Se siguen utilizando algunas otras lecciones de esta pandemia. La escasez de médicos, resultado de la Primera Guerra Mundial, que se asoció al hecho de que muchos de los médicos enfermaron, justificó, en diversos contextos, la requisa civil de estudiantes de medicina para reemplazar a los médicos. Las escuelas y otros edificios se convirtieron en hospitales improvisados (Pyle, 1986; Crosby, 1989; Davis, 2018). La rápida propagación de la enfermedad hizo que fuera difícil aprender lecciones de otros contextos. En sólo tres meses, entre septiembre y noviembre de 1918, la pandemia de gripe azotó Noruega, Suecia, Canadá, España, Reino Unido, Francia, Alemania, Senegal, Nigeria, Tanzania, Argelia, Zimbabue, Sudáfrica, India e Indonesia (Ministry of Health, 1920). En Filipinas, la morbilidad[43] fue del 49 por 100 y la tasa de mortalidad[44] del 2,3 por 100. En Estados Unidos, más de 675.000 personas murieron a causa de la influenza[45].
En resumen, la gripe española fue el resultado de una cepa de influenza altamente patógena y transmisible que surgió en un momento en que las poblaciones que anteriormente tenían un contacto limitado entre sí se vincularon por la Primera Guerra Mundial. Mientras las pandemias anteriores se propagaron principalmente a lo largo de rutas comerciales y líneas de comunicación, la propagación del brote de 1918 fue acelerada por el contexto militar en el que se desarrolló. Al respecto, la guerra de trincheras en Europa proporcionó las condiciones ideales para la propagación de la infección: falta de saneamiento, hacinamiento y servicios de salud limitados (Humphries, 2013). Una lectura crítica de la literatura disponible sobre la crisis de influenza de 1918-1919 muestra que, a pesar de ser una pandemia, se sabe poco sobre el impacto de esta en el sur, especialmente en las colonias de entonces. De hecho, la medicina moderna, uno de los pilares de la afirmación del Estado moderno, se encontraba en su etapa inicial de desarrollo. Los datos disponibles sugieren que, en la India, entonces colonia inglesa, murieron más de 100.000 personas, con una tasa de mortalidad de alrededor de 50 muertes por cada 1.000 personas, una cifra impresionante, en un contexto en el que los servicios de salud para los colonizados eran insuficientes y de mala calidad (Watts, 1997).
En el caso de Mozambique, por ejemplo, a pesar de no haber muchos datos disponibles, la memoria del impacto de la influenza está presente en varios relatos. Como lo describe Julio Machele (s/d), la influenza de 1918-1919 fue conocida allí como Xiponhola por los indígenas, mientras que las autoridades coloniales usaron la denominación de «gripe neumónica». Al principio, las autoridades portuguesas en Mozambique ignoraron la velocidad con la que la influenza se estaba extendiendo por el mundo. Pero cuando comenzaron a surgir rumores de que la enfermedad había llegado a las vecinas Sudáfrica y Rhodesia, el gobierno colonial mostró preocupación, ya que había muchos indios mozambiqueños trabajando en estos territorios, pero que pasaban el tiempo libre con los suyos. La influenza llegó a Durban y Johannesburgo en septiembre de 1918. Fue desde estos lugares como la enfermedad se propagó hasta la frontera entre Mozambique y Sudáfrica, un importante punto comercial y un hito importante en el itinerario de los trabajadores migrantes del sur de Mozambique. A partir de este punto, la gripe se extendió a lo largo de la línea del ferrocarril, hasta Lourenço Marques (ahora Maputo). Esta ciudad tuvo sus primeros casos registrados en octubre de 1918, y la infección continuó extendiéndose hacia el norte. En Porto Amélia (ahora Pemba), en el extremo norte, las primeras referencias a la presencia de pacientes con influenza aparecieron en diciembre de 1918.
