Notre Dame de L’Epine.
Notre Dame de París, proyecto.
Notre Dame de París, construcción.
El aspecto tan singular de la catedral que hoy plantearán muchos mantener a toda costa es solo el fruto de un proyecto inacabado que tenía previstas dos enormes agujas góticas en su fachada principal que nunca llegaron a construirse y que nos podemos imaginar contemplando Notre Dame de L’Épine (1405-1527). De acuerdo con la estética de la Edad Media, todo el mundo entendería que esa catedral estaba «a medio construir». Pensar que ese sería su aspecto final habría sido inaceptable en la época. También la Torre Eiffel fue un escándalo por disonante en su día, y hoy nadie se imagina París sin ella. Ambas prueban que el afecto a la arquitectura no es siempre fruto de un buen cumplimiento de su función ni tampoco de un amor a primera vista, y necesita del paso del tiempo para decantarse. El ser humano es un animal de costumbres que gusta de valores inmutables, aunque tarde tiempo en asimilarlos. La polémica está garantizada, se haga lo que se haga. El gran desafío es encontrar aquel proyecto, con criterio, que sepa entender el legado recibido y proyectarlo desde su presente hacia su futuro. No en vano el término proyectar viene del latín proiectāre, compuesto de prō (‘hacia adelante’) y el verbo iaciō, iacere (‘lanzar’). Proyectar, por tanto, es lanzar una idea hacia el futuro.
Solo conociendo con rigor pasado y presente podremos enfrentarnos a aspectos más actuales y pragmáticos como son los criterios de conservación o innovación bajo los que ha de restaurarse la catedral, si tienen sentido las propuestas de nuevo uso o, incluso, el tipo de intervención que ha de llevarse a cabo: restauración, reconstrucción o instalación.3
Conocer la evolución del «tipo catedral» a lo largo del tiempo podría ser un apoyo interesante para la toma de postura, pero entender al hombre de nuestro tiempo y su relación con ella es igualmente necesario. Previamente al incendio, el edificio funcionaba mayoritariamente (la mayoría de sus visitas iban a ello) como monumento artístico de gran valor visitado por miles de turistas. Pero también funcionaba tal y como había sido concebido: como catedral, si bien es cierto que su función catequética quedaba muy desdibujada. Construida por orden del obispo de París, Maurice Sully, a mediados del siglo XII (1163-1260, aunque no se acabó hasta 1345, fue renovada varias veces, la última durante 23 años a partir de 1844 por Viollet-le-Duc) en un terreno vinculado desde antiguo a distintas referencias religiosas,4 vino a sustituir a la iglesia de Saint-Etienne a la que en ese momento se consideró poco adecuada para el nuevo contexto sociopolítico y económico por el que atravesaba la ciudad de París. En Notre Dame confluyeron muchos de los paradigmas que fueron determinantes en la aparición de las catedrales en Europa. Cada catedral —e incluso cada país— tiene sus propias circunstancias,5 pero hoy se da por sentado que la construcción y desarrollo de estos edificios tuvieron una serie de puntos en común, como la vinculación a un entorno urbano, bien en proceso de configuración, bien completamente asentado y conformado. Esto llevaría a preguntarnos incluso algo aparentemente baladí pero que no lo es tanto: ¿qué determina la «orientación el templo»? ¿Pueden más las condiciones de contorno de la ciudad donde se inserta o es más poderoso su papel religioso y su simbología? (Y no hablamos aquí solamente de orientación geográfica, aunque esta puede ser un muy buen termómetro de otros factores más difíciles de demostrar.)
El islam tiene muy clara la orientación de sus templos y es principalmente teológica. Dar culto a Dios y educar en la fe. Arquitectónicamente, el muro de la quibla orienta a los fieles hacia un único punto en el globo. La Kaaba en Medina (Arabia Saudita) sin posibilidad de error, y ninguna decoración se encargará de captar su atención, solo la oración. En el mundo cristiano, aparentemente con los mismos fines, la orientación del templo es hacia la luz de Cristo, el Oriente, que es por donde nace el sol cada amanecer, la luz de quien da sentido a nuestra existencia, y todo tipo de decoraciones ayudarán a que el fiel conecte con lo divino. Pero ¿de verdad el culto a Dios y la enseñanza de la fe estuvo inamoviblemente en el origen de su construcción? ¿Qué era antes, la población y, cuando esta era suficientemente grande, se abordaba el gran lugar de culto? ¿O era el templo el que marcaba el estatus de la ciudad y, gracias a ella, crecía el comercio y la influencia en la zona? Se puede comprobar que, mientras muchas iglesias se amoldaron como pudieron a la ciudad preexistente donde se establecieron, las grandes catedrales góticas fueron fieles a su misión de magisterio y culto cristiano, y tuvieron la capacidad de reconfigurar la ciudad a su alrededor. Como señala Ruiz Hernando (1990), la ecuación ciudad-catedral suele ser determinante, al margen de otras consideraciones, en el urbanismo medieval.
Principales catedrales góticas europeas dispuestas según su orientación.
Principales catedrales góticas españolas dispuestas según su orientación.
Por otra parte, y vinculado a dicho elemento urbano, pueden señalarse también aspectos como la bonanza económica, la cual es origen y, en otros casos, consecuencia de la construcción del edificio: las nuevas técnicas y el aumento de roturación de tierras, los excedentes agrícolas llegados a las ciudades para alimentar a un número creciente de población, a la vez que eran fuente de ingresos para los campesinos y grandes señores, el desarrollo de la artesanía, minería o productos como paños y tejidos, etc., marcaron una plenitud que fue de la mano de un cristianismo triunfante (al que se hará referencia más adelante) y cuya mejor evidencia fue la carrera en la construcción de catedrales.6 Pero también la construcción de muchas de ellas fue causa de la llegada de riqueza: la posesión de reliquias y unas incipientes peregrinaciones resultaron un buen motivo para quienes, más allá del aspecto puramente religioso, vieron la posibilidad de una forma más de enriquecerse. Diego Gelmírez fue consciente de la fuerza que la construcción de la nueva catedral de Santiago suponía para una ciudad de la que el obispo quiso hacer la nueva capital de la España cristiana;7 y los frailes de un monasterio francés sufrieron el «robo» de las reliquias del santo por parte de un monasterio vecino, que vio una gran oportunidad económica en tener dichas reliquias ante la afluencia de peregrinos que, con ello, podrían conseguir.
Evolución de la población de París a partir de la construcción de Notre Dame.
Por último, las catedrales, tienen un indudable valor simbólico que se encuentra intrínsecamente vinculado a la estética de las mismas. Este aspecto viene de la mano del poder político y religioso, lo que no resulta extraño si tenemos en cuenta que, en la Edad Media, el proceso de desvinculación de ambos poderes fue lento y no siempre claro ni definitivo. El rey revestía su persona de ciertas referencias religiosas. Como señala Georges Duby (1993): «Los reyes también se asimilaban