Ser varón en tiempos feministas. María Gabriela Córdoba. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: María Gabriela Córdoba
Издательство: Bookwire
Серия: Conjunciones
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789875387621
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en que viven los sujetos, lo que posibilitaría, en un trabajo conjunto, el logro de transformaciones en las funciones, responsabilidades, perspectivas y posibilidades de varones y mujeres.

      La idea no es buscar una gran teoría explicativa, sino ofrecer novedosas composiciones de sentido frente a prácticas sociales que han mutado a mayor velocidad que las teorías. Ello implica poder construir e implementar categorías conceptuales y metodológicas que puedan captar las lógicas de la diversidad en las que se despliegan los modos de subjetivación contemporáneos, que han desacoplado sexo biológico, deseos, prácticas amatorias y género (Fernández, 2013). Todo ello abre la posibilidad de colocarse frente a la “cuestión de género” desde una posición que impulsa a detectar y a explicar cómo los sujetos se en-generan en y a través de una red compleja de discursos, prácticas e institucionalidades históricamente situadas, que le otorgan sentido y valor a la definición de sí mismos y de su realidad. Se habla de géneros, en plural, en tanto colectivos sociales con una gama infinita de identidades genéricas posibles, formadas alrededor del género, la clase sociocultural, la edad, la preferencia erótica, la escolaridad y la filiación política y religiosa, entre muchas otras variables posibles.

      Esto implica develar “lo invisible” en el discurso social y analizar las prácticas cotidianas como puertas de entrada a la configuración subjetiva, teniendo como marco el paradigma de la complejidad, que implica trabajar con nociones de pluralidad, diversidad y heterogeneidad. Ello involucra interrogar cómo opera este entramado sociocultural en la constitución subjetiva, pesquisando cómo y por qué se invisten y negocian posiciones y sentidos singulares que combinan lo novedoso con lo tradicional.

      El género puede ser comprendido como un proceso socioregulador que ordena el espacio, y a la vez, como una categoría social que se impone sobre un cuerpo sexuado en el que se plasma, más allá de la diferencia anatómica, una identidad subjetiva masculina o femenina. En este sentido, las representaciones sociales de lo femenino y lo masculino conforman un conjunto objetivo de referencias, una trama de creencias, rasgos de personalidad, actitudes, valores, conductas y actividades mediante las cuales se diferencian hombres y mujeres (Burin y Meler, 1998).

      Las elaboraciones ideológicas culturales, es decir, las representaciones sociales genéricas de atribución de significado, potencian las diferencias sexuadas y originan características psicológicas y posiciones sociales asociadas a ella, donde se inscriben las asimetrías de género y se explicitan las diferentes posiciones de poder. Entonces, la categoría de género resulta útil para el análisis (Scott, 1988), cuando adopta la forma de una pregunta abierta sobre cómo se establecen estos significados genéricos, qué implican y en qué contextos surgen.

      Desde la perspectiva de Burin y Meler (2000), el género constituye una noción constructivista, lo que implica que es un devenir que se construye a lo largo de la vida de modo relacional, que es internalizado en el psiquismo de los sujetos, en una red que incluye otros aspectos determinantes de la subjetividad humana, tales como vínculos de dominación, raza, religión, grupo etario, clase social, etcétera.

      Joan Scott (2011) agrega que el género, como categoría, comprende cuatro elementos interrelacionados que operan en conjunto: símbolos culturales, conceptos normativos, construcción parental y social e identidad subjetiva.

      El primero de esos elementos hace referencia a los símbolos culturalmente disponibles que evocan representaciones –múltiples y a menudo contradictorias– y mitos. Los conceptos normativos, en un intento de limitar los significados de los símbolos y contener sus posibilidades metafóricas, constituyen los segundos elementos en juego, se expresan en doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales y políticas, y afirman categórica y unívocamente el significado de varón y mujer, masculino y femenino. El tercer elemento hace referencia a que el género se construye a través del parentesco, y también mediante la economía y la política que, en nuestra sociedad, actúan de modo ampliamente independiente del parentesco. El cuarto aspecto es la identidad subjetiva, que la autora –siguiendo a Gayle Rubin– considera como una transformación de la sexualidad biológica de los individuos a medida que son aculturados, pues “se trata de la significación subjetiva y colectiva que una sociedad da a lo masculino y lo femenino y cómo, al hacerlo, confiere a las mujeres y a los hombres sus respectivas identidades” (Scott, 1996, p. 6). Esto implica una teoría de la construcción social de las identidades sexuadas y una teoría de las relaciones entre los sexos donde el poder y la aculturación originan identidades subjetivas con sus particulares significados asignados.

