Bésame, Diane.
—No podemos perder —dijo otra vez el presidente—. ¡No vamos a perder! ¡No perderemos!
Todo el mundo se levantó. Todo el mundo aplaudió…
Bésame en las sombras…
Todo el mundo siguió al presidente. Por el pasillo. Al tajo…
Bésame en las sombras de mi corazón…
Hasta la victoria.
Neil Fontaine deja al Judío en su suite de Claridge’s. Vuelve en coche a Bloomsbury. A su habitación individual en el County. Neil Fontaine no la pisa desde hace casi una semana. Consulta su correo. Sus mensajes…
Justo ese.
Neil Fontaine sube a su habitación en la sexta planta. La puerta con la cerradura extra. Se quita la camisa. Se lava las manos y la cara en el lavabo. Se pone una camisa limpia. Abre el armario. Hay una chaqueta de sport en una bolsa de plástico…
Justo esa.
Neil Fontaine se pone la chaqueta. Cierra las dos cerraduras. Baja por la escalera. Pasa por delante del bar y sale a la noche. Va al club de los Servicios Especiales en taxi. Neil Fontaine no lo pisa desde hace casi un año…
—¿De verdad? —pregunta Jerry Witherspoon—. ¿Tanto tiempo ha pasado?
—La noche de las elecciones —dice Neil asintiendo con la cabeza.
—Una noche inolvidable y todo ese rollo —conviene Jerry sonriendo.
Jerry aparta su postre. Jerry enciende un puro. Jerry fuma en silencio…
Jerry conoce a gente de arriba. Los de arriba pasan trabajos a Jerry. Jerry es dueño de Jupiter. Seguridad Jupiter pasa trabajos a Neil. Neil acepta los trabajos…
Los trabajillos. Los trabajos inesperados. Los trabajos de eliminación…
Neil conoce a gente de abajo. Gente de las alcantarillas. Del subsuelo.
Jerry se termina el puro. Jerry aparta el cenicero. Jerry se inclina hacia delante…
—Una noche olvidable en Shrewsbury, según dicen —comenta Jerry.
Neil Fontaine espera.
Jerry levanta su servilleta. Jerry empuja un sobre a través del mantel…
Justo ese.
Neil Fontaine coge el sobre. Neil Fontaine se levanta.
Jerry sonríe.
—No dejes que un error de juicio se convierta en una costumbre, Neil —dice.
Neil Fontaine vuelve en taxi a Bloomsbury. Va andando a Euston. Entra en la iglesia de San Pancracio. Se sienta en un banco. Agacha la cabeza. Pronuncia una pequeña oración…
Justo esa.
Devuélvemela.
Era el día de los Inocentes y nevaba afuera. Terry Winters estaba tumbado en la cama de matrimonio. Olía la comida de domingo. Oía a los niños que se peleaban. Los ánimos que se caldeaban. Los puñetazos que volaban. El presidente también se había enfurecido. El presidente se había puesto hecho una fiera. Como era de esperar, la Confederación del Sector Siderúrgico le había dicho que no. ¡Lo había traicionado! El presidente exigía venganza. El presidente volvería a aparecer hoy en la televisión en Weekend World. El presidente anunciaría al mundo entero lo que opinaba de los que le dijesen que no. Los que lo traicionasen, los afiliados y sus familias. Judas. Terry se dio la vuelta en la cama de matrimonio. Miró la cartera con el tirante roto. La que nunca usaba ya. Los papeles amontonados en el tocador. Terry salió de la cama. Hacía frío. Se puso las zapatillas. La bata. Fue al cuarto de baño. Cuando meó notó dolor en la polla. Tiró de la cadena. Se lavó las manos. Apagó la luz. Bajó la escalera de mano del desván. Subió por la escalera. Miró en el desván…
Las dos maletas situadas en las sombras…
Bésame.
El seguro. 1 de abril, día de los Inocentes, 1984.
