¿Será ese momento trágico la oportunidad para aplicar la reforma del Estado, monetaria y bancaria que proponemos en este libro? Ojalá. La alternativa es una sociedad donde solo la casta política tendrá derechos, mientras el resto de nosotros vive en la esclavitud.
1. Ver “Nuestro enemigo, el Estado” de Albert Jay Nock, Unión Editorial Argentina (2013); página 61.
2. “La ética de la libertad” de Murray Rothbard, Unión Editorial Argentina (2012), páginas 236 y 237.
1. EL DINERO FIAT: LA GRAN ESTAFA
a) Por qué existe la inflación
¿Por qué tenemos inflación? ¿Por qué pierde valor el dinero? Paul Volcker (ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos) nos da una clave cuando explica que “solamente una primera derivada (inflación) del nivel general de precios igual a 0, garantiza que la segunda derivada (aceleración) también sea 0”. ¿Muy técnico? Traduzco: solo una inflación de cero garantiza que la inflación no se acelere. En otras palabras, la inflación es como el cáncer. Una vez que aparece, por su propia naturaleza tiende a acelerarse más y más.
Lo que dice Volcker está avalado por la teoría y la realidad. Desde el lado teórico, muchas explicaciones ponen de manifiesto la relación negativa entre inflación y crecimiento. Cualquiera sabe que no hay crecimiento sin inversión. Y bien: la inflación destruye el ahorro, es decir, justo eso que financia a la inversión. Es decir que perjudica la formación de capital, las mejoras de productividad y el crecimiento económico. Además, la inflación vuelve imposible el cálculo económico en general y de los retornos en particular. Esto también es veneno contra la inversión. Nadie va a invertir si no puede calcular cuánto ganará con esa inversión. Los efectos negativos de la inflación se acumulan unos sobre otros: arruinan a los individuos, al sector privado que produce bienes y servicios, al crecimiento y la prosperidad.
¿Cómo empezó en la Argentina la peste de la inflación?
Una pista: desde que se creó el Banco Central de la República Argentina, la inflación creció en forma sostenida, década tras década: +59% (1935/1945); +472% (1945/1955); +1.334% (1955/1965); +2.809% (1965/1975) y +1.180.435.725.903% (1975/1991). Cuando el gobierno de Menem impuso la Convertibilidad y el patrón dólar, la inflación bajó hasta +18% (1992/2001). Más tarde, se refundó el BCRA y la inflación volvió a estar cada vez más a la orden del día, pasando de +264% (2002/2010) a +1.144% (2010/2019). Desde que se abandonó el patrón dólar y la casta política recuperó el manejo de la política monetaria, midiendo cada cuatro años, la inflación pasó de +7,3% (2003/2006); a +20,7% (2007/2010); +28,6% (2011/2014) y +35,2% (2015/2018) promedio anual. En 2018/2019 trepó hasta +50,7% promedio anual.
Un estudio del Banco Mundial afirma que cada vez que la inflación supera el 20% anual se pierde -1,58% de crecimiento. De nuevo, la Argentina avala con creces esta relación negativa. Dejando de lado a Venezuela, nuestro país tiene el peor desempeño de PBI per cápita en la región de los últimos treinta y cinco años. Repitámoslo: la Argentina es el país con peor performance de generación de riqueza desde 1998 a la fecha. De acuerdo con los datos del Banco Mundial, entre 1998 y 2018 el PBI per cápita en dólares (de 2017) de Argentina creció +14%, la mitad que en Brasil (+27%); cuatro veces menos que en Colombia (+55%); Uruguay (+56%) y Chile (+65%), y siete veces menos que en Perú (+101%). Este comportamiento relativo de Argentina se agrava aún más cuando acortamos el período de análisis, lo cual muestra que tanto el problema como sus consecuencias se agravan año tras año. En 2012/2018 el PBI per cápita de Argentina cayó -8%, más que en Brasil (-5%), que es el otro país (dejando fuera a Venezuela) que tuvo performance negativa también. Del otro lado, el PBI per cápita de Chile (+13%); Colombia (+16%); Uruguay (+17%) y Perú (+23%) aumentó en el mismo período.
