Cristo vino para aliviar el sufrimiento. Este mundo es un vasto lazareto, pero Cristo vino para sanar a los enfermos y proclamar liberación a los cautivos de Satanás. Él era en sí mismo la salud y la fuerza. Impartía vida a los enfermos, a los afligidos, a los poseídos de los demonios. No rechazaba a ninguno que viniese para recibir su poder sanador. Sabía que quienes le pedían ayuda habían atraído la enfermedad sobre sí mismos; sin embargo no se negaba a sanarlos. Y cuando la virtud de Cristo penetraba en estas pobres almas, quedaban convencidas de pecado, y muchos eran sanados de su enfermedad espiritual tanto como de sus dolencias físicas. El evangelio posee todavía el mismo poder, y ¿por qué no habríamos de presenciar hoy los mismos resultados?
Cristo siente los males de todo doliente. Cuando los malos espíritus desgarran un cuerpo humano, Cristo siente la maldición. Cuando la fiebre consume la corriente vital, él siente la agonía. Y está tan dispuesto a sanar a los enfermos ahora como cuando estaba personalmente en la tierra. Los siervos de Cristo son sus representantes, los conductos por los cuales ha de obrar. Él desea ejercer por ellos su poder curativo (DTG 763).
Cristo es el único que experimentó todas las penas y tentaciones que sobrevienen a los seres humanos. Nunca fue tan fieramente perseguido por la tentación otro ser nacido de mujer; nunca llevó otro la carga tan pesada de los pecados y dolores del mundo. Nunca hubo otro cuya simpatía fuese tan abarcante y tierna. Habiendo participado de todo lo que experimenta la especie humana, no sólo podía condolerse de todo el que estuviese abrumado y tentado en la lucha, sino que sentía con él (Ed 78).
Cristo llegó hasta el rico y el pobre por igual. Cristo tomó una posición que lo niveló con los pobres, para que por su pobreza pudiéramos llegar a ser ricos en perfección de carácter y ser, como él fue, un sabor de vida para vida. Al empobrecerse, él podía simpatizar con los pobres. Su humanidad podía palpar la humanidad de éstos y ayudarlos a alcanzar la perfección de los buenos hábitos y de un carácter noble. Él pudo enseñarles cómo atesorar para sí mismos riquezas imperecederas en el cielo. El jefe de las cortes celestiales llegó a ser uno con la humanidad, un participante de sus sufrimientos y aflicciones, para que por la representación de su carácter en su inmaculada pureza, ellos pudieran llegar a ser participantes de su naturaleza divina, escapando de la corrupción que está en el mundo por causa de la concupiscencia. Y Cristo era una alegría para los ricos, porque les podía enseñar cómo sacrificar sus posesiones terrenas y ayudar a salvar las almas que perecían en la oscuridad del error (Carta 150, 1899).
Cultivar la compasión y la simpatía que caracterizaban a Cristo. La tierna simpatía de nuestro Salvador se despertó por la caída y doliente humanidad. Si quieren ser sus seguidores deben cultivar la compasión y la simpatía. La indiferencia hacia las aflicciones humanas se tornará en un vivo interés hacia el sufrimiento de otros. La viuda, el huérfano, el enfermo y el moribundo siempre necesitan ayuda. Allí hay una oportunidad para proclamar el evangelio, de elevar a Jesús, que es la esperanza y el consuelo de todos los hombres. Cuando el cuerpo enfermo ha sido aliviado y han demostrado un vivo interés por el afligido, el corazón se abre y es posible derramar en él el bálsamo celestial. Si están mirando a Jesús y aprendiendo de su sabiduría y fortaleza y gracia, podrán impartir su consuelo a otros, porque el Consolador está con ustedes (MM, enero de 1891).
