Sin esperar su permiso ni sus objeciones, la abrazó y la besó de nuevo; en esa ocasión hasta dejarla sin aliento y sentir su cuerpo pegado a él. Brice se rió contra su boca y siguió tocándola y saboreándola con la lengua, mientras se acercaba cada vez más a ese lugar íntimo.
Gillian sabía lo que pretendía. Sabía que se uniría a ella y la convertiría en su esposa en todos los sentidos, pero todos los argumentos de los que se había convencido a sí misma se evaporaron con el calor de sus caricias. Habiéndolo probado la noche anterior antes de intentar escapar, se preguntaba si lo que la había impulsado a huir sería el miedo a aquel hombre tan provocativo y a los sentimientos que despertaba en su cuerpo. Cuando deslizó los dedos entre sus piernas, Gillian arqueó el cuerpo y se tensó. Experimentó entonces la misma necesidad de escapar.
Intentó apartarse, pero las mantas y su brazo se lo impidieron. A pesar de sus movimientos, Brice no se detuvo en su avance, deslizó los dedos y comenzó a acariciar sus pliegues. Ella apartó la boca de la suya y tomó aliento, dispuesta a forcejear, pero su expresión la detuvo.
Sabía en su corazón que aquél era sólo un hombre, un nuevo noble, que reclamaba lo que consideraba suyo. Se trataba de marcarla de una manera que afectaría a su cuerpo, a su corazón y a su alma; de una manera que le resultaría imposible olvidar o ignorar. Pero, cuando lo miró a los ojos y vio el deseo en ellos, Gillian quiso creer que se trataba de un hombre que deseaba a una mujer… un hombre que la deseaba a ella.
Y de una manera en que ningún hombre la había deseado antes.
Incluso mientras las dudas se agolpaban en su mente para detenerla, se permitió creerlo, pues había pasado demasiados años sin ser deseada por nadie, y el dolor y la soledad de ese estado gritaban para ser exiliados de su alma.
Gillian cerró los ojos y permitió que la besara y la tocara, aun sabiendo lo que ocurriría. Aun sabiendo que nunca podría apartarse si le permitía poseerla.
Brice sintió el momento en que ella se rindió, pues su boca y su cuerpo se relajaron junto a él. No conocía sus razones, pues los intentos de la noche anterior habían terminado con él inconsciente y sangrando, pero su cuerpo lo instaba a dejar de lado las dudas y a reclamarla como suya.
Como su esposa.
Momentos antes, sus actos habían ido orientados a seducirla, pero ahora sólo la tocaba y la besaba para darle placer. Aunque deseaba que la primera vez que hiciera el amor con ella fuese en un lugar más cómodo y con más privacidad, Brice sabía que el resto de sus planes estaban basados en que su matrimonio soportara cualquier desafío de la iglesia o del rey, y eso significaba que no podía esperar.
Le mordisqueó los labios y luego la besó apasionadamente, juntó la lengua con la suya y succionó como pronto haría con sus pechos e incluso con ese lugar en el que tenía puestos los dedos. Ella no abrió los ojos, pero su cuerpo respondió a sus atenciones; al igual que el suyo. Su miembro creció, se endureció y quedó entre sus cuerpos, esperando.
Brice movió la mano y utilizó los dedos para abrirla y acariciarla más profundamente, disfrutando del calor y de la humedad de su cuerpo. Ella jadeó, y volvió a hacerlo cuando él deslizó la pierna entre las suyas.
—Abríos para mí —susurró con una sonrisa—. Dejad que os dé placer, esposa.
De alguna manera Gillian había logrado zafarse de las mantas y agarrarle la mano.
—Vuestros hombres… —susurró—. Nos oirán.
Aunque tenía su mano agarrada por la muñeca, Brice no dejó de moverse y frotó los dedos contra sus pliegues húmedos antes de introducir uno en su interior. Ella gimió y lo miró a los ojos.
—A mí no me importa. Pues nos oigan o no, vais a ser mía —prometió él.
Detuvo las caricias, la miró y esperó su reacción para ver si le permitía seguir; al menos sin luchar, pues estaba preparado para despojarla de su virtud allí mismo, y prefería hacerlo por el método del placer y de la seducción.
Aunque no lo esperaba, fue el cuerpo de ella el que respondió. Se arqueó contra su mano y pidió más. Brice no era tonto, y la miró intensamente para ver si ella accedía. Sus ojos turquesa se oscurecieron en aquel momento y luego se cerraron antes de besarlo. Fue un beso inocente, sólo el roce de sus labios, pero él lo aceptó como un consentimiento y la tocó una vez más.
Encontró lo que escondía entre los pliegues y la tocó para extender la humedad de su excitación con caricias lentas. Ella gimió contra su boca con cada caricia, así que le introdujo dos dedos.
Cuando supo que ya estaba lista, apartó la mano un instante y se desabrochó los pantalones para liberar su erección. Ella murmuró unas palabras, así que, en cuanto volvió a estar listo, la tocó de nuevo. Se colocó entre sus piernas, sustituyó la mano por su miembro y lo restregó contra sus pliegues.
Gillian abrió la boca y comenzó a respirar entrecortadamente. Brice deseó tener más tiempo. Más tiempo para asegurarse de que sintiese todo el placer, pero las exigencias del día seguían su curso, sus hombres se acercaban a la tienda y no podía retrasarlo más. Guió la erección entre sus piernas y la presionó contra ella.
Su cuerpo reaccionó como si fuera un chico joven e inexperto, y la sensación de sus músculos alrededor de su erección hizo que la penetrara con más rapidez de lo que había pretendido.
—Esposa —le susurró al acomodarse dentro de su cuerpo. Se apartó y volvió a penetrarla con un gemido—. Ya sois mía.
Todo el calor, todo el temblor y el estremecimiento que había sentido se esfumó cuando la penetró. En aquel momento su cuerpo detuvo su progreso por el camino del placer que Brice había creado y sintió sólo presión y un ardor intenso mientras la invadía con aquella parte de su cuerpo.
La embistió una, dos, tres veces y luego se detuvo. Su rostro abandonó entonces aquella expresión de deseo y pasión que la había tentado a caer, y se volvió rígido de una manera que ella no entendía. Respiraba entrecortadamente sobre ella; giró la cabeza y no la miró a los ojos. Aunque sujetaba casi todo su peso con los brazos, le temblaban del esfuerzo y Gillian esperó a lo que vendría después.
Esperó a que el placer se apoderase de ella. Esperó a emitir los sonidos que había oído en otras parejas cuando… hacían eso. Esperó a perder el control y dejarse arrastrar por la tentación y el pecado de la lujuria.
Esperó y esperó.
Brice apartó su cuerpo de ella y luchó contra las mantas y la capa para liberarse. Gillian simplemente se quedó mirando con una extraña sensación de distanciamiento, como si contemplara la escena a través de los ojos de otra persona. Si fuera sincera consigo misma, quería llorar por algo perdido, por algo que no había ocurrido, por algo… que no podía identificar.
Cuando Brice aflojó las mantas, ella se sacó la capa de debajo y se bajó el vestido y la túnica. No se atrevía a mirarlo mientras se alejaba del catre, y aprovechó ese momento para levantarse también.
Seguía queriendo llorar.
Era mucho más inquietante porque Gillian nunca lloraba. Vociferaba, gritaba, discutía o maldecía en ocasiones particulares, pero nunca lloraba. Aun así, de pie en mitad de aquella tienda, viéndolo por el rabillo del ojo, la rigidez de su garganta aumentó y el picor de sus ojos amenazó con desatar torrentes. Sólo podría ser peor si él intentaba ser amable.
—Ésta es la tienda de un soldado —le dijo mientras se acercaba con una jarra—. No está preparada para las comodidades de una mujer. Yo…
—Necesito unos momentos de privacidad, milord —dijo ella intentando controlar las lágrimas—. Y necesito aliviarme.
A su hermano siempre le incomodaba su descaro, y a aquel hombre parecía pasarle lo mismo, pues después de entregarle la jarra llena de cerveza, abandonó la tienda unos instantes. Cuando regresó llevaba un jarro, un cuenco pequeño