A.1) Tiene que haber un procedimiento convencional aceptado, que incluya la emisión de ciertas palabras por parte de ciertas personas en ciertas circunstancias. Además,
A.2) en un caso dado, las personas y circunstancias particulares deben ser las apropiadas.
B.1) El procedimiento debe llevarse a cabo por todos los participantes en forma correcta, y
B.2) en todos los pasos.
C.1) Quienes participan deben tener en los hechos los pensamientos o sentimientos que dicen poseer; o deben estar animados por el propósito de conducirse de la manera adecuada, y, además,
C.2) tienen que comportarse efectivamente así en su oportunidad (Austin, 1998, p. 56)
En concordancia con estas condiciones, el acto lingüístico llega a ser afortunado o no. Así, los infortunios (infelicities) se pueden entender como aquellos casos en que una emisión lingüística resulta desafortunada cuando “algo sale mal” en el realizativo, donde uno o más de aquellos factores no se cumplen satisfactoriamente y, por lo tanto, el acto es un fracaso. Los infortunios pueden darse por varios motivos u omisiones en cuanto a las condiciones mencionadas, de modo que sea necesario explicar y nominar estos casos11.
La noción de infortunio no se limita a los realizativos, tiene un alcance mayor, en especial en los actos convencionales (conventional acts), en los actos que poseen el carácter general de ser rituales o ceremoniales. Además de ser aplicado a los actos convencionales y a los realizativos, la noción de infortunio puede ser también utilizada o extendida a los enunciados que manifiestan la existencia de algo que no existe, lo que resultaría nulo o falso. También es necesario tener en cuenta que, como al emitir realizativos que están efectuando acciones, las acciones lingüísticas (speech acts) están expuestas a toda la gama de deficiencias a las que se supeditan las acciones en general. Además de las deficiencias que pueden tener los realizativos como acciones, están las deficiencias que pueden tener como emisiones. Se le suma a esta reflexión sobre el infortunio, el caso en que se produzca una “mala comprensión” (misunderstandings), para lo cual es necesario que exista alguien que escuche el realizativo y que ese alguien entienda, o no, aquello que se le quiere comunicar.
La forma en que Wittgenstein vincula la teoría austiniana de los realizativos felices o infortunados es a través de la insistencia de la metáfora de las herramientas; ahora aplicada a la pianola, por lo que permite sin dificultades dar continuidad a la plasticidad del lenguaje. Por otro lado, se intenta demostrar el horizonte resolutivo de la analogía herramientas-palabras. El autor mismo está afirmando que las palabras, y en rigor las emisiones, al igual que las herramientas comporten el propósito de modificar “algo”; un “algo” que en el plano lingüístico debe entenderse como producción de efectos particulares en el interlocutor. Por ejemplo, Wittgenstein advierte que no es suficiente con comprender el uso de una palabra para considerar que se comprende su propósito, ya que “con “propósito” nos referimos aquí al papel que [la] palabra juega en la vida humana” (1992: §32).
Atendiendo a este aspecto en particular del uso del lenguaje, surgen las conocidas éticas del discurso, las máximas comunicativas, las retóricas clásicas y modernas, los postulados acerca de la otredad y el intersujeto, en fin, toda la gama de teorías de la acción comunicativa. Finalmente, el lenguaje no sólo es una herramienta para modificar al interlocutor (acción perlocucionaria, o en sentido negativo, acción estratégica), sin que a su vez modifique al productor de sentido, es decir, el locutor también es susceptible de afectación a través del discurso. El hombre al ser un homo loquens es un sujeto semiótico inmerso en el signo discursivo, por lo tanto no existe hombre alguno que sea inmune a sus efectos. Además, el que llegara a existir un persona semejante sería la demostración de que el lenguaje es una herramienta exterior, ajena, exógena, al hombre mismo; cuando el lenguaje le es intrínseco. Por estas razones, Rorty realiza una salvedad que resulta absolutamente pertinente en estos momentos:
Debemos cuidarnos de no parafrasear esta analogía de modo que sugiera que se puede separar la herramienta, El Lenguaje, de sus usuarios, e inquirir su “adecuación” para lograr nuestros propósi tos. Al hacer esto último presuponemos que hay algún modo de exi liarse del lenguaje para compararlo con alguna otra cosa. Pero en modo alguno se puede pensar sobre el mundo o sobre nuestros propósitos sin emplear nuestro lenguaje. Uno puede usar el lenguaje para criticar lo o para ampliarlo…, pero no puede ver el lenguajeen-su-conjunto en relación con alguna otra cosa a la que se aplica o para la cual es un medio con vistas a un fin (Rorty, 1996a, pp. 25-26).
El lenguaje no discurre al margen del hombre: justamente el que el hombre sea un sujeto socio-semiótico quiere decir que se constituye plenamente en ser humano, gracias a la incorporación a un lenguaje. El homo loquens es un sujeto que se halla embebido dentro del juego lingüístico, que ha aceptado sus reglas y aprovecha y disfruta de sus usos, esto es, le saca partido a su plasticidad. Todo hablante también es un creador de lengua. Por lo tanto, aceptar que los juegos de lenguaje son palabras entramadas con acciones, es aceptar que Austin comulga con el vienés cuando afirma que hablar es mucho más que proferir cadenas sonoras, es producir actos. La condición performativa, y ya no constatativa del lenguaje humano, posibilita hacer cosas con palabras. Este sentido pragmático en que se están entendiendo el juego de lenguaje y el acto de habla, es el que devela las prácticas y convenciones sociales; puesto que, recordemos, los hombres concuerdan en el lenguaje. Hablar es indisociable de las prácticas, intenciones y reglas sociales, por lo tanto, al hablar se da cuenta de la forma de vida de una comunidad. En este marco e inspirada en el vienés, Victoria Camps (1976, p. 31) afirma que la perspectiva pragmática tiene por objeto los modos de actuar y comportarse, que se realizan por medio del lenguaje y que generan una serie de actos de habla:
El estudio del lenguaje se convierte entonces en estudio de la actuación lingüística del hombre, del manejo de un instrumento por parte de unos individuos cuyas situaciones no son nunca idénticas, cuya historia y carácter ofrecen particularidades que inevitablemente se reflejan en su modo de hablar (Camps, 1976, pp. 29).
En este marco, Dascal (1999, p. 29) propone que “las acciones lingüísti cas tienen por objetivo normal servir de vehículo a las intenciones comunicativas”. Así las cosas, la pragmática llega a ser no sólo lingüística (al estudiar las estrategias lingüísticas comunicativas, a la manera como lo hizo Austin en su clasificación de verbos realizativos), ni filosófica (al describir los campos semánticos y contenidos de pensamientos que se transmiten en los usos del lenguaje, a la manera del artículo Der Gedanke, de Frege), sino también ética (porque, como dice Austin, los actos de habla se producen y entienden cuando hay convenciones, y existen convenciones porque, según Searle, ellas provienen de las normas, y finalmente, porque se puede hacer del lenguaje un instrumento para desconocer al otro o, al contrario, para interactuar con ese otro como con un par, empleando así una razón dialógica y generando una ética comunicativa).
Notas al pie
1 No deja de sorprender que Chomsky haya producido (v) cuando conocía los postulados de Hymes (1972, 1974).
2 Utterance fue traducido por Carrió y Rabossi como “expresión” (la versión castellana de How to do Things with Words, en la editorial Tecnos); no obstante, Alfonso García Suárez prefiere traducir utterance por “emisión”, pues considera que “expresión” es un mejor traducción de phrase, esto es, la diferencia entre phrase y utterance es que la primera no es una oración propiamente dicha,