Álvaro no es un “Capitán de barandilla” a los que tan habituados estamos. Es un navegante de los de verdad. Es realmente increíble el arrojo y la osadía que demuestra el “Corto Maltés” y su Capitán, claro, para realizar las travesías que constan en el cuaderno de bitácora de este navegante cántabro.
Contrariamente a lo que parece, muchas veces es más complicado navegar en agua dulce que en agua salada. Los calados, las esclusas, las diferentes directrices en diferentes compuertas incluso dentro del mismo río, dificultan seriamente la navegación fluvial. El tema de los calados es particularmente importante; yo lo experimenté en el río Amazonas con el JoTaKe.
Si el golfo de Bizkaia es de por sí bastante complicado en lo que a navegación se refiere, no hablemos de la Bretaña francesa donde las mareas alcanzan alturas imposibles de imaginar (Mont Saint Michel 16 metros) y las corrientes provocadas por dichas mareas condicionan constantemente la navegación costera entre islotes.
Cuando me preguntan qué hace falta para navegar, yo respondo “querer navegar”; pues que se lo pregunten a Álvaro que con 23 pies y mucho de “querer navegar” ha hecho singladuras que muchos capitanes de dique seco son incapaces de hacer con sus veleros de cincuenta pies.
Felicidades Álvaro por este nuevo regalo que nos haces con “Ladrar al espejo”, y que la buena mar y los vientos favorables te acompañen siempre.
Santiago González Zunzundegui
Navegante transmundista, capitán del JoTaKe y autor de
“Aventura a toda vela”.
Capítulo 1
Los peligros de la circunnavegación de Francia, y el porqué del título
Cuando empecé a preparar esta navegación de la vuelta a Francia estaban recientes los muchos problemas de nuestro viaje anterior a la Isla de Elba, que incluyeron un accidente en el remolque que nos retuvo cuatro días en el puerto de Getxo, problemas con el fueraborda que nos inmovilizaron diez días en Port Saint Louis du Rhône, problemas administrativos en el permiso de transporte internacional por carretera que nos bloquearon tres días en Narbona, y muchos golpes de mistral que nos detuvieron doce días en distintos puertos. No me considero un rumiador de preocupaciones, pero estaba inquieto por los recuerdos de Elba y por la bibliografía que consultaba, que no paraba de citar posibles desgracias y puntos peligrosos en el viaje por Francia que proyectaba.
No podía asegurar que nadie lo hubiera hecho antes. Lo que era seguro es que muchísimos navegantes habían hecho la costa francesa y muchísimos otros habían bajado barcos de los países nórdicos al Mediterráneo por los canales y los ríos. Lo que dudaba, y quizás fuera el mérito de mi propósito, es que alguien hubiera cerrado el círculo completo porque, como en nuestra vuelta a España en 2012, para bajar al Mediterráneo por las aguas interiores se necesita un barco de poco calado y por lo tanto pequeño, que es el que da mal la talla en las costas abiertas del Finisterre francés y en las poderosas corrientes del Canal de la Mancha. Los de la revista francesa “Voiles et Voiliers” dieron lo que ellos llamaron “la vuelta a Francia” en un Sun 2500, pero se limitaron a las costas (no cerraron el círculo por las aguas interiores), la costa atlántica la hicieron de Norte a Sur (yo intentaba hacerla “a la mala”, de Sur a Norte, contra el viento y la corriente dominantes), cambiaban de tripulación cada semana (la gente siempre estaba “fresca”) y tenían un equipo de apoyo en tierra que les ayudaba en las dificultades, cosa que yo no tendría. Sus reportajes me ayudaron mucho en la preparación de esta travesía, pero desde luego las circunstancias no serían las mismas. Además su barquito era un poco mejor que el Corto Maltés, con motor interior y más potente, y timonería doble que les permitía varar sin puntales. A pesar de sus mejores opciones se quedaron más de una vez varados en sitios imprevistos por sorprenderles la bajamar, y también en más de una ocasión tuvieron que volver al puerto de salida por no poder con una corriente de marea contraria.
Y no sólo tienen problemas los aficionados. El mismísimo François Gabart, uno de los mejores marinos profesionales de Francia que acababa de batir el récord de la vuelta al mundo en solitario en 42 días y pico, confesó en una entrevista en “Voiles et Voiliers” de febrero de 2018 que a él también le ocurrió. Cuando navegaba entre las islas de Molène y Ouessant, en el Finisterre francés por donde pasaríamos nosotros, se acercó mucho a
Ouessant, la más exterior, se quedó desventado por la isla, contra el viento y la corriente, y estuvo navegando marcha atrás. Como ya había pasado la línea de llegada todo su equipo de apoyo, que estaba recibiéndole, saltó a bordo para ayudarle con la maniobra. Y por si fuera poco muchos navegantes de la vuelta al mundo han confesado que la parte más difícil de la circunnavegación fue el golfo de Vizcaya, que ocuparía la tercera parte de nuestro viaje. Yo me había preparado para esas dificultades y lo que más me preocupaba era el aguante de mi barco del año de la pera (tenía ya más de treinta años) y no el de la tripulación.
De la experiencia de todas esas lecturas, y sin pretender en absoluto impartir doctrina, fui preparando en sucio un catálogo de las dificultades que me encontraría y a las que fui anticipando soluciones:
1.Las corrientes
En la zona atlántica de Francia la marea puede subir y bajar más de catorce metros en vertical. Ello hace que en los pasos estrechos se creen corrientes de hasta once nudos. Cualquiera comprende que si la masa de agua debe subir catorce metros por efecto de la luna, un estrecho no va a detenerla, y seguirá su curso a más velocidad. Es imposible afrontar un estrecho con una corriente contraria de más de dos a tres nudos, el Corto Maltés se quedaría allí quieto como un centinela o iría marcha atrás. Por eso es vital calcular la hora de entrada en cualquier estrecho, esperar fondeado o en puerto hasta que tengamos la marea a favor, y estar seguro de que por la duración del trayecto no nos alcanzará la inversión de la corriente en mitad del paso.
Los errores a evitar:
Afrontar el paso si el viento sopla fuerte contra la corriente. En estos casos se levantan unas olas rompientes muy peligrosas que pueden volcar el barco.
Fiarse del motor. Hace falta un motor muy potente para avanzar contra una corriente de once nudos, el barco estaría casi parado y la avería más tonta (una simple bolsa de plástico trabada en la hélice) puede conducir al drama. Desde luego con mi fueraborda de 8 CV no podía contar para luchar contra esas corrientes.
Llevar demasiada vela con el viento a favor. Aunque la mejor opción es pasar con el viento y la corriente en la misma dirección, a nuestro favor, hay que tener en cuenta que la velocidad del viento aparente aumentará mucho en cualquier rumbo que no sea la empopada. Si entramos con veinte nudos de viento y la corriente avanza a diez nudos, el viento aparente sobre las velas será de veinticinco a treinta nudos (!). Por lo tanto, con viento fuerte a favor de la corriente hay que entrar en el estrecho con las velas rizadas.
Quedarse sin gobierno por falta de velocidad sobre el agua. Si entramos en el paso con muy poco viento y avanzamos solo por efecto de la corriente, el timón no funciona. En efecto, el timón necesita un flujo de agua para orientar el barco, pero si el barco se mueve a la misma velocidad que el agua que le transporta se queda muerto, y puedes chocarte contra una boya o un escollo sin que el timón te obedezca.
Intentar pasar con niebla o mala visibilidad.
Las principales zonas de corrientes que cruzaríamos en la vuelta a Francia eran:
En primer lugar las que esperaba poder evitar, la entrada a Arcachon, el estuario de la Gironde y la entrada al golfo de Morbihan, que ya conocía de navegaciones anteriores y pretendía pasar de largo. Pero puede ser que la meteorología dictase lo contrario y tuviéramos que atravesarlas.
El