Habe nun, ach! Philosophie,
Juristerei und Medizin,
und leider auch Theologie
durchaus studiert, mit heissen Bemühn.
... Zwar bin ich gescheiter als alle die Lassen,
Doktoren, Magister, Schreiber und Pfaffen...
hasta las levísimas jaculatorias del final de la segunda:
Alles Vergängliche
ist nur ein Gleichnis;
Das Unzulängliche,
hier wird's Ereignis...
pasando por las apasionadas palabras del amor y de la angustia de Margarita, por el islote de prosa, tan eficaz y extraña, en medio del poema, del "día sombrío", por los traviesos epigramas donde el poeta juega con los temas de su actualidad con un humor chispeante:
Sanssouci, so heisst das Heer
von lustigen Geschöpfen;
auf den Füssen geht's nicht mehr,
drum gehn wir auf den Köpfen.
Pero, aun despojado de estos valores formales, queda siempre en el Fausto la fuerza de un pensamiento riquísimo y la plasmación de un mito, el último que nuestra civilizacion ha acuñado con el sello de la gran poesía. Como todos los mitos, el fáustico permite descubrir en sus orígenes una leyenda, montada a su vez sobre algún núcleo de realidad. Se sabe, en efecto, que la leyenda del hombre que vende su alma al diablo a cambio del disfrute de la vida mediante el logro de todos los impulsos de la voluntad, en cuanto se concreta en la figura del doctor Fausto, encuentra su apoyatura histórica en un cierto doctor Johannes Faust, que vivió aproximadamente de 1480 a 1540, y que, según los testimonios de sus contemporáneos, era juzgado charlatán e impostor por los más cultos, aunque tenido por otros en concepto de verdadero mago, provisto de fuerzas sobrenaturales que un pacto con el diablo había puesto en su mano. Con el tiempo, esta última visión del personaje fue consolidándose en leyenda y adquiriendo hechura literaria, a través de historietas populares de amplio curso. La leyenda irradió de ahí hacia fuera de Alemania, encontrando en Inglaterra su primera gran elaboración poética. Lo fue The tragical history of the life and death of Dr. Faustus, escrita por Marlowe, el dramaturgo contemporáneo y rival de Shakespeare. Era, pues, plurisecular la leyenda fáustica cuando Goethe la tomó por su cuenta. Probablemente su primer conocimiento de ella fue adquirido muy precozmente, durante la infancia, en los teatros de títeres, por los que circulaba la figura del protagonista acompañada ya por la del diablo estilizado bajo una grotesca apariencia que permitía juzgarlo, según la vieja usanza teatral, como contraparte cómica...
Todos estos datos, la apoyatura histórica de una obra, sus precedentes, la anécdota sobre la cual hubo de cuajar la leyenda con que opera luego el genio poético para crear un mito, son elementos valiosos, sin duda, para la crítica literaria; quizá indispensables en muchos aspectos, pero que nada de esencial nos explican acerca de él. ¿Qué pueden aclararnos los posibles modelos de Cervantes acerca del Quijote; qué los don Juanes históricos acerca del Don Juan; qué el doctor Johannes Faust acerca del Fausto goethiano? Todas las figuras reales que puedan haber actuado como estímulos sobre la imaginación del poeta, reciben de su creación, retrospectivamente, plenitud de sentido, completando y redondeando su deficiente realidad -deficiente, por cuanto humana- con los perfiles del mito. Lo que importa, pues, es la capacidad del creador para fundir en un arquetipo humano los elementos de la leyenda, y el modo cómo, según su individual naturaleza, tuvo que cumplir su obra.
Ahora bien: la naturaleza de Goethe era, en verdad, singularísima, hasta el punto de constituir un enorme problema psicológico, según ha evidenciado Ortega y Gasset en páginas definitivas. Ya Dilthey -el pensador germano a quien hicimos referencia antes- trató de definir esa peculiar naturaleza del poeta alemán y universal, compulsándola con la del universal inglés Shakespeare, por entenderlas en cierto modo opuestas y complementarias: "Resumiendo todos los rasgos característicos de la obra poética de Shakespeare -dice-, vemos que iluminan por contraste la tendencia fundamental que informa la poesía de Goethe... Shakespeare vivía principalmente en la experiencia del mundo, tendiendo todas las fuerzas de su espíritu a lo que en torno a él sucedía en el mundo y en la vida. El don más genuino de Goethe es, por el contrario, expresar los estados de su propio espíritu, el mundo de las ideas y de los ideales que vive en él. Aquél tiende con todas sus fuerzas y todos sus sentidos a asimilarse, a disfrutar, a plasmar dentro de sí toda clase de vida, los caracteres de todas clases. Éste mira constantemente a su interior y quiere utilizar siempre en última instancia lo que el mundo le enseña, para elevar y ahondar su propio yo. El trazar formas artísticas fuera de sí es para uno la suprema ambición espiritual de su vida; para el otro, en cambio, lo más importante es plasmar en obra de arte la propia vida, la propia personalidad". Diríase que este contraste, tal cual ahí aparece expuesto, pidiera reducción al contraste entre el genio dramático y el genio lírico: todas las circunstancias históricas que, en uno y otro caso, de acuerdo con la respectiva biografía, favorecieron el despliegue de las correspondientes direcciones espirituales, no podían significar nada decisivo frente a la innata condición del poeta; y por más que Goethe lamentara la pobreza material de la experiencia de su vida, la verdad es que él tuvo libertad, en una medida excepcionalmente amplia, para elegir el camino de esa vida, y que lo eligió, en efecto, imprimiéndole una dirección acorde con las intrínsecas necesidades de su genio poético, es decir, con la exigencia mas íntima de su naturaleza. Como ese genio era de lírica índole, el poeta elabora siempre en formas de arte "la propia vida, la propia personalidad". Y esto coincide de modo muy significativo con aquella pasmosa condición que Ortega ha evidenciado en él tan sagazmente; con la sorprendente indecisión vital de Goethe, con la indefinición de su personalidad en cuanto individuo lanzado a vivir: la experiencia lírica es subjetiva, y no requiere ese comprometerse a fondo que se ha echado de menos en la dilatada existencia del poeta.
Por eso, creo que podría tal vez llevarse adelante con buenos frutos aquella comparación y contraste de ambas figuras, con vistas a la creación del Fausto, parangonando su respectiva capacidad de animar leyendas y forjar mitos provistos de sustancia dramática. Tanto uno como el otro,