Así se propone una renovada conducción imperial del sistema, que se legitima en la tradición teórica e interpretativa procedente de mediados del siglo anterior, aquella que estuvo fundada en principios pertenecientes al mundo westfaliano como el de soberanía nacional, no intervención en asuntos internos de otros Estados o la extraterritorialidad de las sedes diplomáticas. El poder se concentra y ejerce desde territorios que solo pueden ser identificados con el nombre de sus capitales, las cuales inspiran respeto al solo escucharlas, pues refiere a los centros del poder mundial, las cuales ocultan a quienes realmente están en los medios decisores en política internacional.
En gran medida y sin aspirar a un estudio de mayor profundidad, esto último sería producto del predominio de una ontología estatalista, la del ser occidental contenida en el ego cónquiro, el ser que conquista y que terminó por dominar los paradigmas y las teorías pertenecientes a la disciplina en que se fundamentó la organización del sistema internacional. Según Michael Barnett (2008, p. 3), “aquella ontología nos explica cómo está dividido el mundo, los actores definidores de ese sistema global y lo que estructura y guía sus interacciones, y, además, sobre qué bases reclaman autoridad en la política global y, por tanto, influyen en los resultados y defienden su espacio territorial”.
Un pequeño grupo de Estados que se organizan en territorios nacionales, algunos incorporan los de ultramar o insulares, y pasan a ser lugares donde por distintos mecanismos, llegan a concentrar el poder al interior del sistema internacional. Ya sea por tener las alianzas militares, encargadas de garantizar la defensa y la seguridad de los distintos niveles de la gobernanza global, o porque están establecidas las instituciones internacionales encargadas de proteger la vigencia de la democracia liberal o la economía de mercado. Por lo demás, aquellos garantizan el orden ante lo que consideran amenazante presencia de comunidades políticas, las mismas que no están preparadas para asumir los desafíos de conducir o participar en la administración del sistema-mundo moderno y colonial. No reúnen los requisitos para ser más determinantes en el funcionamiento de las instituciones multilaterales.
Desde su fundación, estas se han presentado como medios para garantizar la paz y la prosperidad en el planeta, y el principio de igualdad entre todos sus integrantes es parte de su organización, pero que ha sido muy difícil de alcanzar en el campo de la política real. Otro elemento para tomar en cuenta es que en estos mismos Estados funcionan las cortes locales con influencia global, donde se ven las demandas de inmensos conglomerados económicos contra Estados que incumplen sus compromisos de otorgar, entre otras cosas, seguridad jurídica a las inversiones que realizan. El resultado de esta decisión determina que los Estados financian al sector privado en una economía mundializada, dejando de lado las demandas de numerosos grupos sociales que también requieren su atención. Son cortes que actúan con un determinado tipo de orden legal, el del Estado donde se asienta la demanda judicial, así el problema haya surgido en lugares algo distantes.
De igual manera, se encuentran las instituciones que crean el derecho internacional y a la vez aplican justicia, la cual casi siempre ha recaído en gobernantes violadores de aquellos derechos que están contenidos en la retórica universalista de las instituciones multilaterales. Hemos visto en distintos medios de comunicación, que el accionar del derecho y justicia internacional muestra a quienes han cometido serios crímenes contra los principios allí contenidos. No sorprende que la casi totalidad de estos violadores procedan de Estados surgidos de la descolonización, que han vivido su presente neocolonial o han estado inmersos en interminables conflictos armados. Algunos de ellos trabajaron con quienes impulsaron el colonialismo, o promovieron las independencias previa aceptación de las condiciones establecidas por el colonizador. A nuestro modo de ver, es una continuidad de lo que Frantz Fanon descubrió a mediados del siglo pasado cuando estudió la construcción de una subjetividad colonizada en el Caribe francófono.
