El dulce reato de la música. Alejandro Vera Aguilera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Alejandro Vera Aguilera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Изобразительное искусство, фотография
Год издания: 0
isbn: 9789561427044
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con respecto a la catedral, en la práctica frecuentemente no fue así. Esto se debía en parte a sus vínculos con las elites locales, para las cuales la ordenación de algunos de sus hijos como frailes o monjas representaba un destino natural. Como consecuencia de ello, el monasterio al que estos ingresaban solía heredar las propiedades y tierras de sus padres.89 Ahora bien, mientras que los particulares debían pagar al obispado un diez por ciento de las ganancias que generaban sus propiedades (impuesto conocido como diezmo), las de las órdenes religiosas estaban exentas. Así, a medida que estas últimas se adueñaban del espacio urbano, la catedral, como sede del obispado, veía disminuidos sus ingresos. Esta situación fue advertida en 1609 por el obispo Juan Pérez de Espinoza, quien expresó en una carta al rey: «Los diezmos de este obispado van a menos porque las religiones compran y heredan muchas haciendas que dezmaban [sic] cuando estaban en sus propios poseedores [...] y si en esto no provee Vuestra Majestad de remedio, andaremos el obispo y prebendados dentro de diez años pidiendo limosna de puerta en puerta [...]».90

      Veremos en el capítulo 1 que a la postre los temores del obispo resultaron infundados, ya que en el siglo XVIII la catedral consiguió mejorar considerablemente su situación financiera. Pero al momento de escribir su carta el panorama era sin duda bastante incierto.

      Se ha insistido mucho, por parte de los historiadores, en la posición periférica que Santiago ocupaba en el sistema colonial.91 Algunos testimonios parecen revelar que esta percepción era compartida por los habitantes de la época, ya que señalan la escasez de dinero, la lejanía respecto de las metrópolis (Lima y Madrid) y el alto costo de algunos bienes (ropa, mobiliario, etc.). Por ejemplo, en 1620 el cabildo catedralicio informó al rey sobre las escasas rentas de sus prebendados, ya que «supuesta la carestía de vestuario en esta tierra, no tienen para el muy forzoso y limitado de sus personas y por el consiguiente no les queda con qué pagar el alquiler de una casa, ni para el sustento suyo y de un criado y criada que no puede escusar cada uno».92 Así, en 1626, cuando el obispo Francisco de Salcedo ordenó aumentar los aranceles que se pagaban a los eclesiásticos por los entierros, argumentó que todo era «mucho más caro en Santiago que en Lima, y con el corto salario no hay quién quiera tomar los beneficios ni opositores, y los que postulan son ignorantes y cometen muchos yerros y desconciertos». Utilizando el mismo argumento (el costo de vida de la ciudad), los vecinos protestaron contra la medida y se inició un proceso judicial con los correspondientes testigos. Uno de ellos, el teniente Francisco Martínez, confirmó que el paño y el ruan eran caros, así como «el vino y carne que se come»; pero a la vez reconoció que los santiaguinos -incluso si eran pobres- solían enterrar a sus familiares con mucha pompa, por lo que no consideraba justo «quitar el salario a los dichos curas». Por su parte el padre Juan Romero, rector de la Compañía de Jesús, dijo:

      [...] que no sabe que en todas las Indias haya provincia o reino más caro para comprar las cosas que vienen de la Uropa [sic], así de vistuario decente como de medicinas, libros y papel y otras cosas necesarias para la vida humana que este reino de Chile, si no es la provincia del Paraguay, y aún después que Su Majestad les concedió algún comercio valen muchas cosas de Castilla más baratas que aquí.

      Finalmente, el fiscal que reportó el caso al Consejo de Indias recomendó, en actitud salomónica, aumentar los aranceles de forma moderada, por no parecerle justo «que en Chile se lleven tan crecidos derechos como en Lima, porque es tierra más pobre; y así se podrá tomar un medio viendo los aranceles que aquí se presentan o remitirlo al arzobispo de Lima, que es persona de toda satisfacción y tiene bien comprendidas todas las cosas de aquellas provincias».93

      La percepción de Santiago y Chile como lugares periféricos queda también de manifiesto en una carta que el obispo Humanzoro dirigió al rey en 1662, en respuesta a una cédula real que prohibía las representaciones en los conventos. Allí califica a la «provincia» de Chile como «la más retirada de este nuevo mundo [...]».94

      Algunos desastres naturales contribuyeron a nutrir la idea de una tierra pobre y necesitada, como el terrorífico terremoto que destruyó la ciudad en 1647, en el cual mil personas fueron instantáneamente aniquiladas.95 El horror que sintieron los habitantes de Santiago tras esta tragedia, bien documentado en los textos de la época, solo parece comparable desde una perspectiva contemporánea con lo que experimentaron los de Chillán en 1939, Valdivia en 1960 o las regiones del Bío-Bío y el Maule en el reciente terremoto del bicentenario.

