El dulce reato de la música. Alejandro Vera Aguilera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Alejandro Vera Aguilera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Изобразительное искусство, фотография
Год издания: 0
isbn: 9789561427044
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sochantres en lugar de uno -don Antonio María y don Manuel Cañol-; se apuntan los nombres de Cayetano Briceño y Francisco Astorga, quienes sin duda eran cantores; y figura por primera vez «un violinista», con el mismo sueldo que los anteriores, lo que indica que era tan necesario como las voces principales del coro.102 El detalle puede verse en la tabla 7.

      Tabla 7: Presupuesto destinado a la música en 1776

Cargo Sueldo mensual (indicado en el documento) Sueldo anual (no indicado en el documento)
Maestro de capilla 34 408
Don Antonio María [Sochantre 1] 12 144
Don Manuel Cañol [Sochantre 2] 10 120
Organista 12 144
Violinista 8 96
Cayetano Briceño [Voz primera] 8 96
Francisco Astorga [Voz segunda] 8 96
Tres seises 12 (4 a cada uno) 144 (48 a cada uno)
Total 104 1248

      Fuente: ACS, Libro de cuentas 1743-1778, fol. 89v.

      Si se compara este listado con el acuerdo de 1770 (tabla 6), se aprecia la reducción del salario de la voz primera en veinticuatro pesos, que serían los que se adicionaron a los sochantres, para pagarles en conjunto 264 pesos (en lugar de los 240 asignados anteriormente). Para agregar al violinista, en cambio, se redujeron los seises a tres, lo que implicaba un ahorro de cuarenta y ocho pesos anuales; pero fue necesario añadir otros cuarenta y ocho pesos al presupuesto para pagarle noventa y seis pesos de salario. En otras palabras, el incremento de cuarenta y ocho pesos en el presupuesto general de la capilla de música entre 1770 y 1776 (cf. tabla 6 y tabla 7) se explica por la adición del violinista, lo que confirma su importancia.103 De hecho, con su presencia y la de Silva la capilla quedaba capacitada para interpretar las partes de violín 1 y 2 que, como ya se ha señalado, eran casi omnipresentes en la música sacra de la época.

      Llegamos así a uno de los documentos más significativos que he encontrado para el siglo XVIII, no solo por la información que contiene, sino por tratarse de un tipo raro de fuente en el Santiago colonial: una carta escrita por el maestro de capilla Francisco Antonio Silva en 1777 (véase su transcripción en el apéndice 2).104 En ella solicita un aumento de sueldo al vicario general del obispado, atendiendo a sus «notorios méritos» y al hecho de que los 350 pesos anuales que recibe son insuficientes para cubrir sus necesidades. Esta afirmación resulta sorprendente, pues tanto el acuerdo de 1770 como las cuentas de 1776 muestran que su sueldo era de 408 pesos. Al parecer, Silva considera únicamente el monto que se extraía del residuo y no el que procedía de la capellanía de Salcedo, pero, aun así, el dato invita a tomar sus afirmaciones con cautela. En todo caso, el hecho de que sus «necesidades» incluyeran mantener a una numerosa familia y «dieciocho o veinte domésticos» denota una condición socioeconómica superior a la que podría imaginarse en virtud de su sueldo. Volveremos a ello en el capítulo 5.

      Pero el punto central de su reclamo se relaciona con la capellanía de Salcedo. Según Silva, hacia 1752 le habían ofrecido la maestría de capilla de Arequipa con una renta de mil doscientos pesos al año; enterado de ello, el obispo Juan González Melgarejo105 lo retuvo con la promesa de que se añadirían a su sueldo los cuatrocientos pesos que se hallaban asignados al maestro de capilla en dicha capellanía; pero luego de veinticinco años dicha promesa seguía sin cumplirse. Silva consiguió entonces una copia del testamento de Salcedo, en la que pudo comprobar que esta asignación era efectiva y que él cumplía regularmente con las obligaciones que allí se establecían (oficiar las misas de los jueves en honor al Santísimo Sacramento, las del altar de San Antonio de Padua y enseñar a los músicos). Por ello decidió escribir a la autoridad para exigir que en adelante se le pagara dicha asignación y se le restituyeran las cantidades impagas por los años que llevaba en el cargo. Sin embargo, esta es otra afirmación que solo se condice parcialmente con la realidad, pues ya se ha visto que los salarios de todos los músicos, incluido el suyo, se hallaban financiados en parte con los réditos que procedían de dicha capellanía, aunque no del modo que Salcedo había previsto originalmente.