En el plano del multilateralismo neoliberal, el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias es una institución que dentro del Banco Mundial se encarga de velar por el adecuado funcionamiento de las normas relacionadas con el respeto a las inversiones privadas y extranjeras. Cómo no creerles cuando dicen que es la institución “líder a nivel mundial dedicada al arreglo de diferencias relativas a inversiones internacionales”, legitimada en la soberana decisión de los comprometidos, quienes “han acordado que el Ciadi sea el foro destinado al arreglo de diferencias entre inversionistas y Estados en la mayoría de los tratados internacionales de inversión”. Objetiva en sus decisiones ha llegado a ser una “institución de arreglo de diferencias independiente, apolítica y eficaz” (Ciadi, 2019).
Pero como lo privado busca la forma de imponer sus intereses, estos mismos conglomerados adelantan su comportamiento en un tipo de acuerdos que se definen como multilaterales y apegados a las normas internacionales. Así tienen la posibilidad de recurrir a los tribunales de arbitramento, espacios en los que el sistema judicial de cualquier país ya no tiene la posibilidad de participar, pues ahora la ley ha pasado a ser administrada por personas caracterizadas por una cuestionable probidad. Hoy en día, la mayor parte de los nuevos administradores de justicia a gran escala son los árbitros, quienes en muchos casos son los funcionarios de los gremios empresariales agrupados en las cámaras de comercio de su país, sus decisiones son inapelables y de obligatorio cumplimiento por el infractor. De qué sorprenderse, entonces, que el Estado en su mayoría pierda en los arbitrajes a los que se somete4.
Un sistema basado en leyes e instituciones que están muy distantes de un concepto mínimo de democracia es la consecuencia lógica de un sistema-mundo jerarquizado producto de las diferencias en los recursos de poder, cierto, pero sobre todo producto de la actitud exclusionaria de la epistemología que ha gobernado el pensamiento occidental, y las instituciones que tan ávidamente se han encargado de promover para controlar. El mismo con el cual se ha ordenado el sistema desde mediados del siglo XVI. Algo de eso se puede ver en los distintos niveles de la gobernanza global, con la reiterada utilización de adjetivos que solo descalifican y que a la vez se han vuelto conceptos: Estado débil o rufián, artificial o estratégico, al tiempo que hay quienes promueven el terrorismo e insurgencias de todo tipo, todos ellos vueltos amenaza a la seguridad mundial. Estados que se ubican en territorios que fueron objeto del imperialismo, se caracterizan por no tener legitimidad y autoridad en su política interior, al haberse ausentado de regiones enteras y ser incapaces de dirigir a su población y economía (Barnett, 2008, p. 13).
Narrando desde la epopeya, algunos Estados han justificado su dominio a escala regional y global basándose en la idea, equivocada claro está, de que estos distintos niveles deben estar gobernados por valores comunes, los cuales en realidad son los de una civilización emanada de su correspondiente trayectoria histórica. En esta situación, otros Estados van dejando de ser sujetos del derecho internacional, se busca que su soberanía se traslade a las instituciones multilaterales u organizaciones no gubernamentales, al tiempo que su cultura pasa a ser patrimonio inmaterial de la humanidad, pero a la vez ampliamente comercializada en los circuitos mercantiles del capitalismo globalizado. En caso de mostrar signos de mayor rebeldía o resistencia, contra estos Estados siempre quedará el recurso de la fuerza para reintegrarlos al orden mundial, puesto que la paz no se puede poner en riesgo por el irresponsable accionar de actores que no aceptan el lugar donde están ubicados. Un lugar en el mundo que la mayoría de las veces fue, y sigue siendo, producto del dominio colonial.
Utilizando esta perspectiva en el análisis, pocas veces se tomó en cuenta que la división del planeta en lugares claramente diferenciados ha sido parte de un proceso histórico que conllevó la subalternización de territorios y todo lo allí contenido, tierra, recursos y pobladores, y para ello fue de mucha utilidad un lenguaje que termina naturalizando la diferencia. La incomprensible exterioridad para el científico o investigador que asume el eurocentrismo y la ciencia normal en su entendimiento de las múltiples realidades, llega a ser la causa por la que: