Perspectivas pragmáticas. Carlos Germán van der Linde. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Carlos Germán van der Linde
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789588939742
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reafirman la concepción de que, por ejemplo, en el “asentimiento inducido” de Quine, un destinatario asiente a su interlocutor porque en esas preferencias ve lo que él mismo cree acerca del mundo, es decir, se interpreta según un horizonte de creencias, a partir de una forma de vida, y no desde una posición “privilegiada” por fuera del mundo.

      Luego se presenta una coherencia entre dos conjuntos de creencias, el del emisor y el destinatario, con respecto a una cosa o un referente o una forma de percibir del mundo: “Desde luego, no podemos salir de nuestra piel para descubrir lo que causa los acontecimientos internos de los que tenemos conciencia” (Davidson, 1992, p. 83). En última instancia, esta forma de enfocar el lenguaje evi ta hipostasiarlo. El paso dado por Davidson es la conclusión de ese dictado wittgensteiniano que pedía que el lenguaje no caminara en el vacío. El lenguaje ya no es más ese tercer término medial entre el sujeto y la cosa, y menos aún un pictograma de la realidad. Como diría el poeta Hölderlin, el lenguaje es la morada del hombre, lo que implica, según el holandés van Dijk, que el lenguaje es parte de la conducta de los seres humanos, del homo loquens. Según este enfoque, la actividad de proferir oraciones es una de las cosas que la gente hace para habérselas intersubjetivamente con los otros, idea que en últimas no es en absoluto nueva, Grice, Austin, Searle y Habermas, entre otros, han insistido en ella. “Intersubjetivamente” parece ser la demostración que en efecto el lenguaje no camina en el vacío, pues él se encarna en los homo loquens, los que al hablar tienen la intención de tales o cuales cosas. “La intención de…” también puede entenderse como la “fuerza para…” hacer algo cuando se dice algo. El lenguaje está cargado de fuerza ilocucionaria,

      Expresé que realizar un acto en este nuevo sentido era realizar a cabo un acto “ilocucionario”. Esto es, llevar a cabo un acto al decir algo. Me referiré a la doctrina de los distintos tipos de función del lenguaje que aquí no ocupa, llamándola doctrina de las “fuerzas ilocucionarias” (Austin, 1998, p. 144).

      El hecho de que el lenguaje sea intersubjetivo quiere decir que es motivado, tiene intención, y espera algo, un efecto, un acto perlocucionario, además para que la intención se cumpla, se debe comunicar según ciertas convenciones, es decir, en un marco de acuerdos comunicativos. No obstante, la descripción del lenguaje corriente no puede detenerse aquí, puesto que al poseer intencionalidad y al estar a la saga de reacciones perlocucionarias, el lenguaje se hace moral, político, jurídico, ético, etc. Afirmar que el uso mismo del lenguaje conlleve implicaciones éticas, es una propuesta interpretativa de cosas como: “Hablar el lenguaje forma parte de una actividad o de una forma de vida” (Wittgenstein, 1986, §23). (Por tanto, es insostenible la primera mirada wittgensteiniana del Tractatus, cuando se entiende al lenguaje como un retrato rígido y “monológico” –como diría Taylor, 1997). Me voy a apoyar en la metáfora wittgensteiniana de la caja de herramientas, para presentar mi interpretación.

      En esta investigación se comulga abiertamente con una concepción como la expuesta en Investigaciones filosóficas, donde el lenguaje es visto como una caja de herramientas: “Piensa en las herramientas de una caja de herramientas: hay un martillo, unas tenazas, una sierra, un destornillador, una regla, un tarro de cola, cola, clavos y tornillos. Tan diversas como las funciones de estos objetos son las funciones de las palabras (y hay semejanzas aquí y allí)” (Wittgenstein, 1986, §11). La variedad de funciones, de “empleos” dice Wittgenstein (1986, §11), se debe justamente a la intencionalidad subjetiva o intersubjetiva de los actos comunicativos: la ironía, la parodia, el humor, el doble sentido, la mentira, las hipérboles, las metáforas, los sobreentendidos, las elisiones, el discurso indirecto libre, incluso los silencios, entre otros muchos casos, hacen parte de los distintas y variadas funciones (actos ilocucionarios) del lenguaje. Esta plasticidad del lenguaje la ilustra Wittgenstein (1986, §12) con las palancas de una locomotora:

      Es como cuando miramos la cabina de una locomotora: hay allí manubrios que parecen todos más o menos iguales. (Esto es comprensible puesto que todos ellos deben ser asidos con la mano10). Pero uno es el manubrio de un cigüeñal que puede graduarse de modo continuo (regula la apertura de una válvula); otro es el manubrio de un conmutador que sólo tiene dos posiciones efectivas: está abierto o cerrado; un tercero es el mango de una palanca de frenado: cuanto más fuerte se tira, más fuerte frena; un cuarto es un manubrio de una bomba: sólo funciona mientras uno lo mueve de acá para allá.

