Por supuesto, se alegraba de ver a su hermano. Shane y él siempre se habían llevado bien.
–Ya era hora de que diera un paso adelante –respondió Shane–. Llevo demasiado tiempo trabajando para otros. Quiero empezar a criar una raza propia. Ya estoy trabajando en ello. He comprado un semental nuevo que es perfecto –Shane dio otro sorbo a su cerveza y se encogió de hombros–. Aunque tiene un carácter endiablado. Pero conseguiré dominarlo.
Rafe miró hacia la cocina, donde May cocinaba feliz para su hijo.
–¿Ya te ha dicho mamá que el rancho todavía no es suyo? Teóricamente, la jueza puede dictar sentencia a favor de Heidi.
–Sí, teóricamente –Shane sonrió–. Vamos, Rafe, tú no vas a dejar que eso ocurra.
–Es cierto, pero hasta entonces, no deberías hacer planes.
–Tengo fe en ti, hermanito. Terminarás ganando, como siempre.
Rafe miró hacia el techo, sintiéndose ligeramente incómodo con aquella conversación. Aunque pensaba ganar, no estaba preparado para que Heidi lo supiera. Sobre todo después de la noche anterior.
Le bastaba pensar en lo que había ocurrido para que le entraran ganas de sonreír como un estúpido. Estar con Heidi había sido mucho mejor de lo que había imaginado, y eso que era mucho lo que había imaginado. Al recordarla en su cama, le ardía la sangre. Pero no era algo que le apeteciera experimentar estando en la misma habitación de su hermano, así que desvió la atención hacia los caballos que Shane había descargado.
–¿Has venido conduciendo desde Tennesse con seis caballos de carreras? –le preguntó.
–En los aviones no me venden asientos para ellos, así que no tenía otra opción. Pero están perfectamente. Ahora podrán descansar un tiempo mientras yo vuelvo al este a terminar un trabajo.
–¿Te vas?
–Volveré dentro de unos días.
–¿Y qué va a pasar con los caballos?
Shane bebió otro sorbo de cerveza y sonrió.
–Me extraña que lo preguntes.
–¡De ningún modo! ¡No pienso hacerme cargo de ellos!
–Alguien tendrá que hacerlo –Shane parecía más enfadado que preocupado–. ¿Qué tienes que hacer durante todo el día que no te queda tiempo para cuidar a mis caballos?
–Dirigir un negocio, para empezar.
Aunque la verdad era que no le estaba dedicando mucho tiempo a su empresa. Aunque solo estuviera a unas horas de distancia de San Francisco, tenía la sensación de que vivía a todo un mundo de distancia. Parecía encajar bien en el rancho. O a lo mejor la clave de todo era Heidi. En cualquier caso, no veía nada malo en ello.
–Yo me encargaré de ellos –dijo una voz femenina.
Ambos alzaron la mirada. Rafe vio que Heidi acababa de entrar en el cuarto de estar. Por lo menos no le había oído decir que pensaba quedarse con el rancho. Seguramente eso habría cambiado el tono de su relación.
Shane se levantó.
–Buenas noches, señora.
Heidi se echó a reír.
–Aunque supongo que May estaría encantada con esta muestra de buena educación, si vuelves a llamarme «señora» les daré tus botas favoritas a las cabras. Yo soy Heidi y supongo que tú eres Shane. Encantada de conocerte.
Shane dio un paso adelante y se estrecharon la mano. Durante aquel breve segundo de contacto, Rafe se sintió tenso. La necesidad de reclamar a Heidi como suya, de decirle a su hermano que se apartara, estuvo a punto de superarle. Se reprimió porque tanto él como Heidi habían quedado de acuerdo en que nadie tenía que enterarse de lo que había pasado la noche anterior. Pero no le hizo ninguna gracia la forma en la que le sonrió su hermano.
–Yo también me alegro de conocerte –respondió Shane.
–Y ahora que ya nos hemos presentado, háblame de tus caballos.
–Tengo seis. Todos pura sangres. Con mucho carácter, pero buenos animales. ¿Sabes algo de caballos?
Heidi metió las manos en los bolsillos traseros de los vaqueros, haciendo que su pecho se arquera hacia delante. Rafe se dijo a sí mismo que era un gesto inconsciente. No estaba coqueteando con su hermano, no estaba intentando que se fijara en la feminidad de sus curvas. Aun así, deseó interponerse entre ellos, cambiar el rumbo de la conversación.
–Cuidamos a dos caballos en el rancho. Soy yo la que se encarga de ellos. Si quieres, puedes ir a verlos y llamar a sus propietarios para pedir referencias.
–Si el precio es justo, me interesa –contestó Shane.
–Podríamos ir al establo después de cenar –Heidi sonrió–. Puedes decirme lo que esperas de mí y después podemos negociar.
–Me gusta como suena eso.
–Muy bien, muy bien –incapaz de aguantarse, Rafe se acercó hacia ellos–. Heidi está fuera de tu alcance. Mamá y yo estamos viviendo aquí.
Shane frunció el ceño.
–¿Y eso qué tiene que ver con esto?
Rafe esperaba que Heidi lo comprendiera, que apreciara su deseo de protegerla. Pero en cambio, pareció enfadarse.
–Rafe tiene unas ideas un tanto peculiares sobre cómo deben hacerse las cosas –contestó–. Y sobre qué pertenece a quién.
Rafe tenía la sensación de estar perdiéndose una parte importante de aquella conversación, algo que le parecía imposible. Había estado allí en todo momento. Pero entonces, ¿por qué no sabía a qué se refería Heidi?
Shane le pasó el brazo por los hombros a Heidi.
–Rafe tiene ideas peculiares sobre muchas cosas.
A Rafe no le estaba haciendo ninguna gracia lo que estaba pasando allí, pero antes de que hubiera podido protestar, sonó su teléfono móvil.
Lo sacó del bolsillo, miró la pantalla y gimió.
–Nina –musitó.
–¿Quién es Nina? –preguntó su hermano.
–Su casamentera –le explicó Heidi–. Está en San Francisco. La ha contratado para que le encuentre a la esposa perfecta.
Lo único bueno que salió de aquel tema de conversación potencialmente desastroso fue que Shane dejó caer el brazo y se volvió hacia Rafe.
–¿Has contratado a una persona para que te busque esposa? –Shane se echó a reír mientras formulaba la pregunta. Le palmeó la espalda a su hermano–. ¿Me estás diciendo que a pesar de ser millonario no has sido capaz de conseguir una chica?
Rafe pulsó una tecla para rechazar la llamada.
–Puedo conseguir perfectamente una chica.
–Supongo que eso es verdad –terció Heidi–. La pregunta es: ¿puedes conservarla?
Y sin más, se marchó.
Shane soltó un largo silbido.
–No sé lo que está pasando aquí, pero tengo la sensación de que has metido la pata en algo.
–Eso parece.
No podía culpar a Heidi por estar enfadada. No habían tenido oportunidad de hablar en todo el día y de repente le veía recibiendo llamadas de la persona a la que había contratado para encontrar esposa. No podía culparla por desear ver su cabeza clavada de un palo.
–¿Mamá lo sabe?
Rafe miró a su hermano con el ceño fruncido.
–¿El qué?