      En cambio, puede dársele crédito, al menos en parte, cuando afirma que el cargo resultaba demasiado demandante como para que pudiera complementar su sueldo con otras labores: «[Sin] oficiar mi inteligencia en otros arbitrios, era moralmente imposible que hubiese podido mantenerme, y por el mismo hecho no poder servir el ministerio; mayormente si se atiende al adelantamiento en que se halla la iglesia, en lo que aumentan muchas mayores pensiones al maestro de capilla, ya que las utilidades son ningunas».

      Entre las «pensiones» asociadas a su puesto se hallaba la enseñanza permanente del canto de órgano y llano a los músicos, así como «los instrumentos más propios para la Iglesia; no obstante el no ser de mi incumbencia esta doctrina». Posiblemente esta vaga referencia implique que, en su opinión, el órgano debía enseñarlo el organista, mientras que a él, como maestro de capilla, le correspondía enseñar los instrumentos de la orquesta, como el violín y quizás también el oboe o la flauta, que aparecerán en documentos posteriores.

      Otra de las tareas que Silva señala incluye dos horas todas las noches «para el paso de las músicas que se han de cantar». El Diccionario de la RAE (1780) recoge, entre otros significados del verbo «pasar», el de «Estudiar o imponerse en algún facultad o ciencia, u oyendo la explicación de alguno, o asistiendo con él a su práctica». Un equivalente actual sería por tanto repasar, practicar o ensayar.106 De manera que el maestro y su capilla dedicaban dos horas diarias al ensayo de las piezas que debían ejecutar en la catedral, tiempo nada despreciable para cualquier conjunto musical, incluso en nuestros días.

      Otro problema era que muchos músicos dejaban el coro antes de lo previsto, ya fuera por la muda de la voz o por el escaso salario que recibían. Silva señala al respecto: «En este estado, con bastante dolor mío, he procedido considerando que apenas veía en algunos de los dichos músicos logrado el fruto de mis desvelos cuando ya se me iba. Pero no por eso he desmayado en seguir la propia enseñanza».

      Pero el principal argumento de Silva para pedir el aumento de sueldo es que su carga de trabajo se había incrementado de forma exponencial durante sus veintiséis años de servicio, ya que cuando llegó debía ocuparse de solo tres músicos, pero al presente debía enseñar a nueve. Esto último resulta creíble, ya que el listado de 1776 (tabla 7) incluye exactamente, sin contar al maestro de capilla, nueve músicos, lo que implica que Silva enseñaba no solo a los cantores, seises e instrumentistas, sino también a los dos sochantres y al organista.107 De manera que, si en 1736 el cabildo consideraba al sochantre como «el principal ministro del coro», hacia 1777 el maestro de capilla tenía una clara primacía sobre todos los demás músicos.

      Más dudoso es que Silva encontrara solo tres músicos a su llegada. Los datos más cercanos que se tienen de 1736 a 1744 hablan de una capilla formada por dos o tres cantores adultos, dos seises y tres instrumentistas que tocaban el órgano, el bajón y el arpa; es decir, siete u ocho músicos en total. Por ello, parece tratarse más bien de una exageración destinada a minimizar los logros de sus antecesores para maximizar sus propios aportes, actitud que no era nueva en la historia de la música.108 Silva afirma incluso que en la época del obispo Rojas el sujeto que desempeñaba su puesto

      [...] no tenía la instrucción