La fragilidad de lo humano. La aparente rigidez de las soluciones sociales crea en las clases que más se aprovechan de ellas una extraña sensación de seguridad. Es cierto que siempre hay una cierta inseguridad, pero hay medios y recursos para minimizarla, ya sean atención médica, pólizas de seguros, servicios de empresas de seguridad, terapia psicológica o gimnasios. Este sentimiento de seguridad se combina con el de arrogancia e incluso de condena respecto a todos aquellos que se sienten victimizados por las mismas soluciones sociales. La catástrofe viral interrumpe este sentido común y evapora la seguridad de la noche a la mañana. Sabemos, y se demostrará totalmente en este libro, que la pandemia no es ciega y tiene objetivos privilegiados, pero aun así ha creado una extraña conciencia de comunión planetaria. La etimología del término pandemia dice exactamente eso: el pueblo entero. La tragedia es que, en este caso, la mejor manera de mostrar solidaridad es aislarnos físicamente de los demás y ni siquiera tocarnos. ¿Aceptaremos que esta sea la única manera posible de unir nuestros destinos? ¿Será posible luchar por otras?
Los fines no justifican los medios. La desaceleración de la actividad económica, especialmente en los países más industrializados, ha tenido obvias consecuencias negativas. Pero, por otro lado, ha habido algunas consecuencias positivas. Por ejemplo, la disminución de la contaminación atmosférica. Un especialista en la calidad del aire de la agencia espacial de Estados Unidos (NASA) afirmó que nunca se había visto una caída tan drástica de la contaminación en un área tan extensa. ¿Significa esto que, a principios del siglo xxi, la única forma de evitar la cada vez más inminente catástrofe ecológica es a través de la destrucción masiva de la vida humana? ¿Hemos perdido la imaginación preventiva y la capacidad política para ponerla en práctica?
También se sabe que, para controlar efectivamente la pandemia, China ha implementado métodos particularmente estrictos de represión y vigilancia. Cada vez es más evidente que las medidas fueron eficaces. Resulta que China, a pesar de todos sus méritos, no tiene el de ser un país democrático. Es muy cuestionable que tales medidas puedan implementarse, o hacerlo de manera igualmente eficaz, en un país democrático. ¿Significa esto que la democracia carece de la capacidad política necesaria para responder ante situaciones de emergencia? Como las democracias son cada vez más vulnerables a las fake news, ¿tendremos que imaginar soluciones democráticas basadas en la democracia participativa a escala de barrios y comunidades y en la educación cívica orientada hacia la solidaridad y la cooperación, y no hacia el emprendimiento y la competitividad a toda costa? La verdad es que países democráticos de Asia, como Singapur y Corea del Sur, o de Oceanía, como Nueva Zelanda, tuvieron un éxito reseñable en la lucha contra la pandemia. ¿Acaso no se debería reconocer de ahora en adelante la cultura cívica como un recurso crucial de salud pública?
La guerra de la que se hace la paz. La forma en la que se construyó inicialmente la narrativa de la pandemia en los medios de comunicación occidentales hizo evidente el deseo de demonizar a China. Las malas condiciones higiénicas en los mercados chinos y los extraños hábitos alimentarios de los chinos (primitivismo insinuado) serían el origen del mal. El público de todo el mundo fue alertado, de forma subliminal, sobre el peligro de que China, ahora la segunda economía mundial, llegue a dominar el mundo. Si China no pudo evitar semejante daño a la salud mundial y, además, no pudo superarlo de manera eficaz, ¿cómo podemos confiar en la tecnología del futuro propuesta por China? ¿Acaso el virus nació en China? La verdad es que, según la Organización Mundial de la Salud, el origen del virus aún no se ha determinado. Por lo tanto, es irresponsable que los medios oficiales de Estados Unidos hablen del «virus extranjero» o incluso del «coronavirus chino», sobre todo porque sólo sería posible hacer pruebas gratuitas y determinar con precisión los tipos de gripe que se han dado en los últimos meses en países con buenos sistemas de salud pública (y Estados Unidos no es uno de ellos). Una de las grandes revelaciones de la pandemia ha sido el hecho de darse a conocer que se está agravando peligrosamente para la paz mundial la guerra comercial entre China y Estados Unidos, una guerra sin cuartel que, como todo parece indicar, tendrá que terminar con un vencedor y un vencido. Desde el punto de vista de Estados Unidos, es urgente neutralizar el liderazgo de China en cuatro áreas: la fabricación de teléfonos móviles, las telecomunicaciones de quinta generación, la inteligencia artificial, los automóviles eléctricos y las energías renovables.
