Zahorí II. Revelaciones. Camila Valenzuela. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Camila Valenzuela
Издательство: Bookwire
Серия: Zahorí
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9789563634037
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daba la posibilidad a la chica de elegir si hablaba con él en ese momento o después.

      —No, seguro sabía que no iba a querer conversar el primer día que se vieran. Lo hizo para presentarse, para que supiera que existía y que está acá, en Puerto Frío –resopló.

      A su hermana menor siempre le tocaba todo junto. Recordó una vez, cuando Marina acababa de cumplir los once años, que se fracturó el dedo meñique del pie al pasar a llevar una silla. Luego, le vino una amigdalitis purulenta que la tuvo un mes sin ir a clases. Para rematar la mala suerte, tuvo que rendir los exámenes del colegio en vacaciones porque se había atrasado en el año académico regular. Aun así, era la persona más resiliente que conocía.

      —Mejor te corto, le voy a mandar un mensaje, marco tarjeta y te voy a buscar para irnos a la casona, ¿dale?

      —Sí, te espero. Un beso.

      —Beso.

      Cortó la llamada y fue hasta los mensajes para mandar uno a Marina: “Supe lo que pasó. Pronto conversaremos con calma. Fuerza”. Apretó el botón, el mensaje se envió y metió el celular al bolsillo. Antes de girar para entrar de nuevo al hospital, sintió una brisa gélida adherirse a su cuerpo y la tierra vibrar bajo sus pies. El oscuro estaba ahí, escondido, observándola; esperando a que Magdalena mostrara vulnerabilidad para volver a atacarla. Seguramente creyó que los alerces, tupidos uno al lado del otro, eran el lugar perfecto para encubrirse, pero una vez más, estaba equivocado: ella era la elegida de tierra y su elemento le diría la ubicación exacta. El talismán vibraba, sujeto a la cadena que colgaba de su cuello; lo tomó con una mano y extendió la otra junto con su brazo, estirando al máximo los dedos. Sentía cada vibración sobre su palma. Las partículas de polvo suspendidas, la respiración de la tierra, el viento contra ella. De pronto, lo sintió a él. Era una energía negativa y oscura, inconfundible. Lo haría salir de su escondite a rastras si era necesario. Una mano seguía aferrada a su talismán, la otra formó un puño; entonces, con un movimiento ágil y veloz, la llevó hacia ella. Eso fue suficiente para que el oscuro fuera arrastrado más de tres metros por la tierra y el pavimento hasta quedar tirado de espaldas a sus pies.

      No podía ver el rostro, pero su cuerpo, su ropa desgajada y su pelo negro y largo se lo decía. “Es él. No puede ser él. No puedo pelear contra él”. El oscuro se incorporó de a poco, siempre de espaldas hacia ella. Cuando estuvo de rodillas, Magdalena se acercó y puso su mano sobre uno de los hombros; no necesitó verlo, la tierra se lo dijo: era Damián.

      Giró y su mirada negra, llena de odio, se posó en el talismán de tierra. Luego, en ella. No tuvo tiempo para reaccionar, lo próximo que supo fue que volaba por los aires hasta chocar contra uno de los muros externos del hospital. Sintió un dolor agudo recorrer el costado izquierdo de su cuerpo y la quemadura de su muñeca ardió de nuevo, viva. El sabor de la sangre llegó a su boca. Damián estaba parado a unos metros de distancia; duro, gélido y temible como una gárgola. No tenía necesidad de hacer el teatro que provocaban los oscuros menores: nada de volutas de humo negro ni niebla, su sola figura era suficiente para paralizar al más valiente. “No hay nada de él ahí dentro”, pensó Magdalena. Se levantó y abrió las palmas de sus manos en dirección a la tierra, que emitió una energía vibrante en dirección a Damián, haciéndolo tambalear y caer de bruces al suelo. Se elevó en el aire en menos de un minuto y escupió la sangre negra que salía del interior de su boca. Juntó su dedo índice con el medio, hizo un ligero movimiento hacia la derecha y Magdalena salió expulsada en esa trayectoria hasta rebotar contra el parachoques de la camioneta. Un dolor punzante e intenso se propagó desde la cadera a las rodillas mientras que otro, profundo y visceral, se extendió desde sus pulmones al abdomen. La verdad era que le dolía todo el cuerpo. Habría podido valerse del talismán de tierra y la esencia de Aïne para estar al mismo nivel del oscuro, pero no podía enfrentarse con todas sus fuerzas a él. Si existía alguna posibilidad de liberar a Damián de la maldición –probabilidad que veía cada vez más lejana–, tenían que mantenerlo con vida. Se lo debían al recuerdo de Pedro. Y ella, se lo debía a Marina. Solo podía defenderse. Tocó con su mano el pavimento y, una vez más, Damián fue a dar directo al suelo, sin embargo, esta vez Magdalena mantuvo la palma conectada a la tierra. La fuerza de gravedad se concentraba encima del cuerpo del oscuro haciendo imposible que se levantara de nuevo. Advirtiendo que no sería sencillo volver a estar de pie, el oscuro abrió su boca y de ella salió un vaho negro que llegó hasta Magdalena. Juntó sus labios pero el vaho se coló por sus fosas nasales, corrió por su garganta hasta comprimir sus pulmones. No podía respirar. De forma instintiva, llevó ambas manos hasta su cuello; apenas lo hizo, Damián quedó liberado. Se levantó con el empuje de una fuerza invisible y sus pies quedaron levitando unos centímetros por encima del suelo. Magdalena sabía que debía defenderse, pero no podía concentrarse ni mucho menos usar su poder; solo podía sentir el aire negro del oscuro dentro de su cuerpo, ejerciendo presión sobre su pecho. Damián se aproximó a ella, lentamente, como el cazador que le gusta cercar y oler el miedo de su presa. Se acuclilló a su lado y la miró sin expresión alguna, con los ojos secos. Acercó su oído a la boca de Magdalena para escuchar más de cerca sus gritos de asfixia y una sonrisa se esbozó en su rostro. Entonces, le habló con su tono grave y una pronunciación aturdida, que le hizo notar aún más la presencia de un extraño dentro del cuerpo de Damián.

