El ministerio de la bondad. Elena Gould de White. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Elena Gould de White
Издательство: Bookwire
Серия: Biblioteca del hogar cristiano
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877981858
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cosecha de almas para el reino de Dios. Es el sincero deseo de los editores y de

      LOS FIDEICOMISARIOS DE LAS

      PUBLICACIONES DE ELENA G. DE WHITE.

      LA FILOSOFÍA DIVINA ACERCA DEL SUFRIMIENTO Y LA POBREZA

      Pensamiento áureo

       El pecado ha raído el amor que Dios implantó en el corazón del hombre. La obra de la iglesia es volver a encender ese amor. La iglesia debe cooperar con Dios en desarraigar el egoísmo del corazón humano, estableciendo en su lugar la caridad que estaba en el corazón del hombre en su estado original de perfección

      (Carta 134, 1902).

      CAPÍTULO

      El porqué de la pobreza y el dolor

      “Porque no faltarán menesterosos de en medio de la tierra; por eso yo te mando, diciendo: Abrirás tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra” (Deut. 15:11).

      Bienaventurados los misericordiosos. El Señor Jesús dijo: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” [Mat. 5:7]. Nunca como hoy en día hubo una época cuando hubiera mayor necesidad de ejercer la misericordia. Nos rodean los pobres, los angustiados, los afligidos, los dolientes y los que están por perecer.

      Los que han adquirido riquezas, lo han hecho por medio de los talentos que Dios les ha dado, pero esos talentos para obtener bienes les fueron dados para que pudiesen socorrer a quienes se encuentran en la pobreza. Esos dones les fueron otorgados a los hombres por Aquel que hace que su sol ilumine y su lluvia caiga sobre justos e injustos; para que por la fecundidad de la tierra los hombres puedan tener abundante provisión para suplir todas sus necesidades. Los campos han sido bendecidos por Dios, y de su bondad ha “provisto al pobre” [Mat. 5:45; Sal. 68:10] (ST, 13-6-1892).

      El sufrimiento y la miseria no son el propósito de Dios. Son muchos los que se quejan de Dios porque hay tanta necesidad y dolor en el mundo; pero Dios no quiso nunca que existiese esta miseria. Nunca quiso que un hombre tuviese abundancia de los lujos de la vida, mientras que los hijos de otros lloraran por pan. El Señor es un Dios benévolo (JT 2: 511).

      Dios ha hecho a los hombres sus mayordomos, y a él no se le puede culpar del sufrimiento, la miseria, la desnudez y la necesidad de la humanidad. El Señor ha hecho amplia provisión para todos. Él ha dado a miles de hombres gran provisión con la cual mitigar la necesidad de sus prójimos. Pero aquellos a quienes Dios ha hecho sus mayordomos no han soportado la prueba, pues ellos han dejado sin aliviar a los dolientes y necesitados.

      Cuando los hombres que han sido abundantemente bendecidos por el cielo con mucha riqueza fallan en llevar adelante los designios de Dios y no alivian al pobre y al oprimido, el Señor se desagrada y seguramente los visitará [con su castigo]. No tienen excusa por retener la ayuda que Dios ha puesto en su poder para dar a sus prójimos, y se deshonra a Dios. Su carácter es mal interpretado por Satanás, y es representado como un juez duro que acarrea sufrimiento sobre las criaturas que ha creado. Esta mala interpretación del carácter de Dios está hecha como para que parezca verdad, y de esta manera, como consecuencia de la tentación del enemigo, el corazón de los hombres es endurecido contra Dios. Satanás culpa a Dios del mal que él mismo ha causado al hacer que los hombres retengan sus recursos y no los den a quienes sufren. Él atribuye a Dios sus propias características (RH, 26-6-1894).

      La miseria y el sufrimiento no son necesarios. Si los hombres cumplieran con su deber como mayordomos fieles de los bienes del Señor, no habría el clamor por pan, ni el sufrimiento por la miseria, ni la desnudez y la necesidad. La infidelidad de los hombres trae el estado de sufrimiento en el que la humanidad está hundida. Si aquellos a quienes Dios ha hecho sus mayordomos tan sólo emplearan los bienes del Señor para el objeto con el cual se los dio, este estado de sufrimiento no existiría. El Señor prueba a los hombres dándoles una abundancia de cosas buenas, así como probó al hombre rico de la parábola [Luc. 12:16-21]. Si somos hallados infieles en el manejo de las riquezas mundanales, ¿cómo nos podrá confiar las verdaderas riquezas? Quienes han permanecido firmes en la prueba en el mundo, que han sido hallados fieles, que han obedecido las palabras del Señor al ser misericordiosos usando sus medios para el progreso de su reino, oirán de los labios del Maestro: “Bien, buen siervo y fiel” [Mat. 25:21] (Ibíd.).

      Algunos ricos, algunos pobres. La razón por la cual Dios ha permitido que algunos miembros de la familia humana fueran tan ricos y otros tan pobres seguirá siendo un misterio para los hombres hasta la eternidad, a menos que establezcan la debida relación con Dios y ejecuten los planes divinos, en lugar de obrar de acuerdo con sus propias ideas egoístas (TM 280).

      Para fomentar el amor y la misericordia. En la providencia de Dios los hechos han sido así ordenados para que los pobres estén siempre con nosotros, con el propósito de que pueda haber en el corazón humano un constante ejercicio de los atributos de la misericordia y el amor. El hombre ha de cultivar la ternura y la compasión de Cristo; no ha de separarse de los dolientes, los afligidos, los necesitados y los angustiados (ST, 13-6-1892).

       Para desarrollar en el hombre un carácter semejante al de Dios. Aunque el mundo necesita simpatía, aunque necesita las oraciones y la ayuda de Dios, aunque necesita ver a Cristo en la vida de quienes le siguen, los hijos de Dios necesitan igualmente oportunidades que atraigan sus simpatías, den eficacia a sus oraciones y desarrollen en ellos un carácter semejante al modelo divino.

      Para proveer estas oportunidades, Dios colocó entre nosotros a los pobres, los infortunados, los enfermos y los dolientes. Son el legado de Cristo a su iglesia, y han de ser cuidados como él los cuidaría. De esta manera, Dios elimina la escoria y purifica el oro, dándonos la cultura del corazón y el carácter que necesitamos.

      El Señor podría llevar a cabo su obra sin nuestra cooperación. No depende de nosotros por nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestro trabajo. Pero la iglesia es muy preciosa a su vista. Es el estuche que contiene sus joyas, el aprisco que encierra su rebaño, y él anhela verla sin mancha, tacha ni cosa semejante. Él siente por ella anhelos de amor indecible. Esta es la razón por la cual nos ha dado oportunidades de trabajar para él y acepta nuestras labores como prueba de nuestro amor y lealtad (JT 2:499).

      Para que comprendamos la misericordia de Dios. Tanto el pobre como el rico son el objeto del especial cuidado y de la atención de Dios. Sáquese la pobreza y no tendremos cómo comprender la misericordia y el amor de Dios, no habrá forma de conocer la compasión y la simpatía del Padre celestial (Carta 83, 1902).

      Dios nos da para que podamos dar a otros. Dios nos imparte su bendición para que podamos impartirla a otros. Cuando le pedimos nuestro pan cotidiano, él mira nuestro corazón para ver si queremos compartirlo con quienes lo necesitan más que nosotros. Cuando oramos: “Dios, sé propicio a mí, pecador” [Luc. 18:13], quiere ver si manifestaremos compasión hacia aquellos con quienes tratamos. Damos evidencia de nuestra relación con Dios si somos misericordiosos como lo es nuestro Padre celestial (JT 2:521).

      El retener empequeñece el crecimiento espiritual. Nada mina más rápidamente la espiritualidad del alma que el albergar en ella el egoísmo y las preocupaciones por sí mismo. Los que son indulgentes consigo mismos y negligentes en el cuidado de las almas y de los cuerpos de aquellos por quienes Cristo ha dado su vida, no están comiendo del pan de vida ni bebiendo del agua del manantial de la salvación. Están secos y sin savia, como árboles que no llevan fruto. Son enanos espirituales, que consumen para sí mismos sus recursos; pero, “todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” [Gál. 6:7] (RH, 15-1-1895).

      A causa de que los ricos descuidan hacer la obra en favor de los pobres que Dios les asignó para que hicieran, desarrollan más orgullo, más suficiencia propia, más indulgencia para sí mismos y se les endurece el corazón. Ellos [los ricos] apartan a los pobres de sí por el hecho de ser pobres, y de ese modo les dan motivo para sentirse envidiosos y celosos. Muchos llegan a la amargura y están saturados de odio hacia quienes lo tienen todo mientras ellos no tienen nada.

      Dios pesa las acciones, y todo aquel que sea