      Isabel Cruz ha planteado la hipótesis de que antes de 1647 pudo existir en Santiago una «sociedad floreciente», caracterizada entre otras cosas por una actividad cultural importante en las casas particulares.96 Aunque la información que la sustenta sea insuficiente para confirmarlo,97 hay testimonios adicionales que sugieren un cultivo de las artes mayor al que tradicionalmente se ha pensado. Quizá el más interesante sea un contrato, dado a conocer por Pereira Salas, que se firmó a comienzos del siglo XVII entre un particular y un pintor llamado Damián Muñoz, para que este pintara treinta y un cuadros en un tiempo determinado.98 Esto no era excepcional, pues he encontrado otro contrato que Muñoz suscribió en 1633, esta vez con el convento de Santo Domingo, por el cual se obligaba

      [...] a servir tiempo de seis años desde hoy en adelante a este dicho convento en el ministerio del dicho su oficio en todo lo que los dicho reverendos padres le ocuparen, trabajando los días de trabajo desde la mañana hasta las once y desde vísperas hasta la noche, dándose los recaudos y materiales necesarios y convinientes del dicho oficio, por razón de trescientos pesos de a ocho reales que el dicho convento le ha de dar y pagar por su ocupación y trabajo en cada un año, una celda en que duerma y trabaje, y de comer, con que durante el dicho tiempo de los seis años se obliga a no despedirse ni hacer falla ninguna pena de ser apremiado y de cumplir [...].99

      Otros testimonios sugieren que no existía un consenso absoluto sobre el aislamiento territorial de la región. Por ejemplo, en 1727 los mercedarios de Santiago cuestionaron a sus vicarios generales por eludir su obligación de viajar de Lima a Chile para asistir a los capítulos provinciales, so pretexto de que la distancia era excesiva. Para los religiosos chilenos, en cambio, esta travesía era

      [...] menor y menos incómoda [...] que los viajes que hacen a Quito y al Cuzco; el viaje largo es la venida y ésta se absuelve de 25 a 35 días al puerto de Valparaíso que dista de esta ciudad treinta leguas de camino llano, apacible y delicioso y no arriesgado a enfermar por el país; la navegación de vuelta es de 15 días; a el Cuzco hay 200 leguas de camino muy áspero por la variedad de temples y punas, por estas y los desfiladeros de las serranías, arriesgados; a Quito hay 300, también de incomodidad [...].100

      Si bien es posible que este testimonio exagerase las bondades del viaje por mar, ciertamente el trayecto de Lima a Santiago era realizado con frecuencia por los navíos mercantes, en la mayor parte de los casos sin problema alguno.

      Debe tenerse en cuenta además que los reportes acerca de la precariedad local solían exagerarse con el fin de persuadir a la corona de enviar más recursos. Por ejemplo, el obispo Alday afirmaba en 1763 que la catedral tenía «un número idóneo de músicos»;101 pero en 1770 señalaba que el salario de los capellanes, músicos, seises (niños cantores) y maestro de ceremonias era «tan corto, que por eso jamás se puede lograr una música decente».102 En el primer caso se trataba de un informe dirigido a Roma sobre su visita al obispado -que prácticamente constituía una cuenta de sus primeros diez años como obispo-, mientras que el segundo era una carta dirigida al rey solicitando más recursos. Para colmo, al momento de escribir esta última venía de aprobar cinco días antes una nueva distribución propuesta por el cabildo eclesiástico a petición suya, con el fin de «arreglar» los salarios de los músicos.103

      Tampoco debe olvidarse que Santiago formaba parte de lo que Armando de Ramón ha denominado la «red urbana del conosur», integrada también por Lima y Buenos Aires, lo que explica que su actividad comercial fuese más intensa de lo que podría haberse esperado para sus dimensiones relativamente modestas.104 Se importaban bienes con regularidad y a la vez se exportaban productos agrícolas a Lima, lo que experimentaría un espectacular crecimiento a partir de 1693, particularmente en lo referente a la exportación de trigo.105 A esto