. Dioniso el Areopagita.9 La luz —como manifestación de Dios, origen y principio de todo, no creada y creadora, de la que participan todas las criaturas y cada una de ellas va descubriéndola poco a poco— es la base de la que se considera la primera obra gótica: la construcción de Suger. Así se explican elementos estéticos y constructivos propios del gótico como el desarrollo en altura, la apertura de muros, la luz dirigida, las vidrieras y sus iconografías proyectadas en los suelos de los templos, la gradación lumínica que adquiría todo su poder en la cabecera de las catedrales, etc.
El abad, orgulloso de su obra, la describió en dos tratados que pueden dar luz sobre las intenciones para comprender que el monumento real se concibió como una síntesis de todas las innovaciones estéticas que había admirado poco tiempo antes, cuando visitó las nuevas construcciones monásticas en su viaje por la Galia. Suger concibió el monumento sobre todo como una obra teológica. Naturalmente esta teología se fundó en los escritos del patrono de la abadía, san Dionisio, es decir, Dionisio el Areopagita.
Bien superada la mitad del siglo XII, se inició la construcción de Notre Dame, una época de esplendor y plenitud espiritual, frente a la religión del temor de Dios, que apaciguaba su cólera y se procuraba su gracia a través de un arte denominado románico, que «[…] Estaba más cerca de la magia que de la estética» (Duby, 1993, p. 21). Sin embargo, en este momento, la Escolástica jugó un papel definitivo en la conformación del pensamiento, en la idea de Dios y en su manifestación artística y arquitectónica a través del gótico, todo ello en palabras de Panofsky (1986).10 Volviendo a Duby, el arte medieval estaba íntimamente unido a la teología. Es más, el autor señala que «[…] Para comprender el arte de esta época, más que a la sociología o a la economía, hay que recurrir a la teología».
Alrededor del año 1270, en la zona de París, la Escolástica tenía el monopolio educativo frente al ejercido en épocas anteriores desde los monasterios. Instituciones urbanas, cosmopolitas, escuelas catedralicias o universidades marcaban las nuevas pautas del sistema de aprendizaje. El discurso y exposición escolásticos están basados en la ordenación y exposición, la denominada clarificación. Este orden y modus operandi están también presentes en la forma de proceder y operar de las artes. El gótico y la especialización del arquitecto evolucionaron de la mano de la escolástica: si la manifestatio es el principio de esta, el «principio de transparencia» —según Panofsky (1986)— lo es de la arquitectura. De esta forma, los aspectos más puramente estéticos que definen el estilo gótico quedan explicados: en la arquitectura del periodo gótico clásico queda separado el volumen interior del espacio exterior, exigiendo que este se proyecte a través de la estructura que lo envuelve; así, por ejemplo, el corte transversal de la nave puede leerse en la fachada. La arquitectura del templo es la más honesta de todas. Es en aquella donde el volumen que se muestra al exterior de la ciudad tiene un reflejo casi idéntico en el espacio interior visible del templo, algo que ocurre en muy pocas construcciones. Es decir, al igual que en la Summa Teológica de santo Tomás, en la arquitectura gótica puede hablarse de un «plan o sistema» que explica su programa estético, estructural y constructivo. Un hombre impregnado de escolástica no podía adoptar más que un punto de vista, el de la manifestatio: y esto es así tanto si se trata del modo de presentación literaria como del modo de presentación arquitectónica. También admitía como evidente que el fin primordial de los numerosos elementos que componen una catedral es el de asegurar su estabilidad, y que el fin primero de los numerosos elementos que constituyen la Summa es asegurar su validez.11
Por último, atendamos a otro de los factores religiosos que también estaba presente en la construcción de muchas catedrales: el deseo de resaltar el valor de la mujer a través de la Virgen; de hecho, la gran mayoría de las catedrales están dedicadas a Ella. A partir del siglo XII se fue extendiendo por la actual Francia «el amor cortés», un género literario —que también tuvo una auténtica proyección social— que se basaba en el amor entre un caballero y una dama y que, generalmente, tenía carácter utópico, aunque también podía llegar a ser adúltero. La mujer se convertía en un ideal inalcanzable donde se recogían todas las virtudes. Frente al desarrollo de este fenómeno social, la Iglesia dirigió el ideal femenino al mejor de los referentes con los que contaba, la virgen María, en la que se daban cita todas las virtudes. Además de la construcción de buena parte de las catedrales bajo su advocación, el fervor mariano y el protagonismo que se le concedió, la iconografía de la Virgen sufrió también un proceso de transformación.12
Podemos, por tanto, concluir, que las catedrales y, consecuentemente Notre Dame, son producto de aspectos económicos, sociales, políticos y religiosos que quedaron recogidos estética y técnicamente en un estilo singular que fue el gótico. Es más, podríamos añadir que dicho estilo es la plasmación de una serie de factores que el hombre de los inicios de la Baja Edad Media proyectó en una estética profundamente simbólica y llena de significado que fue posible llevar a cabo gracias a los avances técnicos que gradualmente fueron incorporándose:
Lo que llamamos arte tiene como única función hacer visible la estructura armónica del mundo, disponer en el sitio que corresponde un cierto número de signos. El arte fija, el arte traspone en formas simples, para que aquellos que están en el primer grado de iniciación puedan percibir los frutos de la vida contemplativa. El arte es un discurso sobre Dios como la liturgia y la música. Al igual que ellas, el arte se esfuerza por eliminar lo inútil, despejar el terreno, abstraer los valores profundos disimulados tras el tupido cuerpo de la naturaleza y de la Sagrada Escritura (Duby, 1993, p. 85).
Si avanzamos un poco más en el tiempo, nos encontraremos con que Notre Dame ha sufrido importantes transformaciones, cambios de uso e intervenciones en muchos casos también cuestionadas como las que actualmente nos proponen.13 Posiblemente la más importante y también la más conocida sea la llevada cabo por Lassus y Viollet-le-Duc, que supuso un gran revulsivo que no quedó exento de crítica por la aplicación de nuevas soluciones constructivas y de restauración