El matrimonio de Rafe había terminado de manera mucho menos espectacular, pero aquella ruptura continuaba afectándole. No echaba de menos a su mujer, claro que no, pero continuaba inquietándole el no haber averiguado en qué se había equivocado.
–Supongo que una profesional sabrá cómo hacer las cosas –dijo–. Nina me ha prometido que puede ayudarme a encontrar exactamente lo que estoy buscando.
–¿Y la crees?
–No confío lo suficiente en mí mismo como para pensar que puedo hacer las cosas bien.
Shane asintió lentamente.
–Me encantaría decirte que eres un idiota, pero no puedo. Yo tampoco he vuelto a confiar en el amor. Los dos necesitamos a una mujer sensata. Una mujer que sea también una amiga. Nada de grandes altibajos sentimentales.
Debería haber sonado perfecto, pero Rafe pensó en aquella posibilidad con una sensación de vacío en el pecho.
–Si a ti te funciona, avísame –le dijo a su hermano.
Shane se echó a reír.
–¿No te he convencido?
–Lo siento, pero no.
Shane se inclinó contra una de las paredes del establo.
–En serio, es muy inteligente.
Heidi había pasado las últimas dos horas confirmando que sabía todo lo que había que hacer para cuidar de los carísimos caballos de Shane. Ella estaba dispuesta a admitir que eran unos animales preciosos, ¿pero de verdad eran tan inteligentes como su orgulloso dueño proclamaba?
–No te creo.
Shane sacó una bolsa de plástico con unos trozos de manzana del bolsillo de su camisa.
–Wesley, ¿quieres un poco de manzana?
El caballo alzó y bajó la cabeza.
Heidi sonrió.
–Ha sido una coincidencia.
–Sabía que dirías eso –volvió a prestar atención al caballo–. ¿Cuántos pedazos quieres?
El caballo vaciló un instante, como si estuviera pensando la pregunta, después, golpeó dos veces la puerta de su cubículo.
–¿Dos? ¿Estás seguro?
El caballo asintió.
Heidi se echó a reír.
–De acuerdo, tú ganas. Estoy impresionada. Supongo que tienes mucho tiempo para poder entrenarlos.
–A veces el invierno se hace muy largo –admitió mientras le daba al caballo la manzana.
Shane se apartó a un lado.
–Siempre y cuando Wesley no espere de mí que le lea o que le enseñe matemáticas, nos llevaremos bien –le dijo Heidi.
–Estoy convencido.
–Tienes un seguro, ¿verdad?
Shane la miró de reojo.
–Muy graciosa.
Justo en ese momento llegó una furgoneta y sonó un claxon.
–Tengo un paquete para ti –dijo la mujer que había detrás del volante.
–¿Has estado de compras? –preguntó Shane.
–Algo así –contestó Heidi.
Sospechaba que el paquete contenía la pintura especial que Annabelle le había sugerido que comprara a través de Internet. La repartidora rodeó el vehículo y sacó una caja de la parte de atrás.
–Tendrás que firmar –le dijo.
Heidi se acercó a ella y garabateó su firma en una tablilla electrónica. Antes de que hubiera podido ir a por la caja, ya la había recogido Shane.
–¿Dónde quieres que la deje?
Heidi se despidió con un gesto de la furgoneta que se alejaba y señaló hacia el cobertizo de las cabras.
–Allí, por favor.
Al cabo de un par de días, Annabelle y Charlie irían a ayudarla a pintar las cuevas. Heidi sabía que no tenía otra opción, pero aun así, no se encontraba cómoda sabiendo que iban a fingir un hallazgo arqueológico. Al parecer no era una persona preparada para el delito, ni siquiera para la mentira.
Afortunadamente, Shane no preguntó por el contenido del paquete y lo dejó donde le había pedido sin decir una sola palabra. Volvieron a salir los dos.
–Probablemente debería sentirme culpable por financiar tus delitos.
Heidi abrió los ojos como platos y retrocedió instintivamente.
–¿Perdón?
¿Cómo habría podido averiguar lo que se proponía?
Shane la miró con el ceño fruncido.
–¡Era una broma! Sé el problema que tienes con el rancho y que estás intentando reunir el dinero que tienes que devolverle a mi madre. Con lo que estoy pagando saldarás parte de la deuda.
Heidi respiró y suspiró disimuladamente de alivio.
–¿Y te parece bien?
–¿Quieres que te sea sincero? La verdad es que no. Preferiría que mi madre se quedara aquí. Ella adora este rancho. Siempre le ha gustado. Y a mí también. Preferiría que fuerais capaces de encontrar una solución de consenso.
Heidi pensó en los planes que Rafe tenía para el rancho.
–A mí también me encantaría, pero creo que «consenso» no es la palabra preferida de tu hermano.
–Ya has tenido oportunidad de conocerle, ¿verdad?
Heidi sonrió.
–Más de una.
–En ese caso, sabrás que Rafe siempre está decidido a ganar. Es algo que viene de cuando éramos niños.
–Te refieres a que tuvo que hacerse cargo de la familia, por lo menos hasta el punto en el que un niño puede hacerse cargo.
–Así que ya conoces la historia.
–No del todo, conozco parte. Pero sé que tu hermano no es una mala persona.
–¿Solo un poco difícil?
–Digamos que sí.
Sentía la mirada de Shane sobre ella, pero no iba a decir nada más. Sus sentimientos hacia Rafe eran muy complicados. Si no estuviera planificando la construcción de una urbanización a espaldas de todo el mundo, le gustaría mucho más. Y si no hubiera hecho el amor con él, le resultaría mucho más fácil despreciarlo.
–Todo va a salir bien –le aseguró Shane.
–¿Puedes ponerlo por escrito?
Shane posó la mano en su brazo.
–¿Hueles eso?
Heidi inhaló. Llegó hasta ella el olor de la carne y la salsa de la barbacoa.
–¿Qué es?
–La cena. Mi madre está preparando sus famosas costillas. En cuanto las pruebas, todo te parece mucho mejor.
–Eres un hombre muy sencillo.
–Sé lo que me gusta.
–Una cualidad excelente –se mostró de acuerdo Heidi, pensando