      La variedad de empleos que tienen las palabras, se ha dicho, tiene o corresponden a una fuerza ilocucionaria que en últimas tiene por finalidad una reacción, respuesta, alteración, modificación, o como quiera llamársele. En todo caso, consciente o inconscientemente, Wittgenstein está anticipándose a lo acuñado por Austin como perlocucionario. Wittgenstein se anticipa a este acierto del anglosajón a través del desarrollo que continuó abonando a su metáfora de la caja de herramientas; por favor, recuérdese la cita sobre la caja de herramientas (Wittgenstein, 1986: §11) y añádansele los siguientes pasajes, el primero de comienzos de la década del treinta, el segundo corresponde a los cuarentas:

      Piensen en las palabras como instrumentos caracterizados por su uso y piensen entonces en el uso de un martillo, el uso de un escoplo, el uso de una escuadra, de un bote de cola y de la cola. (Es más, todo lo que aquí decimos no puede ser comprendido más que si se comprende que con las frases de nuestro lenguaje se juega una gran variedad de juegos: dar y obedecer órdenes; hacer preguntas y contestarlas; describir un acontecimiento; contar una historia imaginaria; contar un chiste; describir una experiencia inmediata; hacer conjeturas científicas; saludar a alguien, etc., etc.). (Wittgenstein, 1984, pp. 101-102).

      Imagínate que alguien dijese: “Todas las herramientas sirven para modificar algo. Así, el martillo la posición del clavo, la sierra la forma de la tabla, etc.” –¿Y qué modifican la regla, el tarro de cola, los clavos? –”Nuestro conocimiento de la longitud de una cosa, la temperatura de la cola y la solidez de la caja” (Wittgenstein, 1986: §14).

      Por último, en la construcción de esta metáfora, Wittgenstein se cuestiona qué se gana al hacer este tipo de asimilaciones, a saber, (i) palabras análogas a herramientas y (ii) las herramientas producen modificaciones, que, por definición, forzosamente deben también causar las palabras. (ii) Es una obligación que se da a partir de la analogía en (i). Nosotros sostenemos que lo ganado por medio de la asimilación palabra-herramienta es justamente el aspecto ético del lenguaje. Las modificaciones producidas con las palabras-herramientas implican al otro (destinatario) que es afectado con la acción lingüística del sujeto enunciante. Al otro se le puede afectar positivamente con expresiones como “¡Bravo!”, “¡Viva!”, ¡Hurra!”; o negativamente con “¡Buhhh!”. Pero incluso la misma expresión “¡Bravo!”, puede ser perjudicial cuando es proferida para motivar a alguien con el fin de que haga el ridículo. En este instante no se reconoce al otro como un intersujeto ubicado en la misma jerarquía del emisor, sino que se le instrumentaliza. Esto puede percibirse ya en el trabajo de Wittgenstein de 1932, donde se hallan los principios para una interpretación semejante; no obstante, la interpretación aquí presentada se aleja de la dirección psicologizante que le quiere imprimir el filósofo:

      Las oraciones que enunciamos tienen un propósito definido, deben producir efectos particulares. Son partes de un mecanismo, tal vez un mecanismo psicológico, y las palabras de las oraciones son también partes de ese mecanismo (palancas, engranajes, etc.). El ejemplo que parece explicar lo que aquí estamos pensando es un aparato automático de música, una pianola. Contiene un cilindro, rodillos, etc., sobre los cuales se encuentra escrita la pieza de música en algún tipo de notación (posición de perforaciones, clavijas, etc.). Es como si estos signos escritos dieran órdenes que luego fueran ejecutadas por las teclas y los martillos (1992: §33).

      La idea citada continúa hacia una dirección bastante interesante y es la conocida teoría austiniana de los actos realizativos felices o infortunados; a partir de lo que Wittgenstein va a deducir que el sentido de los enunciados debe hallarse especialmente en el propósito, en la fuerza ilocucionaria. La performativa que trae consigo el hecho de producir enunciados, no se satisface en el hecho simple y llano de articular sonidos. Para considerar que el acto se ha llevado a cabo, exitosamente, es necesario atender a otra serie de circunstancias extralingüísticas, v.gr.,