En Lourenço Marques, desde octubre de 1918 hasta principios de enero de 1919, el número de muertos fue de 235, con la mayoría de las víctimas de la influenza entre la población indígena. Al igual que en otros contextos coloniales, las justificaciones de las altas tasas de mortalidad reflejan las líneas abismales que organizaban la estratificación racial y de clases; los hospitales modernos que existían atendían principalmente a los colonos, un sello distintivo de los servicios de salud en estos contextos, ya sea en Asia, África o el Pacífico Sur. Cuando la pandemia llegó a Mozambique, los practicantes de medicina dedicados a las poblaciones indígenas eran raros y las instalaciones inadecuadas. Las medidas adicionales tomadas –incluidas la cuarentena, las restricciones a la circulación y a las reuniones indígenas, así como la suspensión de la emigración–, llegaron demasiado tarde. Las fronteras que separan Mozambique de Sudáfrica y Rhodesia fueron cruzadas por cientos de migrantes previamente expuestos a la enfermedad. Como en otros contextos africanos, con la colonización moderna, que comenzó principalmente en la segunda mitad del siglo xix, van surgiendo con fuerza los «espacios para los pueblos indígenas»[46], que sufren de hacinamiento y falta de instalaciones públicas, como vivienda, agua corriente, saneamiento básico y asistencia médica (Chigudu, 2020). La lógica de la dominación segregacionista, el control social y los llamamientos al orden ayudan a explicar la diferencia de víctimas mortales en varias regiones del mundo.
Una de las conclusiones de la pandemia de 1918-1919 fue la necesidad de coordinar los esfuerzos internacionales para superarla. Por ejemplo, la Liga de las Naciones, el primer sistema político mundial, se fundó en 1919, estableciendo con ella una organización de salud, en 1923 (que sería reemplazada por la OMS en 1948; Fidler, 2001). Estos organismos internacionales jugaron un papel importante en pandemias posteriores. Además, se fueron creando en todo el mundo muchas instituciones nacionales de salud, que aún no existían, para ayudar a planificar el sistema de vigilancia de la salud pública. Sin embargo, estas instituciones, como mencioné en la introducción de este capítulo, reflejan una concepción monocultural de la salud y la medicina, realidad que se traduce, por un lado, en la incapacidad de aprender de otros sistemas de salud, y, por otro, en la imposición de un sistema único de salud, reproducido sobre todo a partir de las experiencias de países europeos.
Investigaciones más recientes en China sugieren que la pandemia de influenza de 1918-1919, especialmente en su segunda ola, considerada la más virulenta y mortífera, tuvo un impacto mitigado por el uso de la medicina tradicional china. Cheng y Leung (2007: 363), a partir del análisis de archivos, muestran que no sólo los médicos tradicionales realizaban vacunación contra la viruela en el pasado, sino que también sugieren que los médicos chinos antiguos habían reconocido otros medios útiles para la prevención y el tratamiento de enfermedades epidémicas, además de los medicamentos a base de hierbas, incluido el tratamiento temprano y preventivo durante un brote epidémico. La documentación histórica existente identifica más de 200 epidemias, incluidas 95 registradas oficialmente por las autoridades gubernamentales.
Los virus de la gripe dieron lugar a otros varios brotes hasta la fecha, algunos con estado pandémico. Con la expansión de los viajes aéreos, especialmente desde la década de 1950, el número de viajeros internacionales ha aumentado exponencialmente[47]. La liberalización económica está en la raíz del aumento del comercio, que ha crecido 140 veces desde la Revolución industrial inglesa del siglo xix hasta el siglo xxi (OMC, 2013). La globalización neoliberal se materializó a través de la expansión del comercio, de la creciente libre circulación de capitales y de la migración de la mano de obra, con el apoyo de instituciones internacionales, como la ONU, y, sobre todo, de las dos instituciones económicas multilaterales: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Este proceso sentó las bases para la liberalización internacional sin precedentes del capital y, en diversos contextos, de las personas, catalizando la formación de instituciones multinacionales y el movimiento internacional de bienes, servicios e información en una escala muy diferente a la realidad de la Primera Guerra Mundial (Santos, 2002a). Esta misma globalización de capitales y personas aumentó el riesgo de aparición y propagación de enfermedades, lo que contribuyó al surgimiento de dos pandemias mundiales de gripe, más leves, en dos décadas consecutivas.
La pandemia de gripe asiática de 1957-1958, causada por el virus H2N2, se originó en China en febrero de 1957 (Potter, 2001: 577). Las primeras infecciones se detectaron en marzo. La epidemia llegó a Hong Kong en abril y se extendió rápidamente a Singapur, Taiwán y Japón, momento en el que la OMS reconoció el brote causado por un nuevo subtipo