(SN 15:5; II 181-182)
(4) El río Ganges
En Rājagaha, en el Bosquecillo de Bambú, en el Santuario de las Ardillas, cierto brahmán se acercó al Bienaventurado, le ofreció sus respetos y se sentó a su lado. Una vez sentado a un lado, el brahmán le preguntó: «Maestro Gotama, ¿cuántos ciclos cósmicos han pasado y transcurrido?».
«Brahmán, muchos son los ciclos cósmicos que han pasado y transcurrido. No es fácil calcularlos y decir que son tantos ciclos cósmicos, o tantos centenares de ciclos cósmicos, o tantos miles de ciclos cósmicos, o tantos centenares de miles de ciclos cósmicos».
«¿Pero es posible expresarlo con un símil, maestro Gotama?».
«Es posible, brahmán», dijo el Bienaventurado. «Imagínate, brahmán, los granos de arena que hay entre el punto donde nace el río Ganges y el punto donde desemboca en el gran océano: no es fácil calcularlos y decir que son tantos granos de arena, o tantos centenares de granos de arena, o tantos miles de granos, o tantos centenares de miles de granos. Brahmán, los ciclos cósmicos que han pasado y transcurrido son todavía más numerosas que esto. No es fácil calcularlos y decir que son tantos ciclos cósmicos, o tantos centenares de ciclos cósmicos, o tantos miles de ciclos cósmicos, o tantos centenares de miles de ciclos cósmicos. ¿Por qué razón? Porque el origen del saṃsāra es inconcebible, brahmán. No se puede conocer el principio del deambular y transmigrar de los seres impedidos por la ignorancia y trabados por el deseo. Durante mucho tiempo, brahmán, has experimentado sufrimiento, confusión y calamidades, y has hecho crecer los cementerios. Por ello, brahmán, es necesario desengañarse de todas las construcciones intencionales, es necesario desapegarse de ellas, es necesario liberarse de ellas».
(SN 15:8; II 183-184)
(5) El perro con la correa
«Monjes, es inconcebible el origen del saṃsāra. No se puede conocer el principio del deambular y transmigrar de los seres impedidos por la ignorancia y trabados por el deseo.
»Llega un momento, monjes, en el que el gran océano se seca, se evapora y deja de existir, pero ni aun entonces, digo, se pone fin al sufrimiento de estos seres que deambulan y transmigran impedidos por la ignorancia y trabados por el deseo.
»Llega un momento, monjes, en que el monte Sineru, rey de las montañas, se extingue, desaparece y deja de existir, pero ni aun entonces, digo, se pone fin al sufrimiento de estos seres que deambulan y transmigran impedidos por la ignorancia y trabados por el deseo.
»Llega un momento, monjes, en que la inmensa tierra se extingue, desaparece, y deja de existir, pero, aun así, digo, no se pone fin al sufrimiento de estos seres que deambulan y transmigran impedidos por la ignorancia y trabados por el deseo.
»Imaginad, monjes, un perro con la correa atada a un poste fijo o a una columna: el perro simplemente daría vueltas y correría alrededor del poste o la columna. Así, también la persona común y sin instruir, sin consideración por los nobles, sin conocimiento del Dhamma de los nobles, sin formación en el Dhamma de los nobles, sin consideración por las personas santas, sin conocimiento del Dhamma de las personas santas, sin formación en el Dhamma de las personas santas, contempla la forma material como si fuera un yo, o un yo como si poseyera forma material, o la forma material como si estuviera en un yo, o un yo como si estuviera en la forma material».
«…Contempla las sensaciones como si fueran un yo …las percepciones como si fueran un yo … las construcciones intencionales como si fueran un yo …la consciencia como si fuera un yo, o un yo como si poseyera consciencia, o la consciencia como si estuviera en un yo, o un yo como si estuviera en la consciencia».
