En los términos formulados por el semiólogo Walter Mignolo, la teoría del sistema-mundo moderno y colonial resulta muy útil para entender la presencia del continente y su particular trayectoria histórica, en la formación de tal sistema. Con dicha teoría, es posible una forma de aportar desde el interior de los estudios internacionales latinoamericanos, sobre todo porque posiciona al continente desde su complejidad, como una región que provee muchas de las características con que se organiza por primera vez, un sistema de alcance realmente global. Tal teoría:
aventaja al período moderno temprano en que introduce una dimensión espacial que a este último le falta […] el mundo moderno/colonial lleva el planeta entero a la vista, ya que contempla, […], la aparición y la expansión del circuito comercial atlántico, su transformación con la Revolución Industrial y su expansión a las Américas, Asia y África. Además, el mundo moderno/colonial se abre a la posibilidad de contar historias […] desde la perspectiva de lo ‘colonial’ y su constante posición subalterna (Maldonado-Torres, 2006, pp. 92-93).
Pensando desde una perspectiva también interdisciplinar, la teoría del sistema mundo-moderno y colonial se ve enriquecida cuando posibilita pensar el actual patrón de poder mundial involucrando múltiples aspectos. Con ella ha sido posible construir una teoría donde confluyen aspectos de tipo ideológico y cultural, económico y social, político e institucional, dándole así un carácter holístico y dialogante, pero además se proclama integradora, pues busca anular las jerarquías y se propone un contenido en permanente cambio. Relacionada con lo transdisciplinar crítico, conforme quedan involucrados aportes que se construyen sobre la base del lugar desde el cual se mira y analiza:
La noción de sistema-mundo constituye una aplicación de la teoría de los sistemas complejos al entendimiento del proceso de formación de la sociedad global como proceso histórico multidimensional, […] la noción de sistema mundo es estratégica, hoy, para desarrollar la crítica a la visión simplificada de globalización que privilegia el factor económico sobre el conjunto de factores intervinientes en la realidad, y para pronunciar globalización en plural (Martins, 2015, p. 72).
Se puede sostener que la teoría del sistema-mundo moderno colonial ha sido utilizada y enriquecida de manera permanente durante las últimas dos décadas, explicando un sistema cuya característica principal reúne el ser a la vez moderno, el del capitalismo, la industrialización y el Estado racional, más los principios de la ideología iluminista como libertad e igualdad, pero también el del colonialismo y su accionar por medio de la esclavitud, el racismo, la explotación y el genocidio. Lo anterior constituye “una inspiración cada vez más evidente para la construcción de los lenguajes críticos y de las metas políticas que orientan diversos frentes de lucha de la sociedad, muy especialmente los movimientos indígena y ambientalista”, afirma Rita Segato (2014, p. 176).
Retomando lo señalado por P. H. Martins, los avances alcanzados durante las últimas tres décadas por las ciencias sociales latinoamericanas pasan justamente por los estudios sobre uno de los aspectos involucrados en la formación del sistema-mundo, la colonialidad. A esto se le sumaría la crítica a la modernidad, desde una perspectiva que está por fuera de la crítica de raíz marxista, la posestructuralista o la posmoderna. Aquí se reivindica el hecho de que al haber sido la región el primer eslabón para la formación de tal sistema, América Latina nos muestra el producto de la temprana unión entre capitalismo y colonialidad. Asimismo, considera que el proceso resultó en una simbiosis producto de sumar el uso de una fuerza militar conquistadora, la expansión mercantil y la evangelización, teniendo a las élites hispano-coloniales controlando un proceso que conllevó la catástrofe de las civilizaciones ancestrales, ajenas a la tradición ideológica y política vigente en la Europa occidental de aquel entonces (Martins, 2015, p. 77).
En todo caso, y como una contribución al entendimiento de la fase actual del sistema-mundo, es el debate que algunos de sus seguidores han propiciado alrededor del concepto de gobernanza global, el mismo que ha sido tan difundido en círculos académicos y medios decisores de política en las últimas tres décadas. Un concepto que ha sido objeto de cientos de conversaciones en instituciones y medios de distinta índole. Allí han confluido infinidad de académicos y funcionarios procedentes de múltiples universidades, centros de investigación públicos y privados, instituciones multilaterales del viejo y nuevo regionalismo, gobiernos del primer y tercer mundo tanto democráticos como autoritarios.
En estos escenarios, se observa la ausencia de cuestionamientos al contenido del concepto y el proyecto multilateral en el cual se materializa. Será por eso que ha logrado su incondicional aceptación entre los decisores locales en política exterior, más los incentivos otorgados por las instituciones multilaterales de todo tipo, a su difusión e implementación. Un concepto que al ser analizado en clave decolonial, muestra serias limitaciones sobre su eficacia interpretativa, pues está enmarcado en la trayectoria del eurocentrismo como epistemología, y en las relaciones internacionales como disciplina
que presume producir conocimiento sobre el mundo, [y] lo hace desde un profundo desconocimiento del mundo al silenciar a millones de personas que no comulgan con esos principios existenciales que se presumen y se imponen como universales. En la medida en que el otro no se comporta según esas expectativas creadas para él en Occidente, se lo mantiene al margen, por fuera de la racionalidad que hoy en día impera en las instituciones de la Gobernanza Global, [que] no da cuenta de la diversidad que existe en el mundo y restringe la posibilidad de pensar cuestiones globales desde otras posiciones que no sean aquellas legitimadas o habilitadas para hacerlo (Querejazu, 2017, p. 53).
Al igual que muchos otros conceptos procedentes de la disciplina relaciones internacionales, el de gobernanza ha sido naturalizado como realmente necesario y abarcativo para el adecuado funcionamiento del sistema vigente. Es el mismo que sobre todo se legitima por su lugar de enunciación, y de donde proceden las ideas con las cuales se ha organizado y administrado el sistema-mundo en las últimas siete décadas. Un concepto escasamente confrontado en los centros decisores de política local e internacional, pero que igualmente muestra profundas fisuras cuando se hacen lecturas desde las particularidades que caracterizan las distintas regiones del planeta. Un caso a destacar es el análisis hecho en distintas publicaciones por la abogada boliviana Amaya Querejazu, donde hace notar que su indiscutida aceptación no toma en cuenta un conjunto de limitaciones epistemológicas, pero también implicaciones para el sostenimiento del vigente patrón de poder mundial. Según esta autora, el concepto:
refleja una perspectiva predominante de la realidad, occidental y universalista, y se presenta como un proyecto positivo basado en los valores liberales que permite enfrentar los efectos negativos de la globalización; como fenómeno, se constituye a partir de las relaciones interestatales y de otros actores, con una agenda que está lejos de ser neutral o incluyente (Querejazu, 2016, p. 151).
El concepto de gobernanza global se ha posicionado de manera neutral en la administración de la actual fase del sistema-mundo moderno colonial, y con sus muy sesgadas definiciones reinventa el eurocentrismo desde el momento en que opta por universalizarse, y continúa hablando en nombre de la humanidad. Esgrimiendo lo que el filósofo colombiano Pío García ha venido estudiando de manera reciente, la razón multilateral (2018), no sobra decir que durante las últimas décadas, y junto al ascenso de las propuestas conducentes a fortalecer la institucionalidad de la gobernanza global, además de ser multinivel, ha sucedido que un conjunto de bienes naturales muy apetecidos por el capitalismo contemporáneo, deben ser patrimonio de