      —Te queda poco, elemental de tierra. Unos tres minutos, probablemente –le levantó el mentón para clavar su mirada de triunfo en ella–. Tachtadh dubh11 funciona así: yo lo transfiero a tus pulmones y, de a poco, va impidiendo el paso del aire.

      Magdalena hizo el intento de quitar su mentón de las manos del oscuro, pero este le clavó con fuerza los dedos en la mandíbula.

      —No sabes cuántos siglos soñé con este momento. Por fin te veré caer y nadie podrá salvarte del abismo, Aïne.

      ¿Había escuchado bien o la asfixia no solo le nublaba la mirada, sino también la razón? Magdalena movió su cabeza de un lado hacia otro: ella no era Aïne.

      —¿No quieres morir? Ah, pero es tiempo, ya has destruido suficientes vidas.

      La mano del oscuro bajó del mentón al cuello y sus largos dedos lo envolvieron. El cuerpo de Magdalena, demasiado débil y lánguido, no respondió a sus intentos por defenderse. Entonces, cuando parecía que el oscuro ganaría esa batalla, un rayo de luz lo golpeó en el costado, produciéndole una erosión en el brazo. Gabriel se acercó con paso decidido a él, dando un golpe de luz tras otro, sin interrupciones. El oscuro se levantó para responderle con destellos negros y, apenas se alejó de Magdalena, ella recobró la respiración. Dio una inspiración profunda, desesperada, y llenó de aire sus pulmones. Su pecho subía y bajaba de modo convulsivo mientras Gabriel y Damián se enfrentaban en el centro del estacionamiento. En cualquier momento alguien del pueblo vería lo que sucedía y, peor aún, de seguro saldría herido: tenía que acabar con esa pelea.

      Con la poca energía que le quedaba, intentó levantarse del suelo pero la adrenalina no le sirvió para menguar el dolor que recorría su cuerpo. Se quedó de rodillas y puso la palma de una mano sobre la superficie. Una pequeña grieta se abrió en la tierra y avanzó rápidamente en una línea irregular hacia Damián. Cuando lo alcanzó, de ella emergió un tallo leñoso aunque, al mismo tiempo, dócil, que se enroscó primero en el tobillo del oscuro, recorrió su pierna y subió por su cintura como una serpiente inmovilizando a su presa. Damián intentó zafarse, pero Gabriel seguía enviando rayos de energía directo a sus extremidades; le era imposible moverse. Littin se acercó a él, quedando solo a unos centímetros de distancia. Damián estaba de espaldas a Magdalena, así que no podía ver su expresión, pero por las manos en puño de Gabriel podría haber asegurado que se burlaba: él sabía que ninguno de los dos haría algo que atentara verdaderamente contra ese cuerpo; tenía la vida asegurada.

      Damián miró hacia un costado para fijar su vista en Magdalena y, antes de desaparecer, dijo: “Esto es solo el comienzo”.

      Una espiral de humo negro lo envolvió de pies a cabeza y, luego, se desvanecieron juntos.

      Entonces, Magdalena cayó al suelo, exhausta.

      11 “Ahogo negro”.