Terry se encontraba mal. Terry miró su reloj. Terry cambió de vagón.
Terry se sentó a una mesa en un vagón de segunda mientras el tren llegaba a King’s Cross.
Terry Winters sabía que estarían esperándolo. Vigilándolo.
—Esa gente necesita nuestra ayuda —repite el Judío…
»Les están poniendo bloques de hormigón y postes metálicos en las carreteras. Les están rompiendo los parabrisas y rajando los neumáticos. Están orinando en bolsas de plástico y lanzándoselas cuando van a trabajar.
Neil Fontaine asiente con la cabeza. No aparta la vista de la autopista.
—Nottinghamshire, Derbyshire, Lancashire, Leicestershire… son los sitios donde ganaremos esta guerra.
El Mercedes abandona la M1 en la salida número 21.
—Esa es nuestra gente, Neil. Esos son sus sitios.
Neil Fontaine sigue los coches patrulla hasta el Brant Inn, en Groby. Aparca entre las furgonetas de la televisión y las camionetas Transit. Abre la puerta trasera al Judío.
El Judío baja del coche. El Judío se quita las gafas de sol de aviador.
—Qué pueblecito tan encantador, Neil —dice.
Neil Fontaine asiente con la cabeza. Mantiene abierta la puerta del Brant Inn…
El local está lleno de sindicalistas moderados y policías, equipos de televisión y periodistas…
Luces. Cámaras. Acción.
—Me llamo Stephen Sweet —grita el Judío—. He venido a ayudar.
Se había levantado la sesión por ese día. El presidente había vuelto a su piso en la cuadragésima planta de un edificio del Barbican con Len y las mujeres. El resto, a sus habitaciones en el hotel County. Todos estaban viendo las noticias en la tele de la habitación de Terry. Todos se reían al ver a la derecha sindicalista…
—Menuda reunión secreta —rugió Paul—. Fijaos en la jeta de Sam.
—Esos no tienen ni idea de cómo se organiza un acto —dijo Mike.
—Hablando de organizarse —apuntó Dick guiñando un ojo—. Estamos perdiendo un tiempo precioso que podríamos estar dedicando a beber.
Terry desconectó la tele. Terry apagó otra vez los cigarrillos.
Todos fueron al Crown & Anchor por los viejos tiempos.
Dick bebió pintas de una mezcla de cerveza oscura y clara y contó anécdotas…
Anécdotas de borracho de épocas distintas.
Durante toda la noche entraron y salieron reporteros especializados en asuntos industriales y laborales…
Como en los viejos tiempos. Tiempos distintos.
Terry se quedó sentado en el rincón con su vodka con tónica y pagó las copas. Al día siguiente el presidente le preguntaría qué habían hecho la noche anterior…
El presidente se lo olería, y Terry se lo contaría.
El Mecánico duerme con las cortinas descorridas. Los perros están en el jardín. Mira las noticias cinco veces al día. Compra todos los periódicos a la venta. Recorta las noticias. Las pega en un álbum de recortes. Llama por teléfono a Jen a casa de su hermana. Cada hora. En punto…
El Mecánico espera la llamada de ellos…
La llamada llega.
—Nos debes una —dice la voz.
—Y una mierda.
—¿Ah, sí? —dice la voz—. Bueno, tú tienes cuatro mil libras nuestras y nosotros tenemos un asesinato en primera plana que nos está costando otras cinco mil al día para arreglarlo. ¿Te parece justo, Dave? ¿Sí? ¿De verdad?
—Os advertí sobre Schaub —repone el Mecánico—. Los únicos culpables sois vosotros.
—No exactamente —dice la voz—. Se nos ocurren otras tres o cuatro personas.
—¿Me estás amenazando?
—Dave —declara la voz—. Si te estuviera amenazando, estarías atado viéndonos dar de comer las pollas de tus perros a tu mujer…
—Vete a tomar por el culo. Vete a tomar por el culo. Vete a tomar por el culo.
—¿Has terminado? —pregunta la voz—. Ahora escucha…
El Mecánico cuelga.
El presidente no había venido a pedir ayuda. No quería ayuda. No necesitaba ayuda. El presidente no había venido a suplicar. No quería caridad. No necesitaba caridad. El presidente solo había venido a hacer que cumplieran su palabra. A obligarles a que no rompieran sus promesas. A que respetaran sus compromisos. El presidente solo había venido a cobrar. A cobrar lo que era suyo…
De los obreros siderúrgicos. Los camioneros. Los ferroviarios. Los marineros…
La promesa y el compromiso de suspender todo transporte de carbón…
Por carretera. Por vía. Por mar…
De apagar las centrales eléctricas. De cerrar las plantas siderúrgicas…
Todo el país.
Eso era lo que había venido a cobrar, y el presidente pensaba cobrarlo.
El sindicato asumió el control del tgwu. Pidieron té. Pidieron sándwiches. Escucharon el informe. El boletín diario:
Treinta y cinco minas de ciento setenta y seis todavía en activo; atascos en la M1 y la A1 causados por la revancha de los miembros de los piquetes contra los controles de carretera; nuevos problemas en el edificio de la Compañía Nacional del Carbón; más de trescientas detenciones.
El presidente llevaba otra vez su traje de los juicios. El presidente estaba impaciente…
—Este asunto va a durar eternamente —dijo.
—Pero eso ya lo sabíamos —contestó Paul.
—¡Eternamente! —gritó—. Mientras la derecha está ahí tramando y maquinando.
—Estás abarcando demasiado —comentó Dick.
—Votación. Votación. Votación —declaró el presidente—. Es lo único que oigo.
—No deberíamos estar aquí abajo —dijo Paul—. Deberíamos estar arriba, donde está la pelea.
—Nos han tendido una trampa —susurró el presidente—. Una trampa.
—Déjame ocuparme del problema de las pensiones —dijo Terry.
El presidente miró a Terry Winters. El presidente sonrió a Terry.
—Gracias, camarada.
Llamaron a la puerta. Una de las mujeres del presidente entró.
—Están esperándonos —dijo Alice.
—No —repuso el presidente riendo mientras se ponía en pie—. Nosotros estamos esperándolos a ellos…
»Esperando su apoyo incondicional; que se boicotee el transporte de todo el carbón de las islas británicas…
»Entonces no podremos perder —dijo el presidente.
Todo el mundo asintió con la cabeza…
Bésame.
—Ni un solo pedazo de carbón entrará en el país sin nuestro permiso. Haremos piquetes y pararemos el trabajo en todas las minas. Cerraremos todas las centrales eléctricas y las plantas siderúrgicas.
Todo el mundo asintió con la cabeza…
Bésame