Mientras Carmela repasaba los planes para explicarle todo lo relacionado con la celebración, ella se ocupó de cosas más prácticas. No quería quedarse de brazos cruzados habiendo tanto que hacer. Todos aquéllos con los que se cruzaba tenía mil cosas que hacer, de manera que decidió ayudar allí donde viera que era más necesario.
Cuando, un rato después, fue a buscar a Carmela, la encontró aún ocupada haciendo algunas llamadas telefónicas de las que sólo ella podía ocuparse. Al ver que los empleados de la cocina estaban muy ocupados, les echó una mano llevando bandejas de bebidas y comida a los trabajadores que montaban el escenario en la marquesina más grande.
–Buongiorno, signorina Greenwood.
De regreso a la cocina con una bandeja de vasos vacíos, Laura se detuvo al escuchar el saludo de Fabian Moritzzoni.
–Buongiorno –contestó, consciente de que su voz no sonó especialmente firme.
Fabian vestía una camisa blanca de hilo, unos chinos de color crudo y llevaba unas gafas de sol en lo alto de su rubia cabeza. Su aspecto resultaba un tanto bohemio en comparación con el de hombre de negocios del día anterior, casi intimidatorio. Pero Laura no se dejó engañar; estaba segura de que era un auténtico tiburón de los negocios. Ser tan consciente de la cualidad carismática de aquel hombre podía suponer una incómoda distracción para aquel trabajo, pensó. Al reconocer la indefinible amenaza que podía representar para su paz mental, la parte aún sensible y dolida de su ser quiso retraerse de inmediato.
–Veo que ya estás metida de lleno en el trabajo. Organizar algo así da muchos quebraderos de cabeza, ¿verdad? –Fabian sonrió, utilizando aquel gesto con la confianza de un hombre acostumbrado a obtener la atención del mundo desde que era un bebé.
Junto a la suprema vitalidad que irradiaba, Laura se sintió como una pálida sombra a su lado.
Fabian había olvidado el delicado aspecto de la sustituta de Carmela. El día anterior se había quedado con la impresión de una piel pálida como la nieve y unos enormes ojos grises en un rostro menudo y delicado, pero aquella mañana su fragilidad se veía resaltada por la vista de un cuerpo tan delgado como la rama de un abedul a merced del viento. La blusa de muselina blanca y la ceñida falda que vestía atrajeron la atención de Fabian hacia su pequeña cintura, sus estrechas caderas y pequeños pechos, y hacia su flequillo rubio, con el que trataba de ocultar una cicatriz.
–¿Adónde vas con eso? –preguntó a la vez que señalaba la bandeja que sostenía Laura–. ¿A la cocina? Deja que la lleve yo. Parece bastante pesada.
Laura apartó la bandeja a la vez que se ruborizaba.
–Soy más fuerte de lo que parezco, señor Moritzzoni –respondió animadamente, y Fabian se sorprendió ante su vehemente respuesta–. Supongo que no querrá pagarme para que otro haga mi trabajo, ¿no? Además, no quiero entretenerlo. Seguro que tiene cosas más importantes que hacer.
–No me estás entreteniendo, y no pretendía ofenderte ofreciéndote mi ayuda. Simplemente me ha sorprendido verte ocupada en las tareas domésticas cuando esperaba que Carmela te hubiera asignado alguna actividad relacionada con la organización del concierto.
Laura se ruborizó aún más.
–Sólo pretendía ser útil mientras Carmela se ocupaba de unos detalles de última hora antes de ponerme al tanto de lo que voy a tener que hacer. Será mejor que lleve esto a la cocina para ver si ya ha acabado.
–No olvides que a mediodía todos paramos para la siesta… ¡por muy ocupados que estemos! Hace demasiado calor para trabajar.
–Gracias por recordármelo –replicó Laura tímidamente antes de alejarse.
–Piccolo fiocco di neve… pequeño copo de nieve –murmuró Fabian mientras la veía alejarse.
