–Si, signorina.
El despacho quedó en silencio cuando los trabajadores salieron y Fabian ocupó pensativamente su asiento. Mientras deslizaba una crítica mirada por la figura y la piel de porcelana de su secretaria, notó que aquella mañana parecía más pálida que algunas de las esculturas de mármol de Miguel Ángel. ¿La habría disgustado con sus comentarios? En lo primero que había pensado aquella mañana al levantarse había sido en su voz, y no había dejado de pensar en ésta desde entonces.
–¿Por qué no te has reunido conmigo para desayunar?
–María me ha llevado amablemente café y fruta al dormitorio.
–¿Café y fruta? ¿Acaso tratas de morir de hambre? ¡No me extraña que estés tan delgada!
–No sucede nada malo con mi apetito. Disfruto de la comida como cualquier otro. Ésta es mi constitución natural.
–Seguro que muchas mujeres te envidian.
Fabian hizo aquel comentario sabiendo que normalmente prefería mujeres de formas más voluptuosas. Pero no podía negar que el pequeño tamaño de Laura era perfecto para su delicada estructura ósea.
–Lo dudo. Soy muy consciente de mi aspecto y sé que apenas hay nada que envidiar.
Sorprendido por su comentario de autodesprecio, Fabian no pudo creer que lo hubiera hecho para alentarlo a que la contradijera. Pero le desconcertó que Laura no pareciera consciente de su propio atractivo. A fin de cuentas, una cicatriz era sólo una cicatriz. Para él apenas significaba nada, pero comprendía que para una mujer resultara algo difícil de superar en la cultura obsesionada por la imagen en que vivían. Estaba a punto de apartar la mirada de ella cuando notó que se había ruborizado.
–En cualquier caso, prometo compensar mi escaso desayuno con una buena comida –dijo Laura–. Así no tendrá que preocuparte la posibilidad de que me desmaye a tus pies.
–Eso no sería bueno para mi reputación, desde luego –bromeó Fabian.
Laura fue a su escritorio y tomó unos papeles y un bolígrafo.
–Necesito preguntarte algunas cosas referentes a la cena de después del concierto.
Fabian notó que había algo irresistiblemente sensual en la expresión que adquiría su rostro cuando estaba concentrada. Tensó ligeramente la mandíbula cuando Laura se acercó a él. Su cautivador aroma lo alcanzó enseguida y la intensa reacción que experimentó al aspirarlo lo desconcertó. Fue un descubrimiento inesperado que sólo podía llevar a complicaciones innecesarias si no tenía cuidado.
–¿Qué quieres preguntarme? –preguntó con el ceño fruncido.
–Es sobre el protocolo de la tarde.
La inquietud de Fabian aumentó cuando Laura se acercó a él y se inclinó a su lado para que pudiera ver la lista de invitados. En lo único que pudo concentrarse fue en su pelo, que parecía tejido con rayos de sol y en que con su pequeña y recta nariz y delicada mandíbula su perfil parecía el del más exquisito camafeo…
Finalmente tomó la lista de manos de Laura.
–Haré algunas anotaciones en inglés junto a cada nombre para ti. Ahora tengo algunas llamadas importantes que hacer. Esta tarde repasaremos todo el plan y averiguaremos exactamente cómo va todo.
–De acuerdo. Gracias.
Laura ya se estaba alejando cuando de pronto se detuvo.
–Tu padre debió de amar mucho la música, y éste es un lugar exquisito para el concierto. ¿Fue idea tuya organizar este acontecimiento anual en su recuerdo?
Desconcertado por su pregunta, Fabian miró un momento a Laura con dureza. Tuvo que esforzarse por contener la intensa sensación de resentimiento que corrió por sus venas.
–Sí, la música significaba mucho para él. Se consideraba un gran aficionado a la ópera. De hecho, se consideraba un experto en muchas cosas. Pero no fue idea mía organizar el concierto. ¡Ni mucho menos! Mi padre dejó instrucciones al respecto en su testamento. Incluso muerto, Roberto Moritzzoni quiso asegurarse de que no lo olvidaran. No abandonó con facilidad sus posesiones ni su vida.
–Comprendo.
–Lo dudo, Laura. Pero puede que te lo explique algún día, antes de que te vayas de Villa Rosa.
Fabian apartó su taza de café a un lado y se concentró en la lista de invitados. Todos eran ex asociados de su padre que seguían aprovechándose de su relación con Roberto Moritzzoni. ¡Como si no hubieran comido como los reyes suficientes veces a lo largo de los años a costa de su familia! Sintió el impulso de prender la lista con una cerilla para acabar con ella.
Al alzar la mirada vio que Laura había vuelto a ocupar su escritorio y estaba centrada en la pantalla del ordenador. ¿Qué habría dicho Roberto si le hubiera presentado a alguien como ella como su futura esposa? Después de tantos años, casi pudo escuchar su risa burlona ante la posibilidad de algo tan absurdo. Todo en ella habría sido inadecuado, empezando por el hecho de que no fuera italiana y siguiendo por el de que no tuviera conexiones familiares importantes y útiles. En cuanto a su aspecto… Roberto la habría considerado demasiado pálida, demasiado delgada e insuficientemente maternal y voluptuosa como para darle los nietos que buscaba…
–¡Fanático y viejo loco! –masculló entre dientes.
–¿Disculpa? –dijo Laura desde el otro lado del despacho, sorprendida–. Pareces disgustado –añadió al ver que Fabian no respondía.
–Tienes razón. Estoy disgustado. Pensar en mi padre suele provocarme esa reacción. No era precisamente el hombre más agradable del mundo, Laura. De hecho, podía ser bastante cruel, sobre todo con los más cercanos a él. ¿Te desconcierta escuchar eso?
Laura lo miró con expresión preocupada.
–La crueldad siempre me desconcierta… aunque sé que, por desgracia, abunda.
Fabian hizo una mueca.
–En ese caso, cambiemos de tema y pensemos en algo más agradable. Si quieres que recupere mi buen humor, ¿qué te parece si me traes un poco más de café?
–Por supuesto. Voy a buscar a María para que lo prepare.
Laura se puso en pie de inmediato y miró tímidamente a Fabian antes de salir. Él observó cómo se alejaba con una sensación de anhelo que no quiso pararse a examinar con detenimiento. La clase de anhelo que podía dar fácilmente al traste con su relación de jefe-empleada.
Capítulo 4
ALGUNOS amigos de Fabian se presentaron inesperadamente a almorzar y Fabian insistió en que Laura se reuniera con ellos. Comieron al aire libre, en una de las espectaculares terrazas de la villa. El sol brillaba y el vino corría y, aunque su jefe mostraba interés en la conversación que mantenía con sus amigos, e incluso reía en alguna ocasión, Laura notó que su mente no estaba por completo en el presente.
Mientras comía una manzana de postre, recordó los sorprendentes comentarios que había hecho Fabian respecto a su padre y el concierto. Descubrir que éste había sido un hombre cruel la había inquietado, sobre todo por cómo habría afectado aquel hecho a Fabian mientras crecía.
Tras averiguar que la relación que había mantenido con su padre había sido menos que idílica, y que, obviamente, la celebración del concierto de aniversario le recordaba aquel hecho, no le extrañó que Fabian pareciera estar pensando en otra cosa. No podía empezar a imaginar el dinero, tiempo y esfuerzo que debía suponer organizar un acontecimiento de aquella magnitud… ni hasta qué punto molestaría a Fabian tener que