Estar en posición de fracaso permanente no da necesariamente acceso a una dimensión pedagógica válida. Un mal cantante tiene muchas posibilidades de ser un mal profesor. Es el caso al que acabamos de aludir con anterioridad.
Otra manera de generar maestros válidos consiste en orientar a cantantes profesionales auténticos hacia la carrera de enseñantes antes de que se encuentren en el crepúsculo de su actividad artística. Sus cualidades vocales aún no están deterioradas. Además, dejar los escenarios en pleno auge, ¿acaso no es la mejor solución? Sin esa sabiduría están en la imposibilidad de transmitir fácilmente el mensaje a sus alumnos y eso tanto más cuando su aparato auditivo corre el riesgo de estar fuertemente alterado.
Cuando se dan todas esas condiciones requeridas en lo que concierne al valor del profesor de canto y cuando se está seguro de estar en presencia de un excelente enseñante, ¿qué pasa con el alumno que está llamado a beneficiarse de esa enseñanza? ¿Qué cualidades debe presentar para que espere acceder un día a la profesionalidad, sostener una carrera tan exigente como la del canto? Esta vez le toca al profesor mostrarse circunspecto y dar prueba de discernimiento.
Llegados aquí uno se puede preguntar si una bella voz y una excelente técnica son suficientes para hacer del que está dotado de ambas un buen cantante. Durante mis años de joven especialista de la voz, sin duda habría respondido afirmativamente. Pero algunas desventuras al respecto me han permitido reorientar mi opinión. Una de entre ellas merece ser contada a título de ejemplo.
Tuve la oportunidad de seguir, educar o reeducar durante varios años los oídos de numerosos cantantes. En principio, eso consistía en estructurar sus potencialidades auditivas y suscitar todos los controles que exige la escucha. Después, en un segundo tiempo se trataba de revelar a través de una práctica las sensaciones despertadas por la aparición de una escucha de excelente calidad. Aclaro que el primer paso se hace gracias a unos conjuntos electrónicos de los que hablaremos en el transcurso de esta obra.
Así es como todas las noches durante veinte años, yo orientaba a los cantantes para que tomaran conciencia de sus sensaciones propioceptivas. En cuanto lo conseguían, estaba seguro de que serían capaces de reproducir por sí mismos los procesos de control que habían adquirido, puesto que sabían cómo desencadenar el conjunto de los mecanismos que conducen a ello. Esa ocupación profesional se llevaba a cabo todas las noches de las ocho a las once, así que, ¡acabé teniendo mucha práctica! ¡Cuántos cantantes de todas las categorías, franceses y extranjeros, líricos y otros, desfilaron por mi gabinete!
Un cristal excepcional
Entretanto, gracias al proceso educativo que acabo de mencionar, tuve la ocasión de “revelar”, en el sentido real del término, una voz que merecía el calificativo de excepcional. Pocas veces he tenido la posibilidad de escuchar una voz tan bella, tan densa, brillante y cálida, de una extraordinaria extensión, pudiendo desplazarse desde unos graves suntuosos hasta un punto álgido de una coloración deslumbrante. Esa cualidad iba acompañada de una técnica perfecta. La candidata en cuestión podía permitirse holgadamente todas las fantasías de la escritura musical. Para ella no existía ningún obstáculo. Escucharla era una maravilla. Ponerla a prueba todas las noches también era una joya para el grupo. Ella brillaba permanentemente y sin hacer esfuerzo alguno.
Dotada de un instrumento del cual sabía extraer todos los acentos con una virtuosidad poco común, tenía por delante un porvenir lleno de promesas. Sin embargo, no hizo carrera. En efecto, había alcanzado su cima en cuanto a la interpretación del virtuosismo en algunos aspectos. El equipo la apoyaba de manera especial, deseando que al fin ella se revelara en los escenarios.