Mientras se tomaba un momento para recordar adónde se dirigía antes de encontrarse con ella, comprendió que el aspecto de Laura había atraído su atención tan enfáticamente como lo habría hecho una elegante mariposa en un inesperado momento de contemplativo y tranquilo deleite.
Al finalizar las actividades del día, Laura acompañó a Carmela a la piazza de la ciudad a comer con ella y su marido Vincente en uno de los restaurantes del lugar. El marido de Carmela era tan encantador y divertido como Laura había supuesto, y le gustó de inmediato.
Después, mientras los recién casados, que sólo tenían ojos el uno para el otro, tomaban el café, Laura salió a dar un paseo por la piazza y, tras apoyarse contra una balaustrada de piedra, con su ligera estola suelta en torno a los hombros sobre un vestido de verano color limón pálido, se dedicó a observar tranquilamente el lugar. El aire estaba cargado de un cálido aroma a magnolias y los paseantes parecían disfrutar de la placidez de la tarde. Había algunos individuos realmente atractivos paseando por la plaza, pero, en opinión de Laura, ninguno podía hacer sombra al inquietante atractivo de Fabian Moritzzoni. Sorprendida por aquel inesperado pensamiento, sintió un revoloteo de inquietud en la boca del estómago.
–Buonasera, signorina.
Un joven de ojos negros y camisa impecablemente blanca que paseaba con un amigo se detuvo frente a ella y sonrió. Sorprendida por su interés, Laura tuvo la misma sensación de pánico que siempre experimentaba cuando un hombre la miraba. Su cicatriz hacía que fuera extremadamente sensible respecto a su aspecto, a pesar de su empeño en tratar de ignorarla. Pero sin duda ella era la «rara» en medio de aquel desfile de bellezas italianas, y más le valía no olvidarlo.
Inclinó ligeramente la cabeza en señal de reconocimiento al saludo y estaba a punto de retirarse cuando se hizo repentinamente consciente de una ligera conmoción cercana. Tanto ella como los jóvenes que la habían saludado volvieron la mirada en aquella dirección y vieron a un hombre rubio y alto, de anchos hombros, que se encaminaba hacia ellos. Su avance se veía dificultado por varios compatriotas entusiastas que lo detenían para saludarlo y estrechar su mano. Laura fue consciente en aquel momento de que Fabian Moritzzoni debía de ser un hombre importante en la comunidad. Una paciente sonrisa curvó sus labios mientras devolvía los efusivos saludos de sus paisanos, pero, por algún motivo inexplicable, Laura sintió que no todo iba bien tras aquella sonrisa tan aparentemente natural y sincera. ¿Estaría preocupado por el concierto?
Finalmente, Fabian se detuvo ante ella.
–Señorita Greenwood.
Laura sintió que se le secaba la boca ante su penetrante mirada.
Tras un educado buonasera, el joven que la había saludado y su acompañante se alejaron discretamente.
–Hola –respondió Laura.
–Sabía que eras tú. Tu pelo brillante, y tu vestido igualmente brillante, te han delatado. ¿Qué has hecho con Carmela y Vicente?
–Aún están en el restaurante, disfrutando de su café.
–Claro… Son unos recién casados y supongo que están deseando encontrarse a solas. Lamento que mi pobre secretaria haya tenido que esperar tanto para conseguir ese privilegio. Está claro que mi agenda no es nada saludable si ha llegado al extremo de que Carmela no pueda tomarse unos días ni siquiera para ir de luna de miel.
–¿Y no puede hacer algo al respecto?
Fabian entrecerró los ojos.
–¿A qué te refieres?
–A veces no viene mal replantearse las cosas. Tal vez podría aligerar algunos de sus compromisos e ir pensando en organizar una agenda de trabajo menos exigente.
Fabian aún estaba pensando en la sorprendente respuesta de Laura cuando una ligera brisa alzó el flequillo de ésta. De inmediato, Laura alzó la mano para volver a colocarlo en su sitio y una sombra pareció oscurecer su mirada.