Poco después de comenzar su segundo viaje a las Indias, Colón dispone el retorno de cuatro carabelas en las que envía algunos indios para ser vendidos como esclavos. Los reyes autorizan esta venta en Andalucía, pero pocos días después, por una nueva cédula, cuestionan su anterior concesión porque, dicen al Arzobispo Fonseca: “Nos querríamos informarnos de letrados, teólogos e canonistas, si con buena conciencia se pueden estos por solo vos o no [vender]; y esto [el venderlos] no se puede facer fasta que veamos las cartas que el almirante nos escriba para saber la causa porque los envía cautivos”. Recuérdese que por entonces la esclavitud era una institución legítima, pero no autorizaba que un español tuviese a otro español como esclavo; solamente se consideraba legítimo esclavo al prisionero no cristiano tomado en guerra justa. En junio de 1500 la reina Isabel ordena la libertad de estos indios porque éstos eran vasallos de la Corona capaces de adoptar la fe cristina y por ese motivo, hombres libres, disponiendo que el comendador fray Francisco de Bobadilla los lleve de vuelta a las Indias.
A Bobadilla le sucedió como administrador en Indias Nicolás de Ovando y Cáceres, quien zarpó en 1502 de Sanlúcar de Barrameda con treinta y dos barcos y unos mil quinientos hombres, entre los que se encontraban Francisco Pizarro y Bartolomé de las Casas. Puede decirse que con Ovando comienza el asentamiento definitivo de los españoles en el entonces Nuevo Mundo. Ovando lleva consigo unas instrucciones reales fechadas en septiembre de 1501, en las que se declara libres a los indios, ordenando que sean respetados como vasallos de la corona. Se le encarga además que procure su conversión al cristianismo con los religiosos que tuviese disponibles. Se le ordenó además que “‘se hiziese hazer una casa adonde dos veces cada día se juntasen los niños de cada población, y el sacerdote les enseñase a leer y escribir y la Doctrina Cristiana, con mucha caridad’; siendo ésta la primera orden que conocemos en la cual el adoctrinamiento aparece estrechamente vinculado a la educación.”23
El espíritu con que España asume el poblamiento y evangelización de las “nuevas tierras, descubiertas y por descubrir” se reflejó poco después en el Testamento de Isabel la católica (1504): “…por cuanto al tiempo que nos fueron concedidas por la Santa Sede Apostólica las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, descubiertas y por descubrir, nuestra principal intención fue al tiempo que lo suplicamos al papa Alejandro Sexto, de buena memoria, que nos hizo la dicha concesión, de procurar inducir y traer los pueblos de ellas y convertirlos a nuestra santa fe católica, y enviar a las dichas Islas y Tierra Firme, prelados y religiosos y otras personas doctas y temerosas de Dios, para instruir [a] los vecinos y moradores de ellas en la fe católica, y enseñarles y doctrinarlos [en] las buenas costumbres, y poner en ello la diligencia debida, según más largamente en las letras de la dicha concesión se contiene; por ende suplico al Rey mi señor muy afectuosamente, y encargo y mando a la dicha Princesa mi hija y al dicho Príncipe su marido, que así lo hagan y cumplan y que éste sea su principal fin, y en ello pongan mucha diligencia, y no consientan ni den lugar que los indios vecinos y moradores de las dichas Indias y Tierra Firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido lo remedien y provean por manera que no se exceda en cosa alguna lo que las letras apostólicas de dicha concesión nos es infundido y mandado.”
Pero más allá de estas intenciones manifiestas sobre la acción de España en América algún tiempo después se desarrollaron por lo menos dos interpretaciones extremas: que todo lo que hizo España en América estuvo mal, iniciada por los escritos del padre Bartolomé de las Casas y que el historiador Vicente D. Sierra en El sentido misional de la conquista de América llama “literatura de guerra”, iniciada por los holandeses en guerra con España, junto con Inglaterra, y la que sostiene que todo lo que hizo España en América estuvo bien. Ninguna de las dos es correcta. La acción de España en América fue una obra humana, con todos los matices que esto implica.
La expresión “leyenda negra” ya había sido utilizada a fines del siglo XIX, pero es en 1914 que Julián Juderías, en su obra La leyenda negra, la instala para expresar la existencia de un prejuicio antiespañol. Sostiene Juderías que debe entenderse por “leyenda negra” el ambiente creado por relatos fantásticos y descripciones grotescas sobre España como un país violento e injusto, que ignoran todo lo que es favorable y honroso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte. La leyenda negra es la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos, enemiga del progreso y de las innovaciones, que comenzó a difundirse en el siglo XVI a raíz de la Reforma y que no ha dejado de utilizarse contra España.
Con respecto a esto son muy justas las palabras que escribe en su obra: “Fuimos un país intolerante y fanático en una época en que todos los pueblos de Europa eran intolerantes y fanáticos; quemamos herejes cuando los quemaban en Francia, cuando en Alemania se perseguían unos a otros en nombre de la libertad de conciencia, cuando Lutero azuzaba a los nobles contra los campesinos sublevados, cuando Calvino denunciaba a Servet a la Inquisición católica de Vienne y luego le quemaba por hereje; quemamos a la brujas cuando todos sin excepción creían en los sortilegios y maleficios, desde Lutero hasta Felipe II; prohibimos la lectura de ciertos libros cuando la Sorbona y el Parlamento de París nos daban el ejemplo quemando solemnemente por mano de verdugo las obras de Lutero y los libros de Mariana”.24
En la América española no fueron pocos los religiosos, y no pocos laicos, que defendieron a los indios, llegando algunos incluso al martirio a manos de quienes querían proteger, como le ocurrió al criollo nacido en Asunción Roque González de Santa Cruz, sacerdote jesuita asesinado, con otros compañeros, por los indios guaraníes en 1628.25 Por su parte, el conquistador Francisco Pizarro contestó una vez a un religioso que protestaba por el despojo que se hacía a los indios en el Perú y que en lugar de esto había que hacerles conocer a Dios y la fe: “No he venido por tales razones. Yo he venido a quitarles el oro”.26 Vicente Sierra escribe en varias de sus obras que España nos dio todo lo que tenía. Debemos agradecerle esta generosidad, dice, porque lo que tenía era y valía mucho. Esto es cierto. España, por ejemplo, fundó en América más universidades que las que tenía en su propio territorio peninsular. Pero la contraria también es cierta. América también le dio mucho a España. Y también valía mucho.
El trasplante de instituciones: el cabildo y el Derecho Indiano.
El primer asentamiento formal y definitivo en esta parte de América fue la transformación del puerto y sus defensas de Nuestra Señora de la Asunción en ciudad en septiembre de 1541.
Las ciudades fundadas en el actual territorio argentino fueron “pregonadas” en América y pobladas algunas por criollos y en menor medida por españoles. La primera fue Santiago del Estero en 1553, cuando Francisco de Aguirre la traslada a su actual ubicación. Santa Fe, en Cayastá, fue fundada por Juan de Garay el 15 de noviembre de 1573. Según un relato conocido y documentado, Garay partió de Asunción “con 80 mancebos y bien mancebos nacidos en esta tierra y un bergantín y seis canoas henchidas a manera de barcas y algunas canoas sencillas, cincuenta caballos y las municiones que ha sido posibles según lo que había”. De ochenta y nueve fundadores, ochenta habían nacido en Asunción. En el mismo año Jerónimo Luis de Cabrera funda la ciudad de Córdoba.
Debe observarse que estas fundaciones no se realizaban por voluntad o iniciativa de algún jefe o principal, sino que para realizarla se debía contar con la expresa autorización de la autoridad correspondiente. En el caso de Buenos Aires, el nombre de Pedro de Mendoza aparece documentado en 1534, cuando Carlos V le extiende en Toledo la capitulación que le encarga entrar por el río de Solís, “que llaman de la plata”, adonde llega en 1536, y levantar defensas donde crea conveniente para comenzar la pacificación de la tierra. La capitulación no lo autoriza a fundar ninguna ciudad, que Mendoza no hizo, “concretando en Buenos Aires un asentamiento con miras a ser puerto”.27 En 1580 Juan de Garay fundó la ciudad de Buenos Aires por autorización del adelantado Ortiz de Zárate. La ciudad de Corrientes, por su parte,