Mientras que todos empezaban a entrar en el mundo profesional, nuestro excepcional ruiseñor permanecía inmovilizado en sus maravillosos trinos, para los que era, a decir verdad, única e inigualable. Pasaron los años, al menos dos o tres, durante los cuales, y en pro de ese cristal tan fabulosamente luminoso, mi esposa y yo mismo, habíamos tomado a esa cantante bajo nuestra protección con la finalidad de hacer emerger una carrera tan merecida. Por lo menos así lo creíamos nosotros... Pero nuestra protegida no era una artista. Todos lo habíamos olvidado, deslumbrados por el resplandor de esa voz tan bella y cálida. Se anunciaban audiciones pero no daban paso al futuro. Uno tras otro los directores, siempre fascinados al inicio, se decepcionaban en cuanto se trataba de pasar al estadio de una verdadera interpretación.
Empezando a cansarnos de ese despegue tan difícil pero aún animados por el resplandor de la sonoridad de ese cristal incomparable, manteníamos a nuestra joven cantante cerca de nosotros como ejemplo para todos los que estaban allí para trabajar. Grande fue nuestra sorpresa cuando nos comunicó que por fin estaba contratada. Es inútil precisar cómo, en unas décimas de segundo, nos sentimos invadidos por una alegría profundamente sentida. El entusiasmo nos duró el tiempo justo de recibir una aclaración por su parte. Era cierto que estaba contratada; y era igualmente cierto que por fin tenía trabajo. En efecto, ¡llevaba tres días empleada en la Seguridad Social! Ante tal noticia los brazos se me desplomaron; fue como si me hubieran cortado las piernas.
¿Qué decir ante un resultado tan lamentable en relación con el esfuerzo prodigado? No me cabe la menor duda de que fue muy feliz en su trabajo cotidiano. Era una joven formal y valiente, pero desprovista de todo sentido artístico. Es cierto que poseía una voz llena de colores; asimismo tenía una habilidad poco común para distribuirlos, pero, sin ninguna duda, era incapaz de componer un cuadro artístico con todo eso. Imagino que debió redondear su economía con algunos cachés de fin de semana interpretando dos o tres arias. Nunca más supimos de ella.
Así, esa voz de oro, ese maravilloso cristal, no encajaba con lo que hace a un artista, ese algo más importante que el resto, en verdad.
El virtuoso
Desde ese momento podemos imaginar qué sucede con los verdaderos artistas sin una bella voz que saben transportar a un público experimentado. Todavía recuerdo la carrera de Víctor Forti, antiguo barítono, poco agraciado por su voz sorda y sin brillo. Se habría dicho que cantaba dentro de algodón. A pesar de las grandes cualidades artísticas y musicales que poseía, su carrera de barítono fue rápidamente acortada a base de fracasos sonados en la Opéra-Comique. Pero a partir de ahí supo adentrarse con buen criterio en una vía en la cual pudo sobresalir por su musicalidad y su inteligencia. Y Dios sabe que no carecía de ambas. Optó por el repertorio wagneriano, cambiando así de tesitura. De hecho, transfería sus resonancias acolchadas a un registro apenas más elevado.
Rápidamente se convirtió en el especialista de la época, hasta el punto de transformar, en Francia y dentro del mundo teatral, la imagen que se podía tener del tenor wagneriano. Parecía haberse convertido en el prototipo de ese género, una especie de tenor baritonal o de barítono tenoral con voz sin brillo.
Le escuché por primera vez en Marsella, alrededor de 1930, en Tannhäuser. Él sustituía a Georges Thill que había asumido algunas representaciones antes de su llegada. El resplandor de la voz de este último no facilitaba la labor de nuestro nuevo artista. El primer acto fue tormentoso, sin aplausos. Algunos silbidos denotaron el descontento de un público conocido por ser ferviente aficionado. El espectáculo prosiguió. Progresivamente, una calidez comunicativa se puso a circular por la sala suscitando una relación bien distinta que, en el último acto, desencadenó un auténtico estallido de entusiasmo.
Ese gran artista conocía a Wagner como nadie, en todos sus temas. Le volví a ver muchas veces dado que era amigo de mi padre. Pasé varios períodos de vacaciones junto a él en su propiedad de Houdan, y debo confesar que supo iniciarme en ese monumental lenguaje teatral como nadie habría sabido hacer. ¡Wagner debía ser el único en superarle en ese ámbito! Él se había convertido en la