PARTE II
EL PLAN DE DIOS PARA SU IGLESIA
Pensamiento áureo
Lean Isaías 58, ustedes que pretenden ser hijos de la luz. Especialmente ustedes, quienes se han sentido muy mal dispuestos a incomodarse por favorecer a los necesitados, léanlo detenidamente vez tras vez. Ustedes, cuyos corazones y casas son demasiado estrechos para hacer un hogar para los desheredados, léanlo. Ustedes, quienes pueden ver a los huérfanos y a las viudas oprimidos por la férrea mano de la pobreza y agobiados por el duro corazón de los mundanos, léanlo. ¿Tienen temor de que en su familia sea introducida una influencia que les signifique más trabajo? Léanlo. Sus temores pueden ser infundados, y cada día pueden recibir una bendición que será conocida y bien comprendida por ustedes. Pero, si por el contrario, se les requiere efectuar una labor extra, la pueden poner sobre Uno que ha prometido: “Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salud se dejará ver presto”.
Me ha sido mostrada la razón por la cual el pueblo de Dios no está más espiritualmente dispuesto y no tiene una fe más abundante: ello se debe a que está apretadamente estrechado por el egoísmo. El profeta está hablando a los observadores del sábado, no a los pecadores, no a los incrédulos, sino a quienes hacen grandes alardes de piedad. No son las muchas reuniones lo que Dios acepta. No son las numerosas oraciones, sino el bienhacer: hacer lo correcto a su debido tiempo. Es ser menos egoístas y más misericordiosos. Nuestras almas deben prodigarse. Entonces Dios las hará como jardines bien regados, cuyas aguas nunca faltan ( TI 2:33, 34).
CAPÍTULO
3
Isaías 58: Un precepto divino
“La religión pura y sin mácula delante de Dios y Padre es ésta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Sant. 1:27).
El capítulo que define nuestra obra. Todo Isaías 58 debe ser considerado un mensaje para este tiempo; debe ser dado una y otra vez (SpT “B”, Nº 2, p. 5).
¿Qué dijo el Señor en Isaías 58? El capítulo entero es de la mayor importancia (T 8:159).
He sido instruida para llamar la atención de nuestro pueblo a Isaías 58. Lean este capítulo cuidadosamente y comprendan la clase de obra que llevará vida a las iglesias. La obra del evangelio debe ser llevada por medio de nuestra liberalidad tanto como por nuestras labores. Cuando encuentren almas dolientes que necesitan ayuda, dénsela. Cuando encuentren a quienes están hambrientos, aliméntenlos. Al hacer esto, estarán trabajando así como trabajó Cristo. La santa obra del Maestro fue un trabajo de misericordia. Anímese a nuestro pueblo en todas partes a participar en ella (Manuscrito 7, 1908).
El esbozo de la obra. Les ruego que lean el capítulo 58 de Isaías: “¿Es tal el ayuno que yo escogí, que de día aflija el hombre su alma, que incline su cabeza como junco, y haga cama de cilicio y de ceniza? ¿Llamaréis esto ayuno, y día agradable a Jehová? ¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia. Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí. Si quitares de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador, y el hablar vanidad; y si dieres tu pan al hambriento, y saciares el alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía. Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerta de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan” [vers. 5-11].
Esta es la obra especial que tenemos delante de nosotros. Nuestras oraciones y nuestros ayunos no valdrán nada a menos que emprendamos resueltamente esta tarea. Sobre nosotros descansan sagradas obligaciones. Nuestro deber está claramente señalado. El Señor nos ha hablado por medio de su profeta. Los pensamientos del Señor y sus caminos no son los que los mortales, ciegos y egoístas creen que son o quisieran que sean. El Señor escudriña el corazón. Si el egoísmo mora allí, él lo sabe. Podemos tratar de ocultar nuestro verdadero carácter frente a nuestros hermanos y nuestras hermanas, pero Dios lo conoce. Nada le podemos ocultar.
Aquí se describe el ayuno que Dios acepta. Consiste en compartir nuestro pan con el hambriento y a los pobres errantes traerlos a casa. No esperemos que ellos vengan hacia nosotros. No es tarea de ellos buscarnos y rogarnos que les demos un lugar. Ustedes deben buscarlos y llevarlos a vuestros propios hogares. Deben derramar su alma en procura de ellos. Deben levantar una mano