Plan B. Jana Aston. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jana Aston
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417972295
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      Capítulo 5

      Daisy

      —¡Kyle!

      Kerrigan lo recibe con efusividad y se le lanza al cuello, entusiasmada. No se calla ni un momento. Él le devuelve el abrazo, le da palmaditas en la espalda y le contesta, pero no deja de mirarme a los ojos.

      Si tuviera que describir la emoción que predomina en su rostro, diría que veo una ira controlada. Reconocimiento instantáneo seguido de incredulidad y de una mirada que me hace suponer que nunca ha tenido que aguantar que una chica se hiciese pasar por su prometida.

      Se me cierra el estómago de los nervios y el corazón me late más rápido de lo que me gustaría. Hay que ver lo feliz que se ha puesto el muy traicionero al recordar cómo empezó lo nuestro y no cómo acabó.

      * * *

      Nos conocimos en Boston. No sabía que ese día me cambiaría la vida. Acababa de acompañar a unos turistas en autobús desde Washington D. C. a Boston y tenía un par de días libres hasta mi próximo recorrido (la vuelta, de Boston a Washington). Así que me quedé en la ciudad en lugar de volver a casa.

      Una simple decisión que desencadenó un sinfín de cambios en mi vida. ¿Y si me hubiera marchado a casa? ¿Qué habría pasado si en cuanto lo vi, hubiera huido en dirección contraria en lugar de esperar a que se cruzaran nuestras miradas? Me dejó atontada. Sus ojos, su atención. Él. ¿Alguna vez habéis conocido a un tío así?

      Conocéis la sensación. Las mariposas, la energía. El extraño presentimiento de que él sentirá lo mismo que tú, que el remolino de energía que notas en la barriga y el pulso desbocado no pueden ser no correspondidos.

      Iba de camino a Fenway Park. No es que me interese el béisbol, pero parecía que asistir a un partido de los Red Sox en Fenway era un acontecimiento que valía la pena vivir una vez en la vida, y yo tenía el día libre para hacer lo que quisiera. Cuando lo vi al salir de una cafetería, miraba su reloj, guapísimo e impaciente en la acera. Llevaba ropa informal: camiseta gris y pantalones cargo cortos. La camiseta parecía suave y gastada, de esas que le robarías a tu novio porque el algodón tendría el mismo efecto que frotar un gatito contra tu piel desnuda. Le quedaba como un guante, y los pantalones cortos colgaban sobre un estómago plano y caderas estrechas.

      Justo mi tipo.

      Cuando me pilló mirándolo, sonrió. Me supliqué a mí misma que me alejara a medida que me acercaba. Estaba un poco perdida, así que no estaba de más preguntarle si podía indicarme cómo ir al estadio, ¿no?

      No me hacía falta liarme con alguien en una ciudad que no era la mía. No necesitaba enrollarme con nadie y punto. Me iba de maravilla con la dieta de penes, y ese tío bien podría haber sido la imagen de cubierta de una novela titulada El problema de los hombres que provocan orgasmos alucinantes.

      Me acerqué más.

      Le pregunté si sabía llegar al estadio.

      —Señor Kingston —interrumpió una voz a mi lado—, el coche está listo.

      —Sube —me ofreció sin dejar de mirarme a los ojos—. Yo también voy.

      ¡Claro! Me había visto todos los programas de asesinos en serie que había en Netflix. ¡Ni siquiera sabía su nombre! No hacía falta que me llevara en limusina; que me indicara el camino era suficiente. Que fue justo lo que le dije. Él sonrió. Parecía realmente sorprendido de que me hubiera negado.

      —Kyle —dijo, y me tendió la mano para presentarse formalmente.

      Esbozó una sonrisa y se le marcó un hoyuelo en la mejilla izquierda.

      —Daisy —respondí, y le estreché la mano.

      Cuando llegamos a Fenway me recordé a mí misma que no pasaba nada por saltarse la dieta de vez en cuando, por muy estricta que fuera.