La sociología de las ausencias. Una pandemia de estas dimensiones ha causado una justificada conmoción en todo el mundo. Aunque el drama está justificado, es bueno tener siempre en cuenta las sombras que ha ido creando la visibilidad. He aquí algunas de las ausencias. Durante algún tiempo, el poder político logró transmitir la idea de que entre la protección de la vida y la salud de la economía había un trade-off, un intercambio. De ese modo, se admitió que la economía prosperara por encima de una montaña de cadáveres. Los casos patéticos de Estados Unidos, Brasil y la India revelaron cruelmente que dicho intercambio no existía: las muertes no garantizan el crecimiento económico. Asimismo, se pretendió vender la idea de que el coronavirus era democrático. La realidad mostró trágicamente, como relato en este libro, que lo que ocurrió fue bastante diferente. De lo contrario, ¿cómo se puede explicar que más del 61 por 100 de los muertos por covid-19 en Estados Unidos pertenecía a la comunidad negra? Por otro lado, muchos Estados, pese a ser incapaces de proteger con eficacia a su población, usaron la retórica de la protección para concentrar el poder represivo y de vigilancia, creando o agravando así situaciones de estado de excepción permanente. Por último, la orgía de las estadísticas y de los gráficos sobre la progresión de la pandemia se utilizó muchas veces para impedir o hacer olvidar la discusión sobre las verdaderas causas de la recurrencia de las pandemias, para no cuestionar los actuales modelos de desarrollo.
La trágica transparencia del virus
Los debates culturales, políticos e ideológicos de nuestro tiempo tienen una extraña opacidad debido al alejamiento de la vida cotidiana de la gran mayoría de la población, los ciudadanos comunes, «la gente de a pie», como dicen los latinoamericanos. En particular, la política, que debería mediar entre las ideologías y las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos, ha renunciado a dicha función. El único rastro de esta mediación se observa en las necesidades y aspiraciones del mercado, ese megaciudadano disforme y monstruoso que nadie vio, tocó ni olió jamás, un ciudadano extraño que sólo tiene derechos y no tiene ningún deber. Es como si la luz que proyecta nos cegara. De repente, irrumpe la pandemia, la luz de los mercados se desvanece y, de la oscuridad con la que siempre nos amenazan si no les rendimos pleitesía, surge una nueva claridad. La claridad pandémica y las apariciones en las que se materializa. Lo que esta nos permita ver y cómo se interprete y evalúe determinarán el futuro de la civilización en la que vivimos. Este libro aborda este desafío.
La pandemia es una alegoría. El significado literal de la pandemia del coronavirus es el miedo caótico generalizado y la muerte sin fronteras causados por un enemigo invisible. Pero lo que expresa es mucho más que esto. He aquí algunos de los significados que surgen de ella. El todopoderoso invisible puede ser infinitamente grande (el dios de las religiones del libro) o infinitamente pequeño (el virus). En los últimos tiempos, ha surgido otro ser todopoderoso invisible, ni grande ni pequeño al ser deforme: los mercados. Al igual que el virus, es insidioso e impredecible en sus mutaciones y, como dios (santísima trinidad, encarnaciones), es uno y muchos. Se expresa en plural, pero es singular. A diferencia de dios, los mercados son omnipresentes en este mundo y en el mundo del más allá. Y, a diferencia del virus, son una bendición para los poderosos y una maldición para todos los demás (la aplastante mayoría de los humanos y la totalidad de la vida no humana). A pesar de ser omnipresentes, todos estos seres invisibles tienen espacios de recepción específicos: el virus, en los cuerpos; dios, en los templos; los mercados, en las bolsas de valores. Fuera de estos espacios, el ser humano es un ser sin hogar trascendental.
Sujetos a tantos seres impredecibles y todopoderosos, el ser humano y toda la vida no humana de la que depende son inminentemente frágiles. Si todos estos seres