«Y aquél contesta: “No, señor, no lo vi”».
«Entonces el rey Yāma le dice: “Pero, buen hombre, ¿es que nunca viste entre la gente a una mujer o a un hombre de ochenta, noventa o cien años de edad, achacoso, curvo como el arco de una bóveda, jorobado, sosteniéndose con un bastón, andando tembloroso, enfermizo, habiendo perdido la fuerza de la juventud, con los dientes rotos, lleno de canas, con poco pelo o calvo, y con la piel arrugada y llena de manchas?”».
«Y el hombre responde: “Sí, señor, lo he visto”».
«Entonces el rey Yāma le dice: “Buen hombre, ¿es que nunca se te ocurrió, teniendo conocimiento y madurez, que: ‘También yo he de envejecer y no puedo evitar la vejez. Voy a aprovechar para realizar buenas acciones con el cuerpo, la palabra y el pensamiento’?”».
«No, venerable señor, no caí en ello. Fui negligente, venerable señor».
«Entonces, el rey Yāma dice: “Por negligencia, buen hombre, no hiciste el bien con el cuerpo, la palabra y el pensamiento. Así pues, ahora serás tratado como corresponde a tu negligencia. Tu mala acción no la hizo ni tu madre ni tu padre, ni tus hermanos, hermanas, amigos o compañeros, ni tus familiares, ni los dioses, ni ascetas o brahmanes, sino que solamente tú has cometido esta mala acción, y eres tú quien deberá recoger su fruto”».
«Entonces, el rey Yāma, monjes, tras haberle preguntado, interrogado, y recordado el primer mensajero divino, le pregunta, interroga y recuerda el segundo mensajero divino: “¿Es que nunca viste, buen hombre, al segundo mensajero divino que se presenta a los seres humanos?”».
«No, venerable señor, no lo vi».
«Pero, buen hombre, ¿es que nunca viste a una mujer o a un hombre que estuviera enfermo, padeciendo dolores, extremadamente débil, cayéndose y yaciendo sobre sus propias heces, teniendo que ser levantado por otros y llevado a la cama por otros?».
«Sí, venerable señor, lo he visto».
«Buen hombre, ¿es que nunca se te ocurrió, teniendo conocimiento y madurez, que “También yo he de enfermar y no puedo evitar la enfermedad. Voy a aprovechar para realizar buenas acciones con el cuerpo, la palabra y el pensamiento”?».
«No, venerable señor, no caí en ello. Fui negligente, venerable señor».
«Entonces, el rey Yāma dice: “Por negligencia, buen hombre, no hiciste el bien con el cuerpo, la palabra y el pensamiento. Así pues, ahora serás tratado como corresponde a tu negligencia. Tu mala acción no la hizo ni tu madre ni tu padre, ni tus hermanos, hermanas, amigos o compañeros, ni tus familiares, ni los dioses, ni ascetas o brahmanes, sino que solamente tú has hecho esta mala acción, y eres tú quien deberá recoger su fruto”».
«El rey Yāma, monjes, tras haberle preguntado, interrogado, y recordado el segundo mensajero divino, le pregunta, interroga y recuerda el tercer mensajero divino: “¿Es que nunca viste, buen hombre, al tercer mensajero divino que se presenta a los seres humanos?”».
«No, venerable señor, no lo vi».
«Pero, buen hombre, ¿es que nunca viste a una mujer o a un hombre muerto desde hace uno, dos o tres días, con su cuerpo hinchado, pálido y en estado de putrefacción?».
«Sí, venerable señor, lo he visto».
«Buen hombre, ¿es que nunca se te ocurrió, teniendo conocimiento y madurez, que “También yo he de morir y no puedo evitar la muerte. Voy a aprovechar para realizar buenas acciones con el cuerpo, la palabra y el pensamiento”?».
«No, venerable señor, no caí en ello. Fui negligente, venerable señor».
«Entonces, el rey Yāma dice: “Por negligencia, buen hombre, no hiciste el bien con el cuerpo, la palabra y el pensamiento. Así pues, ahora serás tratado como corresponde a tu negligencia. Tu mala acción no la hizo ni tu madre ni tu padre, ni tus hermanos, hermanas, amigos o compañeros, ni tus familiares, ni los dioses, ni ascetas o brahmanes, sino que solamente tú has hecho esta mala acción, y eres tú quien deberá recoger su fruto”».
