–¡Estoy segura! –Heidi intentaba aferrarse a su enfado. Era lo único que podía hacer para no ceder a las lágrimas–. He visto la documentación. Ha supervisado todo el rancho, ha contado hasta la última hectárea. No sé cómo ha podido hacerlo sin que le hayamos visto. Aunque, claro, ahora siempre hay trabajadores entrando y saliendo del rancho. Por supuesto, ha tenido la generosidad de dejarle a su madre la casa principal y algo de terreno para los animales. Pero eso es todo. El resto quiere llenarlo de casas baratas.
Agarró el vaso de té frío con las dos manos.
–He sido una estúpida. Me ha utilizado. Durante todo este tiempo, yo pensaba que estaba siendo amable conmigo. Incluso me dio los nombres de tres personas que podían ayudarme a empezar a vender mi queso en Asia. Pensaba que lo hacía porque éramos amigos. Pero no es así. El problema es que se siente culpable. O peor aún, a lo mejor solo estaba intentando distraerme. No somos amigos. Para él, solo soy un obstáculo en medio de su imperio de casas baratas. ¡Quiere acabar con todo! ¡Va a convertir un terreno maravilloso en una urbanización, y no puedo hacer nada para impedirlo!
A pesar de su furia, sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.
–No puedo dejar que nos gane. ¿Adónde iríamos Glen y yo? Tengo cabras, necesito los pastos. Y las cuevas son perfectas para curar los quesos. Además –se le quebró la voz y agarró una servilleta–, es mi hogar. Yo no quiero marcharme de Fool’s Gold.
Charlie y Annabelle le apretaron cariñosamente el brazo.
–No tendrás que marcharte –le prometió Annabelle–. Ya encontraremos una solución. Pero me cuesta creer que esté haciendo todo esto en secreto.
–Espera ganar –dijo Charlie con rotundidad–. ¿Y por qué no va a esperarlo? Con tanto dinero y con sus influencias, él no vive como el resto de nosotros. Estoy segura de que cree que deslumbrará a la jueza con su proyecto.
–Ni siquiera tendrá que hacerlo –respondió Heidi, secándose las lágrimas–. Incluso en el caso de que los representantes estén interesados en mi queso, pasará bastante tiempo hasta que empiece a ganar dinero. No puedo esperar durante semanas, y menos aún durante meses. En el caso de que podamos esperar hasta mediados de verano a que nos llame, tendré suerte si para entonces he conseguido ahorrar diez mil dólares. Y eso es menos de un diez por ciento de lo que Glen le quitó a May. Además, May está completamente instalada en el rancho. Le pidió a Rafe que arreglara la cerca y ahora está ampliando el establo. Hasta ha comprado animales.
Siguieron cayendo las lágrimas.
–No podré devolverle todo ese dinero.
–No tienes por qué hacerte cargo de las reparaciones –le recordó Annabelle–. La jueza no puso esa condición.
–Lo sé, pero me preocupa lo que pueda pensar la jueza si May sigue perdiendo dinero.
–¿Crees que May está al corriente del plan de Rafe? –preguntó Charlie–. ¿También forma ella parte del proyecto?
Heidi se había hecho ya aquella pregunta. Negó lentamente con la cabeza.
–Me cuesta creerlo. Es una mujer auténtica. En el caso de que hubiera estado realmente enfadada por lo que hizo Glen, habría insistido en que se quedara en la cárcel, pero no lo hizo. Además, ella adora el rancho y eso no es compatible con esa urbanización. Todo esto tiene que ser cosa de Rafe.
Eran muchas las cosas que ni siquiera se atrevía a decir. Había empezado a enamorarse de Rafe. Había comenzado a confiar en él. La noche anterior había hecho el amor con Rafe entregándose de todas las formas posibles. Había sido una auténtica estúpida.
