Shakey. Jimmy McDonough. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jimmy McDonough
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Изобразительное искусство, фотография
Год издания: 0
isbn: 9788418282195
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Creo que Tannis conducía de manera brusca. Es que lo podía oír y todo… Ya me había cargado uno antes, ¿me entiendes?, así que estaba la hostia de paranoico con ese Pontiac. Y aquel sonido era parecido al que hacía el otro coche. Yo notaba que se ponía peor. Era cosa de un cardán.

       La Ruta 66 era una pasada. Me encantaba viajar. Me empecé a aficionar a aquellos viajes con cinco o seis años, cuando mi padre nos llevaba en coche a Florida. Tengo mono de autopista: la autopista de cuatro carriles, las finas líneas tan largas que se cruzaban el desierto, y pasabas por todas aquellas ciudades con sus casinos y sus luces de neón. Pensaba: «¡Buah, esto es bestial!». Bastante flipante.

      En Oklahoma, los escuálidos viajeros consiguieron comer gratis gracias a una pareja sureña que, al ver el pelo a lo Beatle de Neil y la larga melena negra de Neiman, pensó que eran Sonny y Cher. En Texas, hubo algún momento tenso cuando Palmer, que nunca se cortaba, le plantó cara a un agente de policía. «Bruce siempre llevaba la maría en una bolsa en el bolsillo de la camisa», explicaba Hollinghead. «Allí la llevaba, dando sacudidas por efecto de la brisa, y con el agente de policía plantado delante pidiéndoles a los chicos las cartillas militares…» Consiguieron librarse de una buena.

      El coche fúnebre empezó a fallar cuando subía a duras penas por una pendiente al este de Albuquerque, y perdieron los nervios. «Neil empezó a gritarme no sé qué de la segunda marcha y de que me estaba cargando su coche», recuerda Hollinghead. «Le dije: “Mira, Neil, este coche no ha pasado de segunda en su puta vida, es un coche fúnebre”. No parábamos de discutir y de gritar. A Tannis le dio uno de sus prontos y empezó a tirar maletas del coche.» Para complicar aún más las cosas, apareció otro agente de policía nada comprensivo. Al final acabamos todos apiñados en un motel de Albuquerque mientras reparaban a Mort Dos. Según Hollinghead, en el desierto estaban realizando unas pruebas un tanto raras y, una noche, al mirar por la ventana de la habitación del motel, creyó ver una «puta nube en forma de hongo». Fue un signo de mal augurio, ya que el sistema nervioso de Young también empezaba a experimentar sus propias explosiones.

      Young se encerró en su habitación con el saco de dormir echado por encima de la cabeza, incapaz de comer. «De repente, se quedó como un puto idiota, le castañeaban los dientes», comentaba Hollinghead. Palmer dijo que a Young «le entraron convulsiones, pero no sabíamos por qué. Se pasó varios días en el suelo y yo me ocupaba de él». Pese a sufrir lo que parece haber sido su primer principio de epilepsia, Young seguía decidido a llegar a Los Ángeles. El coche fúnebre no tardó en volver a la carretera, pero sin Janine ni Tannis. «Nos echaron en Albuquerque», dijo Hollinghead.

       Nos libramos de Tannis y Janine, porque nos estaban volviendo locos de cojones. Aquellas tías estaban como una puta cabra, daban muy mal rollo. Pero, vete a saber, yo tampoco es que tuviera muy alto el nivel de tolerancia. Se me acabaron las pilas en Albuquerque, tuvimos que parar allí un par de días; estaba realmente agotado.

      Seguimos hasta L.A. del tirón. En plan, sin parar, fumando hierba, conduciendo a saco. Un pedazo de viaje. Al bajar por la colina que hay saliendo de San Bernardino nos dimos un buen susto; es que era muy empinada y bajábamos a toda leche en el coche fúnebre, en plan: «¡Hostias!». Agotados como estábamos, joder. La verdad es que apuramos al máximo. Mort Dos me llevó a mi destino; consiguió llegar a L.A. Todo un fenómeno.

       —¿Tenías una idea preconcebida de cómo sería California?

      —La verdad es que no. Solo lo que había visto en los programas de televisión: 77 Sunset Strip, Route 66 y Dragnet.

       Cuando fui no tenía ningún objetivo en concreto. No tenía ni puta idea de lo que hacía. Tirábamos adelante, como los lemmings. Yo sabía lo que quería y que tenía que ir allí para conseguirlo, pero ¿qué pensaba hacer después? ¿Me iba a quedar allí a disfrutarlo? