Entre las muchas lecciones que parece estar dándonos el virus, quizá la más radical sea que estamos al final de la era que comenzó en el siglo xvi con la expansión colonial europea[2]. Una nueva era parece anunciarse en los márgenes o en los intersticios de la inmensa destrucción de vidas humanas provocada por la pandemia. Todos los comienzos son vacilantes, poco creíbles a la luz del sentido común dominante y, por supuesto, su surgimiento puede neutralizarse durante más o menos tiempo. Sin embargo, me atrevo a pensar que las señales son demasiado visibles para ser ignoradas. La pandemia nos ha puesto en el umbral de un tiempo que de la manera más sucinta se puede caracterizar así: desde el siglo xvi hasta la actualidad vivimos una era en la que la naturaleza nos pertenecía; a partir de ahora, hemos entrado en una era en la que pertenecemos a la naturaleza. La dominación moderna tenía tres pilares principales: capitalismo, colonialismo y patriarcado, y todos se basaban en la concepción de que la naturaleza nos pertenece. La pandemia no nos da opción; nos pone ante un dilema: o cambiamos la forma en que vemos la naturaleza, o ella comenzará a escribir el largo y doloroso epitafio de la vida humana en el planeta. Para que se produzca el cambio, no bastan ópticas diferentes o ideas inaugurales. Es necesario empezar a cortar las tres pesadas anclas que nos sujetan a la concepción moderna de la naturaleza: la fuerza de trabajo y la vida misma como mercancía, el racismo y el sexismo. Así, se inaugurará una larga transición paradigmática. Será larga y difícil, pero me parece irreversible.
Las resistencias serán enormes. La propia pandemia, que nos obliga a caminar, también bloquea el camino. Durante la pandemia, los Estados en general, y los gobernados por fuerzas políticas de derecha en particular, demostraron ser, además de autoritarios, muy incompetentes para manejar la crisis de salud y proteger la vida de los ciudadanos. A veces, se convirtieron en cómplices de la destrucción masiva y macabra de vidas humanas. A pesar de esto, el final de estos políticos y políticas no parece estar más cerca después de la pandemia que antes. Todo lo contrario. La pandemia demostró que tales políticos y políticas tienen un nuevo e insospechado aliado: todos aquellos que, angustiados por las abismales incertidumbres del futuro, quieren que alguien les diga que no fue tan grave, que todo pasó ya y que todo volverá a la normalidad. Este libro busca hacer la vida un poco más difícil a ese tipo de políticos y políticas que, lamentablemente, son dominantes en la actualidad.
La pandemia mostró, con una claridad nunca antes vista, lo peor del mundo en el que hemos vivido desde el siglo xvi: el impulso de muerte que la dominación moderna desencadenó con impunidad en el mundo de humanos y no humanos sometidos a ella. Pero la pandemia también mostró lo más exaltado de la humanidad: la solidaridad de tantos que arriesgaron su vida para salvar a los más vulnerables o los más afectados, que se consolaron y se cuidaron entre sí. Para no hablar de los millones de horas de exceso de trabajo a las que se sometieron millones de trabajadores para producir lo imprescindible para prevenir o combatir el virus o, simplemente, para sobrevivir. Además, el mundo se afirmó como un lugar en las noticias como nunca antes había sucedido, como una humanidad sujeta a un destino común, aunque impredecible.
Sin embargo, trágicamente, lo mejor que la humanidad pudo revelar trajo consigo una herida fatal. Sólo pudo revelarse en un momento de catástrofe, en la situación límite de muerte que sólo aparentemente era indiscriminada. En otras palabras, la humanidad se afirmó como una realidad en el momento de morir. Esta es la mayor herida registrada por el nuevo virus en el cuerpo del nuevo siglo. Al tratarse de una herida de época, su curación implicará un cambio de era.
El libro está dividido en dos partes. En la primera, trato de dar una visión lo más panorámica posible de la devastación provocada por el coronavirus, de la historia larga que lo precedió, de las causas que determinaron la forma en que eligió a sus víctimas privilegiadas, de las consecuencias que se derivaron de ello, de las acciones de los Estados y de las comunidades ante un peligro de dimensiones imprevistas. En el Capítulo 1, doy algunas pistas para insertar la novedad del virus en nuestra contemporaneidad. En el Capítulo 2, muestro que esta novedad es más aparente que real, ya que el virus es un factor importante de la era moderna. En el Capítulo 3, analizo cómo el capitalismo hizo de la pandemia lo que ha hecho a la vida humana y la naturaleza: convertirla en un negocio. En el Capítulo 4, trato de desmontar la idea, adelantada por muchos, de la democraticidad del virus y analizo, con detalles que pueden exasperar a algunos lectores, la forma en que el virus ha agravado cruelmente las desigualdades y discriminaciones de las que están hechas las sociedades contemporáneas. En el Capítulo 5, someto a análisis crítico a uno de los dos protagonistas reconocidos del proceso pandémico, el Estado. Cuestiono la forma en que el Estado, llamado a proteger la vida de los ciudadanos, respondió al llamado. En el Capítulo 6, centro mi atención en el otro protagonista reconocido del proceso pandémico, el conocimiento en su inmensa diversidad y la ciencia en particular. Finalmente, en el Capítulo 7, me centro en un protagonista no reconocido, la resistencia y la creatividad de las comunidades para proteger vidas, muchas veces ante el abandono del Estado y la inaccesibilidad a los beneficios de la ciencia biomédica.
En la segunda parte, me dispongo a dar credibilidad a la idea de que el siglo xxi puede ser el comienzo de una era, una nueva era basada en la idea de que la naturaleza no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la naturaleza. Las implicaciones que siguen son las líneas de la larga transición hacia un nuevo modelo de civilización poscapitalista, poscolonial y pospatriarcal. En el Capítulo 8, identifico los tres escenarios principales que se describen en el horizonte pospandémico. En el Capítulo 9, opto por uno de los escenarios, el que apunta a un cambio de época, a un nuevo modelo civilizatorio basado en la primacía de la vida digna y en una relación con la naturaleza radicalmente diferente a la que mantuvimos en la era moderna y nos llevó al borde de la catástrofe ecológica y a un mundo distópico viral. En el Capítulo 10, identifico los principios que deben presidir el proceso más o menos largo de transición paradigmática, desde el modelo civilizacional actual hasta lo que señalo en el Capítulo 9. Finalmente, en el Capítulo 11, enumero los primeros pasos de este proceso de transición. El libro termina con una conclusión que refleja el carácter especial de este trabajo al ser escrito mientras la pandemia sigue su curso y no deja de sorprender a los analistas.
Este libro no sería posible sin la preciosa y decisiva colaboración de un vasto grupo de compañeras y compañeros de jornada que compartieron conmigo su saber desde sus lugares de acción y lucha, ya fueran la universidad o los movimientos sociales. Con una generosidad inigualable, Maria Paula Meneses colaboró intensamente en la investigación preparatoria de este libro y especialmente en el Capítulo 2, como señalé puntualmente. Margarida Gomes, mi dedicada asistente de investigación durante muchos años, se encargó ejemplarmente de la preparación de las versiones finales de los capítulos, además de hacer una valiosa contribución en varios temas de la investigación. No miró las horas ni el esfuerzo para que el manuscrito terminara a tiempo. Lassalete Simões, mi querida amiga, colaboradora y secretaria, además de haber colaborado en la investigación, cuidó de mí y de la gestión de mis mil actividades online para que yo pudiera concentrarme en este libro. Naomar Almeida Filho, epidemiólogo de fama internacional, colega y amigo de muchos años, leyó y comentó minuciosamente todo el manuscrito y me dio el privilegio de leer de primera mano sus reflexiones especializadas sobre la pandemia. Su colaboración fue una extraordinaria manifestación del espíritu académico. Y en ella incluyo también, por las razones que ella conoce, a Denise Coutinho. Maria Irene Ramalho nunca forma parte de los agradecimientos porque está mucho antes y mucho después de ellos, en la fuente de lo que soy y hago. Además de todo lo demás, leyó y corrigió todos los capítulos con la acribia insuperable de la que es capaz.
Un grupo numeroso de personas amigas y generosas colaboró puntualmente en la preparación de la investigación. Temiendo cometer alguna omisión, de la que pido disculpas de antemano, me refiero a ellos en orden alfabético del primer nombre: Adriana Yanacona, Berenice Celeita, Boaventura Monjane, Bryan Vargas Reyes, Charbel El-Hani, David Morquecho, Elias González, Eliete Paraguassu, Félix Ruiz, Flávio Dino, Gustavo Esteva, Helena Silvestre, Ignacio Nacho Levy, Izadora Brito, Katleho Kano Shoro, João Ramalho-Santos, José Geraldo Sousa Júnior, José Manuel Mendes, José Ricardo Robles, Lino João Neves, Miguel Ramalho-Santos, Nicolás Arata, Peter Ronald deSouza, René Ramírez, Rodrigues Neves