La periodización de Alberini de la historia del pensamiento argentino: precisiones y matices.
Si, como es generalmente aceptado, la Historia comienza con la escritura, la historia del actual territorio de la República Argentina comienza con la llegada de los españoles, porque ninguno de los pueblos indígenas que lo habitaban antes de esta llegada tenía escritura. En ese sentido nuestra realidad es distinta a la del Perú o México.
Solís llega al Río de la Plata en 1516. Pedro de Mendoza en 1536. Ninguno de los dos fundó nada estable. En 1541 se funda Asunción y comienza, sin interrupciones, la ocupación de España de nuestro territorio. De modo que este trabajo abarca, en números redondos, desde 1550 a 1960. Un período tan extenso, para ser analizado, debe necesariamente dividirse en períodos menores. Al respecto escribió Jacques Le Goff: “Cortar el tiempo en períodos es necesario para la historia, ya sea que en un sentido general se entienda como estudio de la evolución de las sociedades o de un tipo particular de saber y enseñanza, o incluso como el simple paso del tiempo. Sin embargo, ese corte no es un simple hecho cronológico, sino que expresa también la idea de transición, de viraje e incluso de contradicción con respecto a la sociedad y a los valores del período precedente.”6 A la historia de la educación argentina, como a todo amplio período histórico, para su estudio hay que dividirla en períodos. Y como la educación y la cultura vigentes en un determinado lugar y en un determinado período dependen mayormente de las ideas predominantes en esa época, tomo como criterio de periodización la evolución de las ideas filosóficas en la Argentina.
Dos autores (entre otros) escribieron con bastante justeza sobre esta periodización: Alejandro Korn y Coriolano Alberini. Tomo la de este último porque me parece mejor. (Alberini distingue el período iluminista del romántico, distinción que en Korn no está clara). La periodización de Alberini se extiende hasta la reacción contra el positivismo, ya que el autor en 1943 sufrió un ataque cerebral que lo dejó hemipléjico a los cincuenta y siete años, de modo que su periodización no llega hasta el final de este relato. Murió en 1960. Coriolano Alberini (1886-1960) se graduó en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires en 1911, universidad de la que llegó a ser rector. En Problemas de la historia de las ideas filosóficas en la Argentina,7 escribiendo sobre Alberdi, sostuvo que para determinar el ambiente intelectual en que se formó el pensador y escritor tucumano convenía dividir la historia del pensamiento argentino en los siguientes períodos: el primero, que denomina el de la escolástica colonial y cuya figura más interesante es para él el argentino Chorroarín; la segunda, el Aufklärung o Iluminismo, esto es, la “filosofía de las luces”, es la que preparó la Revolución Francesa y fue el pensamiento que profesaron, sin negaciones excesivas, algunos de los hombres de la emancipación nacional: Belgrano, Moreno, Rivadavia, etc. La última forma teórica del Iluminismo argentino fue la “ideología” de Fernández de Agüero, Lafinur y Alcorta. Cabría mencionar también a no pocos sacerdotes tocados por el espíritu del siglo XVIII, como Gregorio Funes. El tercer período señalado por Alberini es el Romanticismo, que comprende sobre todo a Echeverría, Alberdi, Juan María Gutiérrez, Mitre, Sarmiento, etc.; o sea, en su mayoría, hombres que preparan y realizan la organización institucional nacional. Luego, en cuarto lugar, analiza el positivismo, que surge alrededor de 1880 y, por último, la reacción contra el positivismo y la fundación de una cultura filosófica pura.
Los períodos mencionados por Alberini permiten hacer el siguiente esquema temporal: el primero, que denominaré período hispánico, comienza en 1541, año en que se funda Asunción, “madre de ciudades” y de la cual dependió por mucho tiempo el gobierno del actual territorio argentino y termina más o menos en 1790. Algunos autores establecen en el desarrollo filosófico años o momentos precisos, tomando obras o autores de indudable importancia para distinguir las nuevas ideas de las hasta entonces imperantes. Así hace por ejemplo Fernando Bahr, quien escribe con respecto a la Ilustración que “tras los pasos de Jean Deprun, estipulamos como fecha de inicio de “las Luces” el año 1682, año en el que Pierre Bayle publicó la primera edición de sus Pensamientos diversos sobre el cometa, y como fecha de cierre, el año 1784, cuando Kant publica su Respuesta a la pregunta ¿qué es la Ilustración?”8 Yo considero que los períodos históricos no tienen, por lo general, fechas exactas que los limiten, ya que la mayor parte de las veces se superponen durante un tiempo, mientras “mueren” las ideas viejas y “nacen” las nuevas. En nuestro país el Iluminismo se desarrolló entre 1790 y 1830; el Romanticismo entre 1830 y 1880; el positivismo entre 1870 y 1920 (aunque algunas de sus manifestaciones llegaron hasta 1970); el antipositivismo o espiritualismo, que Alberini sostiene que da lugar a la “fundación de una cultura filosófica pura” (Alberini era antipositivista) desde 1900 hasta 1950.
