EL SEÑOR
¿Nada más tienes que decirme? ¿Has de venir siempre a acusar? ¿Nunca hay para ti algo bueno en la tierra?
MEFISTÓFELES
No, Señor; encuentro lo de allá deplorable como siempre. Lástima me dan los hombres en sus días de miseria, y hasta se me quitan las ganas de atormentar a esos pobres.
EL SEÑOR
¿Conoces a Fausto?
MEFISTÓFELES
¿El doctor?
EL SEÑOR
Mi siervo.
MEFISTÓFELES
¡Singular manera tiene de serviros! ¡Caramba! No son terrenas la comida ni la bebida de ese insensato. El frenesí le lleva lejos, y sólo a medias tiene conciencia de su locura. Pide al cielo sus más hermosas estrellas y a la tierra cada uno de sus goces más sublimes; y ninguna cosa, próxima ni lejana, basta a satisfacer su pecho profundamente agitado.
EL SEÑOR
Aunque ahora me sirve sólo en medio de su turbación, presto le guiaré a la claridad. Bien sabe el hortelano, cuando verdea el arbolillo, que la flor y el fruto serán su adorno en años venideros.
MEFISTÓFELES
¿Qué apostáis? Aun le perderéis si me dáis licencia para conducirle poco a poco a mi camino.
EL SEÑOR
En tanto que viva sobre la tierra, no te está prohibido. El hombre yerra mientras tiene aspiraciones.
MEFISTÓFELES
Y os lo agradezco, porque con los muertos nunca me ha gustado meterme. Prefiero las mejillas carnosas y frescas. Para cadaveres no estoy en casa. Me pasa lo mismo que al gato con el ratón.
EL SEÑOR
Pues bien, es cosa tuya. Desvía de su origen a este espíritu, y si en él puedes hacer presa, llévatelo contigo por tu senda abajo; pero caiga sobre ti la confusión si te ves obligado a confesar, que, en su oscuro impulso, un hombre bueno sabe discernir bien el recto camino.
MEFISTÓFELES
Perfectamente; sólo que no durará esto mucho. No paso el menor cuidado por mi apuesta. Si alcanzo mi fin, permitidme proclamar mi triunfo a pleno pulmón. Tendrá que comer polvo, y con delicia, como mi prima, la famosa serpiente.
EL SEÑOR
Puedes aparecerte, pues, también a tu albedrío. Jamás odié a tus semejantes; de todos los Espíritus que niegan, el burlón es el que menos me molesta. Harto fácilmente puede relajarse la actividad del hombre, y éste no tarda en aficionarse al reposo absoluto. Por esta razón le doy gustoso una compañía que lo seduzca, e influya y obre como diablo. (A los Ángeles.) Pero vosotros, verdaderos hijos de Dios, regocijaos en la espléndida belleza viviente. Lo que deviene en una eterna acción y vida, os circunde con dulces barreras de amor, y a lo que se cierne cual flotante aparición afirmadlo con pensamientos duraderos.
El cielo se cierra. Los Arcángeles se dispersan.
MEFISTÓFELES
(Solo.) De tiempo en tiempo pláceme ver al Viejo, y me guardo bien de romper con él. Muy linda cosa es, por parte de todo un gran señor, el hablar tan humanamente hasta con el diablo.
La noche
En una estancia gótica, estrecha y de alta bóveda. Fausto, inquieto, en su sillón ante un pupitre.
