Mientras tarareaba suavemente una de las melodías que había escuchado a lo largo del día, introdujo en su sobre la última invitación para la cena que tendría lugar después del concierto, a la que estaban invitadas algunas de las principales autoridades locales, y la colocó sobre las demás. A continuación se arrodilló en el suelo para abrir dos cajas de cristalería que aún le quedaban por desembalar. Al hacerlo sintió un ligero y familiar dolor en un muslo, pero el delicioso aroma de las glicinias que llegaba por la ventana la distrajo y un momento después estaba cantando despreocupadamente la melodía que unos momentos antes tarareaba.
Cuando Fabian en el vestíbulo de la villa se quedó momentáneamente paralizado. La voz que se escuchaba cantando era tan dulce, tan exquisitamente pura, que apenas se atrevió a respirar. ¿Quién era aquel ángel? Estaba segura de no haberla escuchado antes. De lo contrario no la habría olvidado. ¿Se trataría de alguna joven recientemente contratada por la compañía?
Cuando la canción acabó, Fabian soltó el aliento y movió la cabeza en mudo asombro. ¡Tenía que conocer a aquella cantante!
Llevaba unos minutos buscando en vano por la casa cuando volvió a escucharse la exquisita voz. Fabian permaneció un momento quieto para localizar su origen y se encaminó hacia el despacho que estaba ocupando Laura en lugar de Carmela. Su tensión fue aumentando con cada paso que daba. Al entrar en el despacho vio a su secretaria eventual de espaldas a él, colocando unos archivos en una estantería. Notó que se había descalzado y que se había soltado el pelo, que caía delicadamente sobre sus hombros. Pero lo que más le impresionó fue comprobar que era la dueña de aquella exquisita voz.
No dijo nada, pues tenía intención de permitir que terminara de cantar antes de dirigirse a ella, pero Laura dejó de cantar de pronto y se volvió hacia él con una expresión ligeramente asombrada.
–¡Oh!
–Tienes una voz exquisita. No sabía que cantaras así.
–Espero no haberte molestado. Sólo estaba manifestando mi felicidad por estar aquí, en tu maravillosa casa. Siempre canto cuando me siento feliz.
–No te disculpes. Tienes un talento notable, Laura. Carmela no me había mencionado que cantaras.
–Hacía diez años que no nos veíamos y, aunque nos hemos mantenido en contacto, nunca hablábamos de esas cosas. Además, es algo que sólo hago para divertirme.
Laura alzó una mano para apartar un mechón de pelo de su frente y Fabian se fijó en que llevaba un pendiente de plata con una pequeña y brillante piedra azul. Apenas podía creer que concediera tan poca importancia a poseer un talento por el que otras personas habrían entregado los ahorros de toda su vida.
–¿Por qué? –preguntó de inmediato–. Con la orientación adecuada, podrías tener una carrera impresionante. Me he relacionado con cantantes, músicos y artistas toda la vida… No te estoy diciendo esto a la ligera.
–¡Pero yo no quiero una carrera impresionante! Lo que quiero es poder enseñar música a los niños, como hacía antes. Si pudiera permitírmelo, lo haría gratis.
Desconcertado por aquella inesperada y apasionada respuesta, Fabian alzó las cejas. No era una exageración decir que la gente de aquella época idolatraba la fama y la fortuna y, sin embargo, a pesar de poseer un evidente talento, aquella delgada joven parecía preferir dedicarse a enseñar a niños. Hacía tiempo que nadie le intrigaba tanto. Sin duda, su ex mujer jamás habría hecho gala de tal altruismo y generosidad. ¡Más bien lo contrario!
Pero Fabian no quería pensar en la avariciosa y falsa Domenica. En aquellos momentos era Laura quien tenía toda su atención.
–Es admirable que estés dispuesta a hacer desinteresadamente lo que te gusta… aunque sea una actitud un tanto ingenua. ¿Eres consciente de que podrías hacerte bastante rica con una voz como la tuya? Jamás tendrías que volver a preocuparte por el dinero.
–Ya te lo he dicho –Laura se agachó para tomar sus sandalias y, tras ponérselas, miró a Fabian–. No estoy interesada en seguir una carrera de cantante. Soñé con ello hace mucho, cuando era una jovencita, pero con el paso del tiempo descubrí que sentía más pasión por enseñar. Puede que nunca me haga rica, pero la riqueza no me atrae tanto como a otras personas. ¡No todo el mundo se siente tan cautivado por el dinero! –se mordió el labio, repentinamente ansiosa–. Lo siento. No pretendía resultar ofensiva.
–No lo has sido.
–Mis necesidades son sencillas… a eso me refiero. Si no te importa, creo que voy a retirarme ya. Quiero empezar a trabajar temprano mañana por la mañana.
–Ya has trabajado bastante hoy. No es necesario que mañana empieces antes de lo normal.
–Si tú lo dices.
–¿Y tu novio? Seguro que querrá que aproveches al máximo tu excepcional talento.
Laura pareció momentáneamente desconcertada por la pregunta.
–No hay ningún hombre en mi vida, aparte de mi padre.
–¿Y no quiere que…?
–Lo único que quiere mi padre es que sea feliz.
Laura alzó ligeramente la barbilla al decir aquello y sus pálidos ojos adquirieron una expresión desafiante. Al captar aquella inesperada fuerza de carácter, Fabian comprendió que no debía ir más allá.
Incapaz de pensar en otra excusa para retenerla allí, metió la mano en un bolsillo e inclinó brevemente la cabeza.
–En ese caso, nos vemos por la mañana, Laura. Que duermas bien.
–Lo mismo te digo.
Laura apartó de Fabian su mirada de luz de luna y al pasar junto a él dejó una estela de perfume a la vez sensual e inocente.
Fabian permaneció durante un largo momento donde estaba, como si le hubieran soldado los pies al suelo.
–Los farolillos deben colgar de los árboles a ambos lados, para que el sendero quede bien iluminado cuando empiecen a llegar los invitados.
Laura estaba dando explicaciones en una mezcla de inglés e italiano a dos serviciales trabajadores que estaban con ella en el despacho cuando Fabian entró con una taza de café en la mano. Estaban en sus dominios, y Laura no había visto nunca un despacho más elegantemente decorado. Era casi dos veces más grande que el de Carmela y estaba lleno de los más exquisitos objetos de arte.
–Buongiorno!
Fabian incluyó a todo el mundo en su saludo, pero su mirada se detuvo en Laura, que fue incapaz de apartar la suya de aquellos intensos ojos azules.
–¿Has dormido bien? –preguntó Fabian.
–Sí, gracias… ¿y tú?
–Como un bambino.
Los labios de Fabian se curvaron en la sonrisa más juvenil y cautivadora que Laura había visto en su vida. El sol, que entraba a raudales por los ventanales que había tras él, lo iluminaba con un deslumbrante halo dorado.
–¿De verdad? –murmuró Laura.
–Anoche escuché cantar a un ángel –la expresión de Fabian era deliberadamente provocativa y Laura no pudo evitar sonrojarse. Parecía sugerir que compartían un secreto… un secreto que, de algún modo, le hacía estar en su poder–. Me acosté con el sonido de su exquisita voz aún resonando en mis oídos… bella –Fabian se besó los dedos unidos en extravagante gesto y su sonrisa se ensanchó.
Los dos trabajadores sonrieron al escucharlo y asintieron manifestando su aprobación. Mientras, Laura sintió que su cuerpo temblaba con tal fuerza que temió que todos