(AN 3:35; I 138-140)
2. LAS TRIBULACIONES DE UNA VIDA IRREFLEXIVA
(1) La flecha de la sensación dolorosa
«Monjes, cuando a una persona común, sin instruir, le afecta una sensación dolorosa, se apena, se queja y se lamenta; llora golpeándose el pecho y se desespera. Esta persona siente dos sensaciones: una física y otra mental. Monjes, es como a un hombre al que le alcanza una flecha y después otra, de modo que sintiera las sensaciones de dos flechas. Así, también, cuando a una persona común, sin instruir, le afecta una sensación dolorosa, siente dos sensaciones: una física y otra mental.
»Cuando le afecta aquella misma sensación dolorosa, siente aversión. Al sentir aversión por la sensación dolorosa, se desarrolla en él la tendencia a la aversión hacia la sensación dolorosa.5 Cuando le afecta una sensación dolorosa, busca placer sensual. ¿Por qué razón? Porque la persona común, sin instruir, no conoce otra salida de la sensación dolorosa aparte del placer sensual.6 Cuando disfruta del placer sensual, se desarrolla en él la tendencia al apego por la sensación placentera. No entiende tal y como son el origen, la desaparición, el disfrute, el peligro y la salida de las sensaciones.7 Al no entender el origen, la desaparición, el disfrute, el peligro y la salida de las sensaciones, se desarrolla en él la tendencia a la ignorancia con respecto a la sensación que no es ni dolorosa ni placentera.
»Si siente una sensación placentera, la siente con apego. Si siente una sensación dolorosa, la siente con apego. Si siente una sensación ni dolorosa ni placentera, la siente con apego. Esto, monjes, es lo que se llama una persona común, sin instruir, que está apegada al nacimiento, al envejecimiento y a la muerte; que está apegada a la pena, al lamento, al dolor, a la frustración y a la tribulación; en una palabra: que está apegada al sufrimiento.
»En cambio, monjes, cuando a un discípulo Noble e instruido le afecta una sensación dolorosa, no se apena, no se queja, no se lamenta; no llora golpeándose el pecho, no se desespera.8 Siente una sola sensación, que es física, no mental. Es como un hombre al que le alcanza una flecha, e inmediatamente después ya no le alcanzara una segunda flecha, de modo que el hombre sintiera solamente la sensación causada por la primera flecha. Así, también, cuando al discípulo noble e instruido le afecta una sensación dolorosa, siente una sola sensación, que es física, no mental.
»Cuando le afecta aquella misma sensación dolorosa, no siente aversión. Al no sentir aversión por la sensación dolorosa, no se desarrolla en él la tendencia a la aversión hacia la sensación dolorosa. Cuando le afecta una sensación dolorosa, no busca placer sensual. ¿Por qué razón? Porque el discípulo Noble e instruido conoce una salida de la sensación dolorosa aparte del placer sensual. Cuando no disfruta del placer sensual, no se desarrolla en él la tendencia al apego por la sensación placentera. Conoce tal y como son el origen, la desaparición, el disfrute, el peligro y la salida de las sensaciones. Cuando conoce tal y como son el origen, la desaparición, el disfrute, el peligro y la salida de las sensaciones, no se desarrolla en él la tendencia a la ignorancia con respecto a la sensación que no es ni dolorosa ni placentera.
»Si siente una sensación placentera, la siente sin apego. Si siente una sensación dolorosa, la siente sin apego. Si siente una sensación ni placentera ni dolorosa, la siente sin apego. Esto, monjes, es lo que se llama un discípulo Noble e instruido sin apego al nacimiento, al envejecimiento y a la muerte; sin apego a la pena, al lamento, al dolor, a la frustración y a la tribulación; en una palabra: sin apego al sufrimiento.
»Esto es, monjes, lo que distingue, lo que separa, lo que hace diferente al discípulo Noble e instruido de la persona común y sin instruir».
(SN 36: 6; IV 207-210)
(2) Las vicisitudes de la vida
«Estas