–Creo que está intentando distraerme de sus verdaderas intenciones –musitó, esperando que el dolor que sentía en el pecho se debiera más al orgullo herido que a un corazón roto–. Por eso se muestra tan dispuesto a colaborar –tragó saliva cuando comprendió cuál era la verdad–. Todo es cosa del casino. Quiere construir casas para la gente que trabajará allí. Fui yo la que le llevé hasta el casino. Atenea se escapó y él vino conmigo a buscar a las cabras. Entonces lo vio.
–Estoy segura de que podremos solucionarlo –le aseguró Annabelle.
–¿Tienes idea de cómo? –preguntó Charlie–. No quiero parecer negativa, pero desear algo no es lo mismo que conseguirlo.
–Tiene que haber una forma de detenerle –Annabelle posó los codos en la mesa y apoyó la cabeza entre las manos–. ¿Qué puede interponerse en un proyecto de construcción?
–Leyes, regulaciones, calificaciones del suelo –respondió Charlie animada–. Podríamos hablar con la alcaldesa. Tú le caes mejor que Rafe. Seguro que se pone de nuestro lado.
–No la conozco tanto –respondió Heidi–. Además, ¿por qué iba a estar en contra de que se construyan todas esas casas? ¿La alcaldesa no quiere que Fool’s Gold crezca?
–Claro que sí, pero no de esa forma –respondió Annabelle.
–¿Por qué no? Todos esos trabajadores necesitarán una casa en la que vivir. El rancho es perfecto –Heidi parpadeó para alejar las lágrimas–. Ese es precisamente el problema. ¿A quién le van a importar mis cabras y mis sueños comparados con toda esa gente?
–No renuncies –la aconsejó Charlie–. Encontraremos algo. Si no tenemos la ley a nuestro favor, ¿qué tal si recurrimos a los medios de comunicación? Hay muchos grupos que odian el tipo de cosas que Rafe pretende hacer. Podemos ponernos en contacto con ellos.
–Desgraciadamente es un hombre con una gran reputación en la industria –repuso Annabelle sombría–. Construye respetando las leyes, paga unos salarios justos, se ocupa de la tierra que trabaja, y etcétera, etcétera.
–¡Qué mala suerte! Tiene una personalidad repugnante –Charlie se hundió en la silla–. Todo esto apesta.
La impotencia se sumaba a la sensación de traición. Debería haber imaginado que Rafe era demasiado bueno como para ser verdad, se regañó Heidi. Aquel hombre...
–¡Ya lo tengo! –Annabelle golpeó la mesa con las dos manos–. Ya sé lo que podemos hacer.
Heidi se la quedó mirando fijamente.
–¿Qué?
Annabelle sonrió. Los ojos le brillaban de emoción.
–¿Os acordáis del último derrumbe que hubo en los terrenos de construcción del casino? Se derrumbó parte de la montaña y quedó al descubierto todo ese tesoro Máa-zib? Vino la prensa y tuvieron que dejar de construir en esa zona para que los expertos del museo vinieran a investigar el hallazgo.
–No creo que haya ningún tesoro en el rancho –replicó Heidi–. No hay ninguna montaña.
–Pero hay cuevas.
Heidi dudaba.
–Ha habido gente explorando aquellas cuevas durante años. Si hubiera algún tesoro, lo habrían encontrado.
–Quizá sí o quizá no. Y a lo mejor se puede encontrar algo más que oro.
–No sé de qué estás hablando –le dijo Heidi.
Annabelle se inclinó hacia delante y bajó la voz.
–De pinturas rupestres. ¿Y si en la cueva hubiera pinturas rupestres de un valor incalculable?
Jo les llevó en aquel momento las hamburguesas.
–¿Algo más? –preguntó.
–No, gracias –contestó Charlie, y esperó a que se alejara para continuar–. Rafe todavía está en la fase de los planos. Aunque encontraran oro o unas pinturas rupestres en las cuevas, no podrían obligarle a renunciar a algo que ni siquiera ha empezado.
–Completamente de acuerdo –Annabelle