Si la Argentina es el país que tiene la mayor inflación de la región, no puede sorprender que tenga la peor performance en materia de crecimiento económico. Por lo tanto, tampoco puede sorprender que termine siendo el país con peor desempeño en materia de evolución de la pobreza y la indigencia.
Lo que no siempre se entiende (y con esto, poco a poco, vamos a aproximarnos al nefasto papel del BCRA) es que la inflación siempre, y en todo lugar, es un fenómeno monetario. La inflación es la pérdida sostenida del poder adquisitivo del dinero: con la misma cantidad de unidades monetarias cada vez compramos menos bienes y servicios. Y dado que en una economía monetaria todas las transacciones económicas se sostienen sobre el dinero —consumimos, ahorramos e invertimos en dinero—, la inflación termina trasladándose a todos los rincones del sistema económico y del individuo, ya que el ser humano es un ser económico.
Bien: ¿cómo se determina el poder adquisitivo del dinero? A partir del juego entre oferta monetaria y demanda. Si la oferta monetaria crece más que la demanda de dinero, hay inflación, porque el poder adquisitivo del dinero cae. Si la demanda de dinero crece más que la oferta, el poder adquisitivo del dinero aumenta y en consecuencia hay deflación. Si tanto la demanda como la oferta de dinero crecen al mismo ritmo, no hay ni deflación ni inflación.
En este contexto, es muy importante considerar que el dinero es un bien instrumental. No tiene valor (subjetivo) en sí. Por sí mismo, no sirve para satisfacer ninguna necesidad; solo lo demandamos para adquirir (a través de intercambios indirectos) los bienes y servicios que sí satisfacen nuestras necesidades. Así pues, el valor subjetivo del dinero es igual a la utilidad anticipada de aquellos bienes que se espera comprar con él. O sea, el dinero solo sirve como medio de intercambio. ¿Y cuando el dinero actúa como reserva de valor? Entonces decimos que es un medio general de intercambio en términos intertemporales; es decir, un instrumento para adquirir bienes o servicios en el futuro.
¿Qué implica esto? Que la demanda de dinero está necesariamente atada a la demanda de bienes y servicios, ya sea en el presente (medio general de intercambio), como en el futuro (reserva de valor). A mayor (menor) demanda de bienes y servicios, más (menos) demanda de dinero. Dado que, salvo desvíos coyunturales —que serán limpiados por el mecanismo del sistema de precios— la oferta y la demanda de bienes y servicios tenderán a equilibrarse, la demanda de dinero se encuentra atada a la esfera real de la economía. Más producción es más nivel de actividad económica, mayor generación de riqueza y en consecuencia, mayor demanda de dinero. Si crece la actividad, crece la demanda de dinero; si la actividad cae, la demanda de dinero también. La demanda de dinero tenderá a crecer en línea con la producción y la economía (3).
Por lo tanto, si la provisión de dinero crece al mismo ritmo al cual crece la economía, no hay ni inflación ni deflación. Si crece a un ritmo un poco más suave que la producción y la demanda de dinero, hay una suave deflación. Si crece permanentemente por encima del nivel de actividad, la inflación es sostenida. Si esta práctica se sostiene en forma permanente, la tasa de crecimiento de la economía y la demanda de dinero terminarán siendo negativamente afectadas, con lo cual la inflación sería creciente aún con un ritmo constante de expansión de la oferta monetaria. Hay un escenario peor: si en este marco de caída de la economía real y de la demanda de dinero la expansión monetaria se acelera, la inflación crece más y más, ya que el desequilibrio monetario es cada vez mayor.
Ahora que sabemos cuánto hay en juego en la provisión de dinero, la pregunta es evidente: ¿quién se ocupa de esa delicadísima tarea? ¿Qué criterios emplea? ¿Cómo está construido el sistema monetario? Todas estas