La reelección inmediata y el cambio en las reglas de juego, que produjo profundos y nocivos efectos, es el tema del capítulo 5. Sobre ello, el presidente Uribe tuvo una posición cambiante. La Constitución de 1991 prohibía explícita y tajantemente dicha reelección, ante lo cual el candidato Uribe expresó: “La reelección inmediata no me convence porque entonces puede el gobierno ponerse a buscarla, es una de sus expresiones. Si yo como Presidente propongo que se amplíe el periodo presidencial a cinco años debe ser para el siguiente, no para mí”. Sus palabras fueron premonitorias, porque a poco de iniciarse su mandato, uno de sus seguidores, el presidente de la Cámara de Representantes, ya la estaba proponiendo, so pretexto de que era una forma de premiar una buena labor, sin parar mientes en que el Gobierno no la había realizado, entre otras razones, porque apenas se estaba iniciando el mandato. Sin embargo, el proyecto de reforma constitucional para autorizar la reelección fue presentado y aprobado en el Congreso, con la peregrina idea de que sólo se trataba de un “articulito”. La reforma pasó a la Corte Constitucional en su calidad de guardiana de la Constitución y, en medio de peripecias que implicaron que el magistrado ponente que había rendido concepto desfavorable cambiara su posición y su voto, la reelección fue aprobada con la condición de que ella sólo abarcaría dos períodos. Esta restricción no fue suficiente porque, no satisfechos con una reelección, el presidente y sus seguidores quisieron prolongar su mandato para un tercer período. Para apoyar su intento, adujeron, entre otras razones, el ambiguo concepto de Estado de opinión como sustituto del de democracia representativa.
Esta presentación sucinta sólo abarca algunos temas de los tratados en el presente libro y tiene como objeto incentivar la lectura de la obra, con la cual el lector saldrá intelectualmente enriquecido. Resta decir que la autora toma posición frente a los temas tratados, pero con profesionalismo, sin insultos y sin jerga, con lo cual se diferencia de gran parte de los que escriben sobre estos tópicos, que lo hacen acudiendo a un lenguaje agresivo y descalificador, tratando lo superfluo en lugar de lo esencial, y dejando de lado el raciocinio, el análisis y la información, para dejar el campo a la pasión.
Álvaro Tirado Mejía
Profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia
AGRADECIMIENTOS
A mi esposo Fernando Botero, agradezco su apoyo incondicional, sus lecturas atentas y sus comentarios críticos. A mi familia, especialmente a mi madre Leonilde Zuleta, por los sacrificios de estos años.
A los profesores Renán Silva, director de la investigación de tesis doctoral, y a Hugo Quiroga, codirector en Argentina, agradezco su generosidad intelectual por compartir conmigo los “trucos del oficio”. Francisco Delich, Marcelo Cavarozzi, Waldo Ansaldi y Javier Sanín S. J. realizaron una lectura cuidadosa del trabajo y señalaron con franqueza sus aciertos y debilidades. Espero haber sabido interpretar sus recomendaciones.
Debo agradecer a las personas que trabajan en el Doctorado en Ciencia Política de la Universidad Nacional de Rosario (Argentina), especialmente a la profesora Claudia Voras, directora de Posgrados de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales.
A las historiadoras Andrea Idárraga y Ana María Uribe agradezco su valiosa colaboración en este arduo proceso.
La presente investigación se hizo en el marco de una Comisión Especial de Estudios para la realización del Doctorado en Ciencia Política en la Universidad Nacional de Rosario, permitida por las directivas de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín. Mi sentimiento de gratitud para la Universidad Nacional por apoyar igualmente la publicación del libro.
Introducción
1. COLOMBIA, ENTRE LA ESTABILIDAD DEMOCRÁTICA Y LA VIOLENCIA
Es un lugar común, en la historiografía política reciente, el reconocimiento de que Colombia ha fluctuado en los últimos treinta años entre varias fuerzas: unas que tienden a la profundización de la democracia, a la instalación del pluralismo político y al fortalecimiento de las instituciones; y otras que empujan al país a la fragmentación social, al rechazo de la institucionalidad y a la violencia.1 Las primeras fuerzas se expresan en la Constitución Política de 1991, que instauró diversas formas de participación y control ciudadano, y reconoció el carácter pluriétnico y la diversidad cultural de la nación, al tiempo que incorporó derechos de segunda generación. Las segundas fuerzas se manifiestan en el incremento de la criminalidad, en la proliferación y la superposición de distintas formas de violencia. Para decirlo en términos de Daniel Pécaut, “orden y violencia” se han superpuesto en diversos momentos, mezclándose “estabilidad democrática y episodios de violencia de gran amplitud”.2 Esta combinación ha permanecido a lo largo del siglo xx y diferencia el devenir político de Colombia con respecto a los otros países latinoamericanos.
A finales de la década de los setenta, el fenómeno de la violencia se tornó más complejo. El narcotráfico hizo su irrupción y logró penetrar en forma paulatina las distintas esferas de la vida social, incluso las guerrillas, especialmente las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC),3 se beneficiarán más tarde del auge de los cultivos ilícitos. Los primeros grupos paramilitares hicieron su aparición a principios de los años ochenta promovidos, al parecer, por narcotraficantes,4 como represalia al “secuestro y la extorsión de las guerrillas”.5 En un primer momento, las operaciones armadas de estos grupos tuvieron como blanco a las guerrillas izquierdistas; posteriormente, la violencia paramilitar alcanzó a otros grupos que consideraban base social o simpatizante de la insurgencia: organizaciones campesinas, oposición política de izquierda, dirigentes sindicales y sociales, organizaciones defensoras de derechos humanos.
En los años ochenta, el fenómeno guerrillero continuó en expansión. Esta década fue especialmente importante para las FARC. A partir de su Séptima Conferencia y en el Pleno de Comandantes, realizado entre los años 1982 y 1983, esa guerrilla va a decidir dar un viraje estratégico y convertirse en un “verdadero ejército revolucionario”, de carácter “ofensivo”. Pretendían, por esta vía, superar la fase de guerra típica de guerrillas, caracterizada por lo que Waldmann denominó hit and run, algo así como golpear y correr, dada la debilidad de las fuerzas insurgentes frente a los ejércitos profesionales.6 Las FARC venían librando una guerra de guerrillas desde sus orígenes en los años sesenta. La incorporación de la sigla EP (Ejército del pueblo) a su nombre original simbolizó su decisión de cambio; desde entonces se autodenominaron FARC-EP. Producto de este giro estratégico y de las fuentes de financiación disponibles, sus frentes crecieron de manera significativa7 con respecto al estancamiento mantenido en las décadas de los sesenta y los setenta.8
Sin embargo, para ese momento, ningún colombiano pensaba que el país estuviera en el “umbral de una guerra civil”.9 También en esta década “el terror político de derecha hizo su entrada en escena”.10 En estos años se inició un proceso sistemático