FAUSTO
Con ardiente afán, ¡ay!, estudié a fondo la filosofía, jurisprudencia, medicina y también, por desgracia, la teología; y heme aquí ahora, pobre loco, tan sabio como antes. Me titulan maestro, me titulan hasta doctor, y cerca de diez años hace ya que llevo de las narices a mis discípulos de acá para allá, a diestro y siniestro... y veo que nada podemos saber. Esto llega casi a consumirme el corazón. Verdad es que soy más entendido que todos esos estultos doctores, maestros, escritorzuelos y clérigos; no me atormentan escrúpulos ni dudas, no temo al infierno ni al diablo... pero, a trueque de eso, me ha sido arrebatada toda clase de goces. No me imagino saber cosa alguna razonable, no me imagino poder enseñar algo capaz de mejorar y convertir a los hombres. Por otra parte, carezco de bienes y dinero, de honores y grandezas mundanas. Ni un perro quisiera seguir viviendo. Por esta razón me entregué a la magia, para ver si mediante la fuerza y la boca del Espíritu, no me sería revelado algún arcano, merced al cual no tenga que seguir explicando con fatigas y sudores lo que ignoro yo mismo, y pueda conocer lo que en lo más íntimo mantiene unido el universo, contemplar toda fuerza activa y todo germen, sin verme así precisado a hacer más tráfico de huecas palabras.
¡Oh, luna, que brillas en toda tu plenitud! ¡Ojalá vieras por vez postrera mi miseria!, tú, a quien tantas veces a la medianoche esperaba yo velando junto a este pupitre; entonces, inclinado sobre papeles y libros, te me aparecías, consternada amiga mía. ¡Ah! ¡Si a tu dulce claridad pudiera al menos vagar por las alturas montañosas o cernerme con los espíritus en derredor de las grutas del monte, moverme en las praderas a los rayos de tu pálida luz, y, libre de toda la densa humareda del saber, bañarme sano en tu rocío!
¡Ay, dolor! ¿Todavía estoy metido en esa mazmorra? Execrable y mohoso cuchitril, a través de cuyos pintados vidrios se quiebra turbia la misma grata luz del cielo. Oprimido por esa balumba de libros roídos por la polilla, cubiertos de polvo, a los que rodea, hasta lo alto de la alta bóveda, ahumado papel; cercado por todas partes de redomas y botes; atestado de aparatos e instrumentos; abarrotado de cachivaches, herencia de mis abuelos... ¡He aquí tu mundo! ¡Y a eso se llama un mundo!
¿Y aún preguntas por qué tu corazón se oprime ansioso en tu pecho, por qué un dolor indecible paraliza en ti todo movimiento vital? En lugar de la naturaleza viviente en cuyo seno creó Dios a los hombres, sólo ves en torno tuyo esqueletos de animales y osamentas de muertos, todo confundido entre el humo y la podredumbre.
¡Huye! ¡Fuera de aquí! ¡Al ancho campo! ¿Acaso no es para ti suficiente salvaguardia este misterioso libro de la propia mano de Nostradamus? Entonces conocerás el curso de los astros, y si la Naturaleza te alecciona, entonces se te abrirá la potencia del alma, y te hablará como habla un espíritu a otro espíritu. Inútil es que la árida meditación te descifre aquí los sagrados signos. ¡Vosotros, espíritus que flotáis junto a mí, respondedme, si oís mi acento!
Abre el libro y ve el signo del Macrocosmos.
¡Ah! ¡Qué deleite invade súbitamente todos mis sentidos a la vista de este signo! Siento circular por mis nervios y venas, otra vez enardecida, una nueva y santa dicha de vivir. ¿Fue un dios quien trazó estos signos que calman el hervor de mi pecho, llenan de gozo mi pobre corazón, y mediante un misterioso impulso descubren en torno mío las fuerzas de la Naturaleza?
¿Soy un dios? ¡Se me hace tan claro! En estos simples rasgos veo expuesta ante mi alma la Naturaleza activa. Ahora, por vez primera, comprendo lo que dice el Sabio: "El mundo de los espíritus no está cerrado; tu sentido está obtuso, tu corazón está muerto. ¡Ánimo, discípulo, baña sin descanso tu pecho terrenal en los rayos de la aurora!"
Contempla el signo.
¡Cómo se entreteje todo en el Todo, obrando y viviendo lo uno en lo otro! ¡Cómo suben y bajan las potencias celestes pasándose unas a otras los áureos cubos! Con alas que difunden bendiciones, penetran desde el cielo en la tierra, llenando de armonía el Universo entero.
¡Qué espectáculo! Mas, ¡ay!, ¡sólo un espectáculo! ¿Por dónde asirte, Naturaleza