      * * *

      —Ya hemos conocido a Daisy —dice Kerrigan, que se separa de Kyle y me sonríe con emoción. Ay, madre. No lo digas, no lo digas…—: ¡No puedo creer que no me hayas dicho que te habías prometido!

      Hala, ya lo ha soltado. Pero Kyle ni siquiera pestañea, lo que me hace pensar que ya le han contado la buena noticia. Anda que le ha faltado tiempo a Margo. Si tuviera intención de quedarme, me molestaría el interés que siente por Kyle, pero, como no es así, no me preocupa en absoluto. Nada de nada.

      Bueno, un poquito. No soporto a esa cizañera.

      —Nos hemos prometido hace poco —contesta él, que no deja de mirarme a los ojos. Me quita una copa de la mano y, tras darle un sorbo, añade—: Tan poco que es como si te hubieses enterado tú antes que yo. De verdad.

      Me sonrojo y me muero de la vergüenza. No pensaba que pasaría esto.

      —No me extraña que no vinieras conmigo a Europa este verano. Estabas ocupado enamorándote de Daisy.

      Si Kerrigan fuera un personaje de Disney, sería Tambor. Su cuerpecito prácticamente vibra de la emoción; la idea del amor palpita en ella con desesperación.

      Se llevará un chasco cuando descubra la farsa.

      Kyle me toma de la mano y me atrae hacia él en un movimiento que parece romántico, como si no pudiera tenerme lo bastante cerca. Pero sé que no es así. Me lo confirma cuando se inclina y me roza la oreja con los labios como para susurrarme algo bonito. O una proposición indecente. O mejor, algo como «qué contento estoy de que me hayas encontrado».

      Obviamente, no dice nada de eso.

      —¿Qué coño haces? —murmura. Las palabras son suaves; la entonación no tanto. Su cálido aliento me hace cosquillas en la oreja y me provoca escalofríos. No puedo controlar mis emociones y mi cuerpo está confuso por los sentimientos encontrados que resuenan en mi cabeza: alivio por haberlo localizado y poder hablar con él de una vez, ira por estar en esta tesitura, inquietud por lo lejos que ha llegado esto.

      Y deseo. Todavía lo siento, tan fuerte como la primera vez que lo vi. Alguna reacción química rara que me atrae a él como un imán, incluso ahora. El deseo es extraño, ilógico y estúpido. A la mierda Kyle. A la mierda él y el hoyuelo de su mejilla izquierda. A la mierda sus profundos ojos azules, su mandíbula perfecta y su pelo peinadito y abundante. Lo sé porque lo he tocado. Un hoyuelo que he visto porque le salió cuando me desabrochó el sujetador. Unos labios que me besaron como si le importara de verdad.

      Suspiro. El vergonzoso recuerdo de que he fingido ser su prometida para colarme en la fiesta de jubilación de su abuelo resuena alto y claro en mi cabeza. Me giro un poco y me arrimo más a él. Me pongo de puntillas y le susurro al oído de la misma forma.

      —Tengo que hablar contigo —murmuro con los labios tan cerca de su oreja que, para cualquiera que nos mirara, parecería más una caricia que un susurro.

      —¿Besar en los labios no está incluido en vuestro acuerdo prematrimonial? —masculla Wyatt, que seguro que nos observa.

      —Cállate, Wyatt —le suelta Kyle sin molestarse en mirar en su dirección. En cambio, se endereza y me aprieta más los dedos.

      —Pronto estará la cena —interviene Kerrigan.

      Miro a mi alrededor y veo que casi toda la gente que había en el bar hace un momento ha entrado en la sala principal para la cena.

      Eso sí que no. De ninguna manera voy a aguantar una cena para esta farsa. Entrar y salir. Ese era el plan. Encontrar a Kyle, decirle que teníamos que hablar y marcharme. Además, no hay forma de que él permita que esto continúe durante toda una cena, ¿verdad? Es posible que solo me agarre de la mano con tanta fuerza porque espera que venga la policía y me arreste por haberme colado. O por alteración del orden público. O por demencia.

      —No me encuentro muy bien —les informo mientras intento zafarme de Kyle. Al decirlo, me doy cuenta de que es verdad. Estoy