Los estudios culturales han insistido e insisten (con razón) en sus estudios sobre género, clase, orientación sexual y raza, pero debemos aplicar también nuestra atención a la edad como lo venimos haciendo con el resto de categorías de la diferencia. Es otra realidad trasversal. Es otro factor que debemos siempre incorporar en nuestros estudios. También la edad tiene unas implicaciones de clase (se habla ya de “clase etaria”), raza y sus implicaciones particulares de género y diversidad sexual, así como de exclusión.
Debemos aportar otra visión crítica frente al planteamiento imperante; como diría Chenoa, no plastifiques mi corazón / ya estoy cansada de cuerpos duros3.
Y en el área de las representaciones audiovisuales tenemos un gran campo de trabajo en esa línea: aportar crítica a las representaciones y discursos que se manejan en los medios y, además, siguiendo la tradición de los estudios culturales, deberíamos hacer hincapié en la autorrepresentación de las personas ancianas, en ser capaces de acometer y ver su propia mirada sobre sí, con toda su complejidad, con toda su diversidad.
Este libro es, sin duda, un buen ejemplo de ello.
Francisco A. Zurian
1 Quiero expresar mi agradecimiento al Grupo de Investigación AdMira de la Universidad de Sevilla (y muy especialmente a su directora la profesora e investigadora Virginia Guarinos) por su amable invitación a unirme con un breve texto introductorio a este magnífico libro.
2 “Los estudios etarios como estudios culturales. Más allá del slice-of-life” en Debate feminista, Vol. 42, 2010, octubre, Disponible en:
http://debatefeminista.cieg.unam.mx/df_ojs/index.php/debate_feminista/article/view/821/726.
3 Chenoa: “Cuando tú vas”, canción compuesta por William Luque, 2002.
Capítulo 1. La vieja radio del salón
La programación radiofónica española hecha por y para mayores de 65 años
Virginia Guarinos
De todos los medios analizados en este volumen, si hay alguno que presente una relación “longeva” con la tercera edad, ese es, sin duda, el medio radiofónico, tanto por existencia histórica del mismo, que acaba de cumplir en agosto de 2020 su primer centenario, como por la fidelidad de los oyentes de este segmento de edad. En estas páginas se buscarán algunas relaciones más profundas entre la radio y el ser humano de edad superior a los 65 años, en concreto las que se mantienen entre la radio y el sector envejeciente como consumidor y como productor de discursos radiofónicos.
1.Un edadismo a gritos
El segmento de población que actualmente supera los 65 años ha tenido en la radio convencional su referente comunicativo a lo largo de toda su vida. La relación de la vejez con la radio, desde el punto de vista histórico y de audiencias, además de pertenecer a nuestro imaginario colectivo (¿quién no recuerda a un abuelo o abuela pegados a un transistor?), se fundamenta en la idea de encontrar en este tipo de oyente un consumidor fiel, diario, que participa activamente con intervenciones en directo a través de llamadas telefónicas o mensajes en contestador en una amplia gama de programas en todas las principales radios comerciales españolas, convirtiéndose en sustentadores del medio. No obstante, solo revisando el tipo de publicidad que se inserta en los programas de las diversas parrillas, ya se observa que no son muchos los productos destinados a ellos y ellas los que se emiten en cuñas, de lo que se deduce que existe una diferencia importante entre el oyente deseado y el oyente real, o una parte muy importante de ese número de oyentes. El oyente deseado de las radios es un hombre, o mujer, maduro, en plenitud de sus condiciones laborales y con poder adquisitivo medio-alto.
Este hecho ya supone dar la espalda, desde el punto de vista simbólico, a este sector, lo que se ve agravado de forma explícita por la escasez de programas dedicados a ellos y ellas y por la escasez de referencias al grupo de población como tema en los informativos o programas de otros géneros y formatos. En claro contraste con otros medios y productos audiovisuales, se puede decir que la radio adolece de edadismo, un edadismo positivo, pero edadismo al fin y al cabo. En la publicidad, en las series de ficción, en los programas de entretenimiento televisivo, la presencia como personajes o como protagonistas reales, e incluso público en plató de mujeres y hombres mayores, es una realidad. Aun tratándose de una representación interesada, al menos los espectadores se encuentran con correlatos en los productos audiovisuales con los que identificarse. En la radio no sucede este hecho.
En estas circunstancias se produce además otro elemento que concierne a la representación de los sujetos protagonistas: un vuelco diametral entre la imagen que desde hace dos décadas se lleva difundiendo de los mayores y la nueva imagen, que no es más que el retorno a la ancianidad del pasado. La “edad dorada” desaparece de la radio en los últimos tiempos. El sector de jubilados y envejecientes ha sido en las dos últimas décadas el objetivo de venta de todo tipo de productos vinculados al esplendor y la calidad de vida de un envejecimiento activo y económicamente potente, con mucho tiempo libre y poder adquisitivo para desarrollarse en el ocio y el cuidado personal. La edad dorada deseable, ociosa y solvente da paso a otra imagen atada a una realidad social que domina los medios (en época de pandemia, la sucedida a nivel mundial mientras se escribe este libro, desde marzo de 2020) vinculada a la dependencia, la enfermedad y la muerte.
Es cierto que hemos asistido en los últimos veinte años a la resignificación de todas las edades. Los niños se han convertido en sujetos con derechos, los jóvenes en sujetos de incertidumbre, los adultos en autoridades simbólicas y los envejecientes en potenciales consumidores de ocio, siempre presentes en series de televisión familiares o en el cine como personajes secundarios, y ya también con productos audiovisuales específicos destinados para ellos, como igualmente posibilidades de acceso, aprendizaje y disfrute de redes sociales y productos tecnológicos lúdicos. Del concepto de “tercera edad” se pasó al de “edad dorada”, una edad sana, activa, plena, que queda representada fundamentalmente en la publicidad y las series de televisión, construyendo un estereotipo de “viejóvenes”, tan distante de la realidad social como promocionado, potenciado, por los propios medios de comunicación y la publicidad. Es una vejez que, sin embargo, como afirma Rey-Beltrán, “se subvalora en muchas formas, entre otras cosas, por parte de los medios de comunicación, cuya influencia, como ya se ha señalado, permanece en debate”1. En palabras de Martín-Barbero:
Esta sociedad está produciendo una inversión de sentido (radical como jamás se había producido en ninguna otra sociedad del mundo), la cual hace que los modelos de vida hayan pasado de ser los ancianos a ser los jóvenes, de tal manera que los medios se están encargando de colocar actualmente a los jóvenes como modelos de cuerpo, de vida, de comportamiento, invirtiendo el sentido que esa relación había tenido en la sociedad durante milenios, en que los jóvenes no existían, porque eran la etapa intermedia entre el niño y el adulto. Y esto sucede más allá de la buena o mala voluntad de la gente que tiene que ver con los medios, puesto que, como veremos, tampoco es una acción de estos, sino de cómo los medios catalizan un profundo desplazamiento del modelo de vida, y sobre todo, del modo de saber que fueron los ancianos2.
La Teoría de la Vitalidad Etnolingüística, ya desde los años 70 del siglo XX, profundiza en la importancia del papel de los medios como elemento de fortaleza social y de influencia de los grupos en la sociedad3. La vitalidad es una medida de la fuerza de un grupo particular en la sociedad; es decir
del nivel de representación demográfica,