Sus caderas anchas prometían hijos saludables y, cuando expulsaran a su hermano de sus tierras y asegurase la zona para Guillermo, pensaba engendrar muchos con ella. Todos llevarían su apellido, al contrario que su propio padre, pues Brice se había casado con la mujer que le daría hijos. Ahora que era de su posesión, todo lo que había deseado, todo aquello por lo que había luchado por fin estaba a su alcance.
Le tomó la mano y la giró hacia sus hombres.
—Lady Gillian de Thaxted —dijo en voz alta—. ¡Mi esposa! —los aplausos y vítores fueron en aumento hasta convertirse en una sola voz que recorría el campamento. Señaló a Stephen, que se acercó y le hizo una reverencia a Gillian—. Llévate a la dama a mi tienda y protégela hasta que llegue —ordenó.
Brice estaba seguro de que las palabras que había dicho su esposa, las promesas que había hecho, desaparecerían tan pronto como se diera cuenta de lo que había hecho. Por tanto cualquier consumación le haría comprender que ahora era suya y evitaría cualquier intento de anulación de los votos. Hasta que eso sucediera y su matrimonio fuese reconocido por todas las partes, la protegería como al tesoro que era.
Stephen se aproximó y Brice sintió cómo Gillian se tensaba. El soldado le ofreció el brazo para acompañarla.
—¿Milady?
Brice contuvo la respiración y esperó a que ella se apartara, pero Gillian le puso la mano a Stephen en el brazo y caminó junto a él en dirección a la tienda. Brice tenía que encargarse de varios asuntos antes de poder retirarse y, si pareció tener prisa, sus hombres no lo mencionaron.
Una o dos horas más tarde, tras enviar mensajes y colocar a más guardias alrededor del campamento, Brice estaba de pie frente a su tienda preguntándose qué mujer encontraría allí; la esposa honrada o la campesina huidiza. Estiró la mano, levantó la solapa de la tienda y entró.
Aunque Gillian lo oyó acercarse y entrar en la tienda, no levantó la cabeza para mirarlo.
Aún insegura con respecto a su situación y al hombre en cuestión. Había estado sopesando sus opciones durante las últimas dos horas. Y eso después de pasar un rato sorprendida por las circunstancias. En vez de acostumbrarse a los cambios siempre presentes en su vida, empezaba a cansarse de ellos.
Su plan de escapar al control de su hermanastro y de evitar aquel matrimonio había fracasado. Había sido descabellado desde el principio, pero al menos era un plan mejor que los primeros tres intentos. Tanto las amenazas de su hermano de repetir los castigos que ya le había infligido como su necesidad de huir la habían conducido a aquello.
Ya no se atrevía a pedirle ayuda a Oremund. No podría llegar al convento. Con un suspiro asumió que se había quedado sin opciones.
—¿Milady? —dijo él con una voz profunda que la sacó de su ensimismamiento y la obligó a levantar la mirada.
Se había quitado la cota de malla y demás accesorios de pelea y se presentaba ante ella sólo como un hombre. Aun así parecía más peligroso que antes.
Era alto, lo suficientemente alto como para tener que agacharse para entrar en la tienda y no golpearse la cabeza con el techo. Era grande, de hombros anchos que hablaban de años de entrenamiento. Y estaba… esperando. Gillian tragó saliva al darse cuenta de que estaba viendo cómo lo observaba y lo permitía. Gillian agachó la mirada y esperó en silencio.
—¿Os han traído agua fresca y se han encargado de que estéis cómoda? —preguntó suavemente. Sin ni siquiera levantar la cabeza, Gillian advirtió cómo se acercaba a ella—. ¿Necesitáis algo de beber o de comer?
Sabiendo que se le acababa el tiempo antes de tener que consumar su matrimonio, Gillian decidió intentar por última vez disuadirlo de su propósito.
—Milord —dijo con voz tranquila mientras se ponía en pie—, no necesito nada vuestro salvo la garantía de dejarme ir al convento.
La tensión entre ellos aumentó mientras esperaba su respuesta. Cuando sólo obtuvo silencio por respuesta, levantó la cabeza y lo miró directamente. Sus ojos marrones se oscurecieron más aún mientras la intensidad y el calor de su mirada inundaban su cuerpo.
—Habéis pedido una de las dos cosas que no puedo daros, milady, aunque lo deseara.
¿Lo había hecho a propósito? Había pronunciado sus palabras de manera que tuviera que preguntarle por la otra cosa. ¿Acaso sabía de su incesante curiosidad, algo que su hermano y su padre habían considerado siempre como un defecto en su carácter? El corazón comenzó a latirle con fuerza en el pecho cuando se acercó y le tomó la mano. Por mucho que lo intentó, Gillian no pudo evitar que las palabras se le escaparan de la boca.
—¿Cuál es la otra? —preguntó. Contuvo la respiración mientras él se llevaba su mano a los labios y le daba un beso en la muñeca.
—No podría dejaros recibir a la mañana siendo aún doncella —contestó.
Gillian negó con la cabeza y apartó la mano de él. O al menos lo intentó, pues la tenía agarrada con fuerza y no le permitió soltarse.
—Milord…
—Milady —replicó él.
—Os lo ruego… —se quedó sin voz al sentir cómo deslizaba la manga del vestido hacia abajo y la seguía con la boca para cubrirle la piel de besos. Gillian sintió las llamas en su interior y no logró encontrar los argumentos que momentos antes le parecían tan coherentes. Su cuerpo temblaba, y alzó la otra mano para intentar soltarse.
—No, milady —susurró él contra su piel, sin ni siquiera pararse mientras le atrapaba la otra mano y la colocaba sobre su pecho—. No podría permitirlo.
Con las manos atrapadas, Gillian se vio obligada a inclinarse hacia él. Buscó en su cara cualquier señal de rendición, pero no la encontró. Y, cuando Brice se volvió para mirarla y ella reconoció aquel brillo de deseo en sus ojos, supo que no tenía oportunidad de escapar a sus intenciones. Incluso cuando le soltó las manos, fue sólo por un momento, sólo para quitarle el velo. Se deshizo de la prenda de lino y la abrazó. Cuando la besó, Gillian perdió el sentido por completo y cualquier intento de centrarse en su plan, en un plan, en cualquier plan, fracasó al tiempo que su cuerpo se rendía bajo su hechizo.
Aquel beso comenzó como había comenzado el primero, pero luego cambió rápidamente y se convirtió en algo más exigente, más seductor y salvaje. Gillian sintió sus manos deslizándose por sus hombros y luego en su pelo; fue entonces cuando se entregó por completo al beso. Abrió la boca y permitió que le acariciara los labios con la lengua, lo que le produjo escalofríos por todo el cuerpo. La idea de que nunca la habían besado así se abrió paso en su mente por un instante.
Cuando Brice le soltó el pelo y deslizó una mano lentamente por su cuerpo, tocándola y acariciándole el cuello, y luego los pechos hasta detenerse sobre su vientre, Gillian se apartó de sus besos e intentó respirar. Un beso era una cosa, pero tocarla de esa manera tan íntima era…
Pecaminoso.
Prohibido.
Escandaloso.
No la obligó a aceptar sus caricias, pero tampoco apartó la mano de aquel lugar tan cercano a la unión de sus muslos. Un lugar en el que no había pensado mucho antes, pero que ahora ardía por algo desconocido. Y aquel ardor se extendió al ver el deseo en su mirada.
—Esto está mal, milord —susurró—. ¿No sabemos nada el uno del otro y aun así os acostaríais conmigo ahora?
—El rey me ha concedido estas tierras, este título y a vos, milady. A pesar de vuestros esfuerzos y los de vuestro hermano…
—Hermanastro —lo interrumpió ella.
—Eso