Sobre esta periodización de Alberini haré algunas precisiones. Con respecto a la denominación del primer período, hay que hacer una observación importante. Alberini lo denomina el de la “Escolástica colonial”. La palabra escolástica puede llevar a confusiones. Es bastante común sostener que el escolasticismo fue un período de la Edad Media en el que predominó el pensamiento de Aristóteles. Esto, filosóficamente, no es totalmente correcto. La escolástica (del latín schola: lugar donde se enseña) toma su nombre del nacimiento de los centros de enseñanza de la cultura superior, que luego originaron las primeras Universidades. En este período, que en Europa se desarrolló entre el siglo IX y el siglo XIV, si bien en el mismo comenzó a predominar la filosofía aristotélica (desde el siglo X), no excluyó otras escuelas filosóficas, como el platonismo, el agustinismo, el estoicismo, etc. La figura máxima de este período europeo es santo Tomás de Aquino, a quien erróneamente se considera sin más como un aristotélico, como si fuese un mero repetidor del pensamiento del filósofo macedonio, ya que entre sus fuentes, además de Aristóteles es muy fuerte la influencia de san Agustín, Cicerón, etc. En nuestro caso, en el primer período de Alberini, en la Universidad de Córdoba, si bien se enseñó el aristotelismo del filósofo jesuita español Francisco Suárez, también se enseñó la filosofía de otras corrientes, como la de Descartes y la de Newton.
Pero el otro término que denomina al primer período de Alberini es más importante aclararlo: es el de “colonial”. Existe una costumbre muy extendida en llamar así a este período en diversos ámbitos, como cuando hablamos (en nuestro territorio) de una “arquitectura” o “estilo” colonial. Esto es un error, porque, a diferencia de las posesiones inglesas de ultramar, que fueron efectivamente colonias, según la concepción estricta del término, los territorios americanos jurídicamente no fueron “colonias” de España, al punto de que quienes nacían en él gozaban de los mismos derechos que quienes lo hacían en Madrid o Salamanca. El historiador Ricardo Levene, en su obra Las Indias no eran colonias, escribe al respecto: “Se llama comúnmente el período colonial de la Historia Argentina a la época de la dominación española (dominación que es señorío o imperio que tiene sobre un territorio el que ejerce la soberanía), aceptándose y transmitiéndose por hábito aquella calificación de colonial, forma de caracterizar una etapa de nuestra historia, durante la cual estos dominios no fueron colonias o factorías, propiamente dichas.”9
Las leyes de la Recopilación de Indias nunca hablaban de colonias, sostiene Levene, y en diversas prescripciones se establece expresamente que son provincias, reinos, señoríos, repúblicas o territorios de islas y tierra firme incorporados a la Corona de Castilla y León. La primera de esas leyes es de 1519, dictada para la Isla Española, antes de cumplirse treinta años del descubrimiento, y la de 1520, de carácter general, es para todas las Islas e Indias descubiertas y por descubrir (Recopilación de Leyes de Indias, Libro III, Título I, Ley 1).
El principio de la incorporación de estas provincias implicaba el de la igualdad legal entre Castilla e Indias, amplio concepto que abarcaba la jerarquía y dignidad de sus instituciones. “Puesto que las Indias no eran colonias o factorías, sino Provincias, los Reyes se obligaron a mantenerlas unidas para su mayor perpetuidad y firmeza prohibiendo su enajenación y en virtud de los trabajos de descubridores y pobladores y sus descendientes, llamados ‘los beneméritos de Indias’, prometían y daban fe y palabra real de que para siempre jamás no serían enajenadas.”10 Poco más adelante explica Levene que la Academia Nacional de la