      El género como constructo psicoanalítico

      El concepto de género tuvo una enorme resonancia, sobre todo en el pensamiento feminista. La sociología, la antropología y las ciencias sociales en general lo incorporaron e hicieron de él un constructo central en sus obras. Sin embargo, dentro del psicoanálisis ha tendido a ser rechazado por considerarlo propio del campo social y, por ende, ajeno a lo psicológico (Rosenberg, 2000; Tubert, 2003; Bleichmar, 2009).

      Dio Bleichmar defiende el empleo del término género y su incorporación y articulación con la teoría psicoanalítica, en tanto sostiene que Freud “sí consideró el par feminidad /masculinidad de forma equivalente al concepto actual de género (…) aunque no tenía las herramientas conceptuales para poder concebirlo y formularlo” (1996, pp. 100-101) y hacerlo trabajar, así, dentro de la teoría psicoanalítica.

      Esta autora (2010) identifica que, en el psicoanálisis, una de las dificultades que impiden entender plenamente y aplicar el constructo contemporáneo de género tiene que ver con la teoría implícita en gran parte de la comunidad psi, que considera que el “significado social del género” es algo totalmente ajeno al psicoanálisis, pues este se ha constituido alrededor de la hegemonía de la sexualidad y del valor de la diferencia sexual como condición determinante para la constitución del sujeto psíquico. Así, desde el relato freudiano, el aparato psíquico debe adueñarse de la diferencia sexual por tener una función estructurante en el Edipo, para dar paso a nuevos ordenamientos y a la construcción de una mayor complejidad subjetiva; mientras que en la escuela lacaniana se considera la diferencia sexual como una categoría simbólica fundamental, apoyada en estructuras lingüísticas. En ambos casos, predomina un pensamiento dicotómico: el rígido código binario de la castración o la lógica fálica de tener/no tener, lo que es importante superar para evitar miradas sesgadas. En un agudo análisis, Meler (2008) da cuenta de la tendencia psicoanalítica a establecer leyes con pretensión de universalidad, que en realidad solo responden a un sector social determinado, y propio de otra época. La perspectiva de género viene en auxilio para dar cuenta de la enorme variabilidad de la subjetividad humana, a la vez que abre una multiplicidad de enfoques al mostrar la trama en la que los sujetos se mueven y circulan. De este modo, “se resignan las pretensiones de universalidad y los elevados niveles de abstracción, para aceptar el carácter local y acotado, pero no por eso menos significativo, de muchos hallazgos de investigación” (Meler, 2008, p. 7).

      ¿Por qué poner en debate los discursos psicoanalíticos con los estudios de género? Para realizar una revisión crítica de las teorías que sustentaron y aún sustentan las prácticas de promoción y atención de la salud mental, con el propósito de evitar que los dispositivos terapéuticos se transformen también en espacios de reproducción social del orden androcéntrico. En este sentido, Michel Tort (2017) sostiene que la teoría psicoanalítica considera a las relaciones entre los sexos como estructuras ahistóricas, lo que acarrea una confusión entre la universalidad de las fantasías de base y la historicidad construida de los dispositivos en la relación entre los sexos y los géneros. Así, aparecen certezas dogmáticas acerca de cuál debería ser la norma respecto de las relaciones entre los sexos y los géneros, coincidentes con las sostenidas tradicionalmente por el orden social androcéntrico, que organiza las relaciones de género con una perspectiva heterosexista y cisgénero.

      La teoría psicoanalítica es, también, producto de una época, por lo que resulta conveniente despojarla de su pretensión atemporal. Y en tanto los instrumentos psicoanalíticos son solidarios de los contextos históricos, es muy importante reconocer que, si los contextos se transforman, ponen en cuestión a las construcciones teóricas y obligan a los psicoanalistas a su revisión.

      La articulación