El Mecánico asiente con la cabeza.
—Gracias —dice.
Ella cierra la puerta de golpe.
El Mecánico vuelve por el camino de entrada. Sube al coche. Se dirige a Detectives Diamond. Aparca entre los taxis. Enciende la radio. Espera…
Agarra el volante con las manos…
Fuerte.
A las ocho y media, Joyce para en su Fiat. Baja del vehículo. Abre la oficina. Entra. Enciende las luces.
El Mecánico apaga la radio. Baja del coche. Deja atrás los taxis. Entra en la oficina…
Joyce está llenando un hervidor eléctrico en el fregadero del fondo.
El Mecánico no llama.
—¿Dónde está? —dice.
Ella se da la vuelta. Se le cae el hervidor en el fregadero. Rompe a llorar.
—¿Dónde está, cielo?
—No lo sé —contesta ella llorando—. Se ha ido.
El Mecánico la rodea con el brazo. Se sienta detrás de una de las mesas.
—¿Cuándo? —pregunta.
Ella tiene los codos apoyados en la mesa. La cabeza entre las manos.
—La semana pasada —dice.
—¿Qué pasó, cielo?
Ella desliza las manos por su cara.
—Vinieron unos hombres —dice.
—¿Se lo llevaron?
—No —responde ella.
—¿Huyó?
Ella asiente con la cabeza. Lo mira.
—Es por lo de Shrewsbury, ¿verdad? —dice.
El Mecánico se lleva un dedo a los labios. Se acerca a las tomas de los teléfonos y los desconecta. Se aproxima a los ficheros y registra los archivos. Encuentra los tres archivos que le interesan. Se acerca a las mesas y registra los cajones. Encuentra dos llaveros, un paquete de cigarrillos y una caja de cerillas. Se aproxima a la ventana. Mira a un lado y otro de la calle. Señala la puerta…
Ella asiente con la cabeza. Se seca los ojos. Sale.
El Mecánico se pone detrás de la mesa de Vince Taylor. Enciende un cigarrillo. Lo lanza al cubo de basura. Ve cómo arde. Recoge el bolso de Joyce. Sale. Le da a Joyce su bolso.
—¿Adónde vamos? —pregunta ella.
El Mecánico se lleva otra vez un dedo a los labios. Ella asiente otra vez con la cabeza.
Pasan por delante de los taxis. Suben a su coche.
Los perros ladran.
El Mecánico cierra todas las puertas. Mira por los dos espejos. Consulta su reloj. Arranca el coche.
—¿Adónde vamos? —pregunta otra vez Joyce.
—A buscar a Vince.
Había ocasiones en que Terry Winters pensaba que había abarcado demasiado. Más de lo que ellos se tragarían. Más de lo que él podría digerir. Dos transportistas de carbón habían puesto una denuncia contra el piquete secundario emprendido por el área de Gales del Sur en la planta siderúrgica de Port Talbot. Gales del Sur había solicitado asesoramiento legal a Terry. Clic, clic. Terry dijo que debería haberles llamado. Terry se tomó una aspirina. Y otra y otra. La acción legal contra la gestión del fondo de pensiones llevada a cabo por el sindicato estaba concluyendo. El presidente contaba con la victoria de Terry. Terry no había tenido cojones de decírselo. Terry se tomó otra aspirina. Terry tiró el envase vacío al cubo de basura situado junto a su mesa. Falló. Puso la cabeza entre sus manos. Todavía quedaban cuarenta y ocho horas para que el ejecutivo se reuniese. Terry no creía que pudiera aguantar mucho más. La tensión. Las sospechas. Las maquinaciones. Las conversaciones sobre la votación. Los rumores de existencia de topos. Las murmuraciones sobre golpes. El silencio y el miedo. Nadie hablaba en los pasillos. Ni en el ascensor. Ni en la escalera. Todo el mundo se encerraba en sus despachos. Se convocaba a la gente por teléfono con una palabra. No se daban motivos. Nada de cháchara. La gente recibía sus instrucciones. Nada por papel. La gente volvía a sus despachos. No se hacían preguntas. Cerraban las puertas con pestillo. Se sentaban a sus mesas…
Monjes culpables, pensaba Terry. Todos.
Terry miró su reloj. El abad estaría esperando.
Terry subió…
Len no estaba en la puerta. Estaba dentro. Terry colgó su chaqueta. Llamó una vez. Entró. La sala de conferencias seguía sin muebles. Las cortinas otra vez corridas. Terry masculló una disculpa. Se sentó a la derecha. Miró a los otros frailes…
La mayoría no sabían si afuera era de día o de noche. Llevaban allí demasiado tiempo.
Paul dejó de hablar. Paul se sentó.
El presidente volvió a ponerse en pie.
—Camaradas, como todos sabéis —dijo el presidente—, en el transcurso de la próxima semana esta oficina asumirá el control y el despliegue de todos los piquetes de las islas británicas. También asumirá plena responsabilidad de garantizar el bloqueo del transporte de todo el carbón o el combustible alternativo dentro de las islas británicas. Todas las peticiones de ayuda locales a nuestros hermanos y hermanas dentro del movimiento sindical también deberán hacerse a esta oficina. Para proporcionar la ayuda que las distintas zonas y secciones requieren, la oficina estará dotada de personal las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. El área de Yorkshire está preparando una lista de voluntarios para ayudarnos a cubrir los puestos necesarios. La cuestión de la seguridad interna y el grado en que nuestras comunicaciones se han visto comprometidas siguen siendo un problema. Con ese fin, el director propone unas medidas prácticas a corto plazo que se podrán implementar con beneficios inmediatos en nuestra batalla para conservar los empleos y las minas. Camarada…
El presidente volvió a sentarse.
Terry se levantó.
—Gracias, presidente. He elaborado un código que permitirá que las distintas zonas y secciones se pongan en contacto con nosotros aquí en la oficina central de la huelga utilizando las líneas telefónicas y los números existentes. Tengo intención de revelaros el código aquí y ahora, aunque os pediría que no anotarais nada, sino que memorizarais los detalles y las instrucciones de lo que estoy a punto de deciros. Al volver a vuestras áreas, tendréis que informar verbalmente a los comités y dar instrucciones a los comités de que informen a su vez a las secciones locales de la misma manera. Repito, no debe anotarse nada. A continuación os revelaré el código…
»De ahora en adelante, se hará referencia a los piquetes como manzanas. Repito, manzanas…
»Se hará referencia a la policía como patatas. Repito, patatas…
»De ahora en adelante, se solicitará a las secciones que proporcionen X número de manzanas en base a Y número de patatas en un sitio determinado. De igual manera, las secciones podrán solicitar más manzanas a la oficina central en respuesta a un número superior de patatas. Nuestros hermanos y hermanas del nur serán conocidos a partir de ahora como mecánicos…
»Repito, mecánicos…
»Los afiliados del nus serán a partir de ahora fontaneros. Repito…
Salen de la carretera principal. Atraviesan el polígono industrial. Llegan a la verja. La puerta. El viejo letrero de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos…
Hay un Escort repintado con espray.
—¿Qué habrá venido a hacer él aquí? —pregunta Joyce.
El Mecánico abre