convertir lo interior en exterior sin usar el
cuchillo. (CV, 197)7
caído de la agujereada faltriquera de dios
enfrentarse al matarife. (CV, 198)
La que sigue, de cómo el sexo de la mujer encierra todo el misterio de la vida:
así caídos para siempre
abrimos lentamente las piernas
para contemplar bizqueando
el gran ojo de la vida
lo único realmente húmedo y misterioso de
nuestra existencia
el gran pozo
el ascenso a la santidad
el lugar de los hechos. (CV, 199)
No en vano, como ha señalado Chirinos, la raíz de la palabra “materiales” es mater, madre. El hecho se consuma en el sexo de la madre, en el nacimiento, que es también el lugar donde se consuma el acto sexual. El nacimiento ha de entenderse en dos niveles: en el nivel del parto y en el nivel de nacer a la humanidad después de ser expulsados del Edén. “Ejercicios materiales” comienza rescatando un pasado remoto, mítico, para llegar al punto de partida, que es el del “paraíso irrespirable”. El adjetivo irrespirable advierte sobre lo poco humano que resulta ese paraíso prometido, al que a través de ejercicios espirituales otros pretenden acceder, porque no está constituido del elemento del hombre. El paraíso es la luz eterna y el hombre, extremadamente sensible a la luz, corre el riesgo de enceguecer, de que su cuerpo se queme. El elemento del hombre, el ambiente respirable, es su propio cuerpo:
el reptil se despoja de sus bragas de seda
y conoce la felicidad de penetrarse a sí
mismo
como la noche
como la piedra
como el océano
conocimiento
amor propio sin testigos. (CV, 197)
Como se mencionó anteriormente, este poema está constituido por versos de arte menor y arte mayor que se combinan indistintamente. Por este hecho, el ritmo está determinado, sobre todo, por las pausas al final de cada línea poética antes que por sus acentos. El silencio que deviene de dichas pausas enfatiza la idea de que la voz poética revela un espacio que le resulta verdaderamente natural al hombre y en donde puede respirar. Asimismo, el encabalgamiento, que es un recurso utilizado con mucha frecuencia en la obra de Varela, y que, desde la perspectiva de Cohen, es “una pausa grande en medio de un verso” (62), irrumpe en el devenir de la línea poética con la misma fuerza e intencionalidad de las otras pausas: para participar del espacio en el que se respira. Mientras en el nivel semántico, la serpiente que tienta simboliza al hombre que ha ofendido a dios al comer de la fruta del árbol prohibido. Ese “conocimiento / amor propio sin testigos” es el hombre en su esencia, despojado de las máscaras espirituales que le fueron impuestas, aunque no le resultaran naturales: el reptil, finalmente, se despoja de sus bragas de seda. El reptil que se penetra a sí mismo refleja ese interior oscuro, como la noche, que es el anhelado: la autoconciencia, es decir, el elemento respirable.
Barthes señala que la organización tan exigente del tiempo en los Ejercicios espirituales
permite cubrir totalmente la jornada, suprimir en ella cualquier intersticio que podría traer de vuelta la palabra exterior; para ser repulsiva, la articulación del tiempo debe ser tan perfecta que Ignacio recomienda comenzar el tiempo futuro incluso antes de que se haya agotado el tiempo presente: al dormirme, ya pienso en mi despertar, al vestirme, pienso en el ejercicio que voy a hacer: un ya incesante marca el tiempo del ejercitante y le garantiza una plenitud que aleja de él todo lenguaje ajeno […] como el novelista, el ejercitante es «alguien para quien no se desperdicia nada». (63-66)
Para alcanzar la meta, que es la ascesis, el tiempo presente se concibe como un bloque que debe ser llenado con la imagen de las futuras acciones. En los ejercicios de Loyola, todo está pensado en función de un estado futuro que aún no existe. Las acciones que se realizan en el presente sólo tienen sentido en el pasado en el que fueron visualizadas. Siguiendo esta línea, la epifanía, de ser alcanzada, no tendría sentido en su presente, sino en el pasado. En oposición a esta postura con respecto al tiempo, el poema de Varela presta especial atención a las acciones en el presente. No hay una exigencia, en la acepción ignaciana de la palabra, con respecto a ocupar el tiempo; cada acción produce sentido en su momento y su ritmo particulares –“abrimos lentamente las piernas” (CV, 199). La condición etérea del ejercitante espiritual, que se extrae de la percepción ignaciana con respecto al tiempo, se contrapone a la condición concreta del ejercitante material, que sugiere el poema de Varela –“gravedad de la gracia que es grasa perecible” (CV, 200).
Todo lo humano, concreto y material, se contrapone a lo divino, espiritual y etéreo, en Ejercicios materiales. La figura del dios de los judíos es representada aquí como “el divino con parsimonia de verdugo” (CV, 198), pero “la belleza final” (CV, 198), que “es cruenta y onerosa” (CV, 198) se impone y surge la “bala tras el humo de la zarza” (CV, 198). La zarza encendida, que es una de las pocas representaciones físicas que se da de dios en el Antiguo Testamento, se ha apagado. De ese fuego divino sólo queda el humo. La “belleza” del hombre atravesado por el pecado (no en vano es una bala la que surge tras ese divino humo) ha triunfado. Las demás referencias a lo sagrado, condición que se distancia irremediablemente del hombre, se hacen siempre desde la ironía, como en el siguiente fragmento:
y es amable el silbo de los aires
que brotan quedamente y circulan
por nuestros puros orificios terrenales
protegidos e intactos
bajo el vellón sin mácula del divino cordero. (CV, 200)
En otros poemas del mismo libro, nos encontramos con la idea de un dios que es aplastado, devorado por los hombres, como en “Ideas elevadas”
tenemos la lengua dura los devoradores de dios
de ese dios que crece cada noche
con nuestros pelos y uñas
de ese dios aplastable
perecible
digerible. (CV, 201)
Dios es la contraparte del hombre. Esta concepción se hace sentir en los versos con su tremendo peso. Esa idea de dios no se corresponde con la materialidad de la vida, a diferencia de la ternera acosada por tábanos, que en otro poema de tintes baudelairianos, del mismo libro, pasa al lado del yo poético:
más antigua y oscura que la muerte
a mi lado
coronada de moscas
pasó la vida. (CV, 196)
Este poema, “Ternera acosada por tábanos”, resume la idea central de Ejercicios materiales: dios se contrapone a las criaturas del mundo; las criaturas del mundo (hombres y bestias) se hermanan en su alejarse de dios —gracias a su existencia concreta, material en el mundo—. La conciencia de esto es la luz que imprime las imágenes de todo el poemario. Volveremos sobre este poema en el tercer capítulo.
En la novena parte de “Ejercicios materiales”, nos encontramos con una cita tomada de los Aforismos del físico alemán Georg Christoph Lichtenberg: “se empieza a hablar con lengua de ángel”. El aforismo completo reza: “Cuando se empieza a ver todo en todo, la manera de expresarse suele volverse más oscura. Se empieza a hablar con lengua de ángel”. En su contexto original, que evoca también escenas bíblicas, la lengua de ángel se refiere, entonces, a una oscura manera de expresarse. En “Ejercicios materiales”, a la cita le sigue la siguiente línea: “y la palabra se torna digerible” (CV, 197). La palabra oscura, densa, es aquella que surge cuando la relatividad