«Simplemente da vueltas y corre alrededor de la forma material, alrededor de las sensaciones, alrededor de las percepciones, alrededor de las construcciones intencionales, alrededor de la consciencia. Mientras da vueltas y corre a su alrededor, no se libera de la forma material, no se libera de las sensaciones, no se libera de las percepciones, no se libera de las construcciones intencionales, no se libera de la consciencia. No se libera del nacimiento, del envejecimiento y de la muerte; no se libera de la pena, del lamento, del dolor, de la frustración y de la tribulación; en una palabra: no se libera del sufrimiento».
(SN 22:99; III 149-150)
II. EL PORTADOR DE LUZ
INTRODUCCIÓN
La figura de la condición humana que emerge de los Nikāyas, como apunté en el capítulo precedente, es el fondo contra el cual la manifestación del Buddha en el mundo adquiere un significado intenso y profundo. A menos que veamos al Buddha contra este fondo multidimensional, que se extiende desde las exigencias más personales e individuales del presente hasta los vastos e impersonales ritmos del tiempo cósmico, cualquier interpretación a la que podamos llegar sobre el papel que él desempeña será necesariamente incompleta. Lejos de captar el punto de vista de los compiladores de los Nikāyas, nuestra interpretación se verá influenciada tanto por nuestras propias presuposiciones como por las suyas, tal vez aún más. Dependiendo de nuestras inclinaciones y predisposiciones, podemos elegir considerar al Buddha como un reformador ético y liberal de un brahmanismo degenerado, como un gran humanista secular, como un empirista radical, como un psicólogo existencial, como el proponente de un agnosticismo revolucionario, o como el precursor de cualquier otra moda intelectual que satisfaga nuestra fantasía. El Buddha que vuelve su mirada hacia nosotros desde los textos será demasiado un reflejo de nosotros mismos; demasiado poco una imagen del Iluminado.
Tal vez, al interpretar una obra de literatura religiosa antigua, nunca podemos evitar del todo la inserción de nosotros mismos y de nuestros propios valores en el tema que estamos interpretando. Sin embargo, aunque puede que nunca logremos la perfecta transparencia, podemos limitar el impacto de los prejuicios personales en el proceso de interpretación, otorgando a las palabras de los textos el debido respeto. Cuando realicemos este acto de homenaje a los Nikāyas, cuando llevemos seriamente su relato del contexto a la manifestación del Buddha en el mundo, veremos que atribuyen a esta misión nada menos que un alcance cósmico. En el contexto de un universo sin límites concebibles en el tiempo, un universo en el que los seres vivos envueltos en la oscuridad de la ignorancia van a la deriva, atados al sufrimiento de la vejez, la enfermedad y la muerte, el Buddha llega como el «portador de la antorcha de la humanidad» (ukkādhāro manussānaṃ), llevando la luz de la sabiduría.1 En las palabras del texto II,1, su aparición en el mundo es «la manifestación de la gran visión, de la gran luz, de la gran luminosidad». Tras haber descubierto por sí mismo la perfecta paz de la liberación, él enciende para nosotros la luz del conocimiento, que nos revela tanto las verdades que debemos ver por nosotros mismos como el camino de práctica que culmina en esta visión liberadora.
Según la tradición buddhista, el Buddha Gotama no es simplemente un individuo único que supone una aparición sin precedentes en el escenario de la historia humana y que luego se retira para siempre. Él es, más bien, la realización de un arquetipo primordial, el miembro más reciente de una «dinastía» cósmica constituida por los innumerables Perfectamente Iluminados del pasado y que se prolonga indefinidamente en los Perfectamente Iluminados del futuro. El Buddhismo primigenio, incluso en los arcaicos textos raíces de los Nikāyas, ya reconoce una pluralidad de buddhas que se ajustan todos a ciertos patrones fijos de comportamiento, cuyos rasgos generales quedan descritos en las secciones iniciales del Mahāpadāna Sutta (Dīgha Nikāya 14, no presentado en la presente antología). La palabra Tathāgata, que los textos usan como epíteto para un buddha, apunta a esta realización de un arquetipo primordial. La palabra significa tanto