El ministerio de la bondad. Elena Gould de White. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Elena Gould de White
Издательство: Bookwire
Серия: Biblioteca del hogar cristiano
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877981858
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infieles y clasificados como enemigos de Dios y del hombre. Quienes malversan los medios que Dios les ha encomendado para ayudar precisamente a quienes necesitan su ayuda, demuestran que no tienen conexión con Cristo, porque fallan en manifestar la ternura de Cristo hacia los que son menos afortunados (Ibíd., 10-12-1895).

      Si el rico camina en las pisadas de Cristo. El rico es un administrador de Dios, y si camina en las pisadas de Cristo, manteniendo una vida piadosa y humilde, llegará a través de la transformación de su carácter a tener un corazón dócil y sumiso. Se da cuenta de que sus posesiones son solamente tesoros prestados, y los siente como sagrados depósitos que le han sido confiados para ayudar a los necesitados y dolientes en lugar de Cristo. Esta obra traerá su recompensa en talentos y riquezas atesorados al lado del trono de Dios. De esta manera, el rico puede hacer que su vida tenga un éxito espiritual, como un fiel administrador de las cosas de Dios (Manuscrito 22, 1898).

       El sufrimiento, un medio para el perfeccionamiento del carácter. Hay también en las palabras del Salvador un mensaje de consuelo para quienes sufren aflicción o la pérdida de un ser querido. Nuestras tristezas no brotan de la tierra. Dios “no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres”. Cuando él permite que suframos pruebas y aflicciones, es para “lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad” [Lam. 3:33; Heb. 12:10]. Si la recibimos con fe, la prueba que parece tan amarga y difícil de soportar resultará una bendición. El golpe cruel que marchita los gozos terrenales nos hará dirigir los ojos al cielo. ¡Cuántos son los que nunca habrían conocido a Jesús, si la tristeza no les hubiera movido a buscar consuelo en él!

      Las pruebas de la vida son los instrumentos de Dios para eliminar de nuestro carácter toda impureza y tosquedad. Mientras nos labran, escuadran, cincelan, pulen y bruñen, el proceso resulta penoso, y es duro ser oprimido contra la muela de esmeril. Pero la piedra sale preparada para ocupar su lugar en el templo celestial. El Señor no ejecuta trabajo tan consumado y cuidadoso en material inútil. Únicamente sus piedras preciosas se labran a manera de las de un palacio.

      El Señor obrará en favor de cuantos depositen su confianza en él. Los fieles ganarán victorias preciosas, aprenderán lecciones de gran valor y tendrán experiencias de gran provecho (DMJ 14, 15).

       La aflicción y la calamidad no indican el desagrado de Dios. “Al pasar Jesús, vio a un ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”... [Juan 9:1-7]

      Se creía generalmente entre los judíos que el pecado era castigado en esta vida. Se consideraba que cada aflicción era castigo de alguna falta cometida por el mismo que sufría o por sus padres. Es verdad que todo sufrimiento es el resultado de la transgresión de la ley de Dios, pero esta verdad había sido falseada. Satanás, el autor del pecado y de todos sus resultados, había inducido a los hombres a considerar la enfermedad y la muerte como procedentes de Dios, como un castigo arbitrariamente infligido por causa del pecado. Por lo tanto, aquel a quien le sobrevenía una gran aflicción o calamidad debía soportar la carga adicional de ser considerado un gran pecador...

      Dios había dado una lección destinada a prevenir esto. La historia de Job había mostrado que el sufrimiento es infligido por Satanás, pero que Dios predomina sobre él con fines de misericordia. Pero Israel no entendía la lección. Al rechazar a Cristo, los judíos repetían el mismo error por el cual Dios había reprobado a los amigos de Job.

      Los discípulos compartían la creencia de los judíos concerniente a la relación del pecado y el sufrimiento. Al corregir Jesús el error, no explicó la causa de la aflicción del hombre, sino que les dijo cuál sería el resultado. Por causa de ello se manifestarían las obras de Dios. “Entre tanto que estoy en el mundo –dijo él–, luz soy del mundo” [Juan 9:5]. Entonces, habiendo untado los ojos del ciego, lo envió a lavarse en el estanque de Siloé, y el hombre recibió la vista. Así Jesús contestó la pregunta de los discípulos de una manera práctica, como respondía él generalmente a las preguntas que se le dirigían nacidas de la curiosidad. Los discípulos no estaban llamados a discutir la cuestión de quién había pecado o no, sino a entender el poder y la misericordia de Dios al dar vista al ciego (DTG 436, 437).

      Cristo ha de ser visto y oído a través de nosotros. Dios se propone que los enfermos, los desventurados, los que están poseídos por malos espíritus, oigan su voz a través de nosotros. Por medio de sus agentes humanos, él desea ser un consolador, tal como el mundo jamás ha visto antes. Sus palabras deben ser dichas por sus seguidores: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí” [Juan14:1].

      El Señor obrará por medio de cada alma que se entregue a sí misma para trabajar, no solamente para predicar, sino también para asistir a los desconsolados e inspirar esperanza en los corazones que no la tienen. Estamos para hacer nuestra parte en aliviar y suavizar las miserias de esta vida. Las miserias y los misterios de esta vida son tan tenebrosos y sombríos como lo fueron hace miles de años. Hay algo que debemos hacer: “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti” [Isa. 60:1]. Hay necesitados cerca de nosotros; los dolientes están en nuestros propios lindes. Debemos tratar de ayudarlos. Con la gracia de Cristo, las fuentes selladas de la obra ferviente, semejante a la de Cristo, han de ser abiertas. En la fortaleza de Aquel que tiene toda la fortaleza, hemos de trabajar como jamás hemos trabajado antes (Manuscrito 65b, 1898).

      CAPÍTULO

      La compasión de Cristo hacia el sufrimiento humano

      Cristo mismo sufre con la humanidad doliente. Cristo identifica su interés con el de la doliente humanidad. Condenó a su propia nación por su equivocado comportamiento con sus prójimos. El descuido o el abuso de los más débiles, de los creyentes más descarriados, él [Jesús] lo menciona como hecho a sí mismo. Los favores prodigados a ellos, los considera como conferidos a sí mismo. No nos ha dejado en tinieblas respecto a nuestro deber, sino que a menudo repite las mismas lecciones mediante diferentes ilustraciones y bajo diversos aspectos. Lleva a los actores adelante hasta el último gran día y declara que el trato dado al más pequeño de sus hermanos es alabado o condenado como si hubiera sido hecho a él mismo. Dice: “A mí lo hicisteis” o “Ni a mí lo hicisteis” [Mat. 25:40, 45].

      Él es nuestro sustituto y garantía. Él se pone en lugar de la humanidad, de modo que él mismo es afectado en la medida en que el más débil de sus seguidores es afectado. Tal es la compasión de Cristo que nunca se permite a sí mismo ser un espectador indiferente de cualquier sufrimiento ocasionado a sus hijos. Ni la más leve herida puede ser hecha de palabra, intención o hecho que no toque el corazón de Aquel que dio su vida por la humanidad caída. Recordemos que Cristo es el gran corazón del cual fluye la sangre de vida hacia cada órgano del cuerpo. Él es la cabeza, desde la cual se extiende cada nervio hacia el más diminuto y más remoto miembro del cuerpo. Cuando sufre un miembro de este cuerpo, con el cual Cristo está tan misteriosamente conectado, la vibración del dolor es sentida por nuestro Salvador.

      ¿Despertará la iglesia? ¿Sus miembros alcanzarán la simpatía de Cristo, de manera que tengan su misma compasión hacia las ovejas y los corderos de su redil? Por ellos la Majestad del cielo se humilló a sí misma; por ellos, él vino a un mundo agostado y estropeado con la maldición; se esforzó día y noche para enseñar, para elevar y dar eterno gozo a los ingratos y desobedientes. Por ellos él se hizo pobre, para que por medio de su pobreza ellos fueran hechos ricos [2 Cor. 8:9]. Por ellos se negó a sí mismo; por ellos soportó la privación, el escarnio, el desprecio, el sufrimiento y la muerte. Por ellos él tomó la forma de un siervo [Fil. 2:7]. Este es nuestro modelo, ¿lo imitaremos? ¿Tendremos cuidado por la heredad de Dios? ¿Fomentaremos una tierna compasión por los que yerran, los tentados y los probados? (Carta 45, 1894).

      Tocado con el sentimiento de nuestras dolencias. Cristo, nuestro sustituto y fiador, fue un varón de dolores experimentado en quebrantos. Su vida humana fue un largo afán en favor de la heredad que había comprado a tan infinito costo. Fue conmovido con el sentimiento de nuestras dolencias. En vista del valor que