a niveles subyacentes, muy profundos, detrás de todo este lenguaje de “nuevas perspectivas”, “viejas perspectivas”, “perspectivas refrescantes” y cualquier otra que les interese mencionar, aquello por lo que lucho y la razón por la que estoy escribiendo este libro no es solo para aclarar algunos detalles técnicos ni para justificarme —¡la joya de la corona de la ironía en un libro sobre este tema!— ante mis críticos. (“Muy poco me preocupa —escribió el propio Pablo— que me juzguen ustedes o cualquier tribunal humano. Ni siquiera me juzgo a mí mismo... el que me juzga es el Señor”).5
La razón por la que escribió este libro es porque las batallas actuales son síntomas de algunos problemas mucho más grandes a los que se enfrenta la iglesia hoy, a comienzos del siglo XXI, y porque las señales de peligro, en particular la falla al leer las escrituras y asumirlas en todo su valor, junto con la teología y piedad geocéntricas que he mencionado, se exhiben con claridad a nuestro alrededor. En otras palabras, no me dirijo simplemente a mis críticos para que les den cabida a mis interpretaciones peculiares de San Pablo cuando se reúnan en alguna casa, ni para que —al menos— les den permiso de esconderse en la casa del perro en el patio trasero, donde mis ladridos y maullidos no causen ninguna molestia. Estoy diciendo que TODA la teología, tan imponente y majestuosa, de San Pablo, que deslumbra como el sol que sale detrás del océano —y no las lecturas fragmentadas y egocéntricas que se han vuelto endémicas en el pensamiento occidental—, se necesita con urgencia ahora que la iglesia se enfrenta con las tareas de hacer misión para el peligroso mundo de mañana. No le hacemos ningún favor a la teología paulina al armarla con las soteriologías introspectivas que se enredan unas con otras en una red de textos separados y teorías de segundo orden.
Después de todo, una pregunta interesante es aquella que indaga por qué ciertas doctrinas y cuestiones exegéticas explotan repentinamente en determinados puntos. El pasado noviembre, almorcé con un hombre que, hasta ese momento, no conocía. Estábamos junto a otros en un restaurante muy agradable. Cuando nos sentamos, me miró y me preguntó enérgicamente: “¿Cómo traduces genómetha en 2 Corintios 5: 21?”. Miré a los demás. Todos esperaban mi respuesta. Voy a volver a esta anécdota más adelante, pero mi objetivo aquí es preguntar: ¿Qué está pasando en nuestra cultura, nuestros tiempos, nuestras iglesias, nuestro mundo, que de repente sentimos comezón; nos pica tanto que tenemos que rascarnos como locos, incluso en público? Responder esa pregunta tomaría varios otros libros, pero la respuesta no puede ser simplemente “porque el evangelio está en juego” o “porque las almas necesitan ser salvas”. Vivimos en un mundo altamente complejo, y la repentina erupción volcánica de esa preocupación airada o desconcertada por lo que llaman “la nueva perspectiva de Pablo” puede ubicarse de forma interesante en cualquier ámbito sociocultural o político en donde todo un estilo de vida, todo un modo de entender la fe cristiana y tratar de vivirla o toda una forma de ser humanos aparentan estar en riesgo. Esta pregunta es afín, por ejemplo, a un enorme e intrincado problema en el cristianismo occidental, que se caracteriza por el choque implícito entre aquellos que obtienen su fe de los cuatro evangelios, más algunos fragmentos de Pablo, y aquellos que basan la fe en Pablo y le adicionan algunas ilustraciones de los evangelios. Estas cuestiones, a su vez, deben considerarse en el amplio mapa temático de las diferentes partes de la iglesia occidental, como lo hace (por ejemplo) Roger Olson en un libro reciente, en el que distingue a los “conservadores” (personas como Don Carson, de Trinity Evangelical Divinity School) de los “posconservadores” (personas como yo).6 Siempre es interesante descubrir que perteneces a un grupo que ni sabías que existía. Esa división cultural particular es un artefacto sólidamente estadounidense, por lo que no creo tener algo que ver con eso. Subyacentes a la división de Olson hay, por supuesto, placas tectónicas culturales y sociales mucho más grandes que se mueven de aquí para allá. No debemos pensar que podamos discutir la exégesis de 2 Corintios 5:21 o de Romanos o de Gálatas, en el vacío. Todo está interconectado. Y cuando la gente siente que el piso tiembla y que los muebles tambalean, se asusta.
Pruébalo, si quieres. Date una vuelta por los blogs, si te atreves. Es tiempo de que desarrollemos una ética cristiana del blog. El mal genio sigue siendo mal genio incluso en la aparente privacidad de tu propio disco duro; y las palabras duras e injustas, cuando se liberan al aire, causan destrucción e infligen un daño real. Y en cuanto a la práctica de decir cosas malas y divulgar falsedades escondidos detrás de un seudónimo, bueno: si alguien me dedica un texto de esos, va directamente a la basura. Pero los equivalentes digitales del mal comportamiento al conducir no son casualidad. aquellos que escriben acusaciones viciosas, furibundas, difamatorias e inexactas lo hacen porque sienten que su cosmovisión está siendo atacada. Sí; yo tengo una preocupación pastoral por esas personas (y, para el caso, una preocupación pastoral por cualquiera que pase más de unos minutos al día participando en debates en blogs, especialmente cuando todos usan seudónimos. ¿Fue para esto que el creador Dios hizo a los seres humanos?). A veces, las cosmovisiones tienen que ser sacudidas, pues tienden a volverse idolátricas y egoístas. Me temo que eso es lo que ha sucedido —y sigue sucediendo—, incluso en contextos cristianos bien regulados y relucientes. Mi cosmovisión también debe ser sacudida, por supuesto. John Piper nos dice que escribe como pastor. Yo también.
De hecho, él escribe como alguien que, una vez la polvareda se asienta, comparte mi propia preocupación. Cuando salió su libro, Piper me envió una copia en la que escribió amablemente de su puño y letra: “Para Tom, con amor, admiración y preocupación y con el deseo y oración de que Jesucristo, el Señor del universo, que sostiene nuestras vidas en sus manos, nos lleve a una sola mente por amor a la plenitud de su gloria y para el bien de este mundo que gime”. Ese es mi deseo y oración también.
La tierra gira alrededor del sol. Jesús es el héroe de la obra, y nosotros actores secundarios; se nos han concedidos roles como el del CRIADO 3 y el del LACAYO 7, que aparecen por un momento, dicen una palabra y desaparecen de nuevo, orgullosos de haber compartido el escenario con él y, por un momento, haber sido una pequeña parte de su acto. Es porque siento que esa imagen es palpable en el trabajo de John Piper y porque, a diferencia de algunos de mis críticos (¡incluyendo algunos cuyas palabras están citadas en la contraportada de su libro!), ha sido escrupulosamente justo, cortés y generoso en todos nuestros intercambios, que escribo, no con un corazón agraviado (“Oh, ¿todo para qué? Él nunca lo va a entender. ¡que piense que el sol le da la vuelta a la tierra si lo hace feliz!”), sino con la esperanza de que tal vez, solo quizás, si nos tomáramos un tiempo, sacáramos más libros —y quizás telescopios—, se encenderá la lámpara, el momento eureka sucederá, la nueva cosmovisión hará clic y todo quedará claro. Críticos, por favor, tengan en cuenta lo siguiente: Yo no espero permanecer inmutable durante el proceso. No estoy defendiendo una fortaleza llamada “La Nueva Perspectiva” contra todos los que recién llegan al asedio. Espero no solo aclarar más las cosas de lo que lo he hecho antes, sino también verlas más nítidas que antes como resultado de haber tenido que articularlo todo, una vez más. Quizás, si logro ver las cosas más claras, pueda tener éxito al expresarme.
A propósito; en este punto, las preguntas sobre la “nueva perspectiva” y sus diversos rivales se vuelven menos importantes. Por momentos, desearía que la frase nunca hubiese sido acuñada. Tal vez por razones freudianas, había olvidado por completo que yo mismo la inventé