Martin
Ya me ha oído. No puede hacernos esto, dice Cath. Vamos a casa de mi hermana. Hoy no, querida. ¿Por qué no?, dice Cath. ¿Por qué no podemos ir? Tengo motivos para creer que pueden representar una amenaza para el orden público. No puede hacernos esto, repite Cath. Dé la vuelta al vehículo o les detendré. Pongo el coche en marcha. Martin, dice ella. No puede hacer esto. Sí que puede, le contesto. Y tanto que puede, joder… Hemos calentado vuestras casas. Vuestras cocinas y vuestras camas… Día 30. Se creen muy listos. Pues nosotros también. No le cuento a Cath lo que pienso hacer. Me quedo sentado a oscuras con las cortinas descorridas. Una furgoneta para a las cuatro más o menos. Un rótulo de una constructora en el lateral. Escaleras de mano en el techo. Me dan un mono. Nos vamos. Todo el trayecto por carreteras secundarias. Llegamos a Mansfield con tiempo de sobra. Aparcamos en una calle lateral. Me quedo sentado en la parte trasera. No decimos ni mu. A las ocho y media la radio nos despierta. Nos llevamos los monos. Bajamos de la parte trasera de la furgoneta. Seguimos a Pete hasta la oficina de Nottinghamshire. Al doblar la esquina, vemos que no estamos solos. Somos unos quinientos en total. Ellos unos pocos. Y policías. Crr, crr. Sus delegados se dirigen al interior. Empezamos a gritar… Judas. Traidores. Esquiroles. Judas. Traidores. Esquiroles. Judas. Traidores. Esquiroles… Pasan cinco horas. Entonces se da a conocer el resultado: ciento ochenta y seis contra setenta y dos. Gilipollas. Van a dejar que manden a casa a un maquinista para respetar un piquete del num. Van a dejar que suspendan a un maquinista para respetar un piquete del num. Van a dejar que despidan a un maquinista para respetar un piquete del num… Piquetes que se la traen sin cuidado y que solo les interesan por la pasta que pueden embolsarse. Gilipollas de mierda. Cuando volvemos a la furgoneta, nos han pinchado todas las puñeteras ruedas. Un cúter. Nos han dejado una Polaroid de la parte delantera de la furgoneta y la matrícula debajo del limpiaparabrisas. Sonrían. El nombre, la dirección y el número de teléfono de Pete escritos en el dorso con bolígrafo negro. Él se limita a sacudir la cabeza. Llama a un taller de la zona. Mandan una grúa. Son las nueve y media cuando llego a casa. Cath ya está en la cama. Gracias a Dios… Nosotros impulsamos vuestros sueños. Vuestras ciudades y vuestros imperios… Día 31. Nottingham, otra vez. Silverhill, para variar. A las afueras de Sutton-in-Ashfield. Geoff se deja ver. Trae a otros dos con nosotros en el coche. Tim y Gary. Sigue por la A61 hasta pasado Chesterfield y luego sale de Nottinghamshire. Aparca en el lado de Derbyshire. Vamos a la mina andando a través de granjas y campos. Orgullosos de nosotros. Hay seis tíos delante de la verja cuando nos acercamos al camino de entrada. Todavía estamos en una vía pública. De lejos parecen de los nuestros, pero no lo son… Son putos policías de paisano. Llegamos al final del sendero. ¿Qué hacéis, chicos?, nos preguntan. Estamos dando un paseo por una vía pública, digo. Si seguís, os detendré, nos avisa uno. ¿Por qué?, pregunto. Por posible alteración del orden público. Mire, solo queremos acercarnos a la puerta y convencerlos para que dejen de trabajar, digo. Si salís de este camino, dice él, os detendré. Está bien, digo, vengan y quédense con nosotros en la puerta. Ya os lo he dicho una vez, dice él, os detendré. Pero tenemos derecho a acercarnos y a expresar nuestra opinión a la gente, contesto. No vamos a parar a nadie que no quiera parar. Pero nosotros también tenemos derechos. Ya os lo he dicho, dice él. Y ahora largaos de una puta vez. Geoff pasa por delante de ellos y se mete en la calle. A la mierda, dice Geoff. Detenlo, dice el policía. Otro poli de paisano se acerca a Geoff. ¿Cuál es su nombre y su dirección? Geoff Brine, dice Geoff Brine. De Todwick. Le detengo por obstaculizarme en el cumplimiento de mi deber, señor Brine, dice el poli de paisano. ¿Qué?, dice Geoff riendo. El poli de paisano le pone la mano en el hombro. Ya me ha oído. Geoff le aparta la mano sacudiendo el hombro. Eso sobra, dice Geoff. ¿A qué furgón quiere que suba? El policía de paisano señala al fondo de la calle. A aquel, dice. El inspector se acerca. ¿Qué pasa aquí?, pregunta. Se lo explican. Él nos mira a los otros tres. Lleváoslos a todos, dice. ¿Qué?, pregunto. Obstrucción, dice el inspector. Día 32. La comisaría de Mansfield. Hay un embudo de policías desde el furgón hasta la comisaría.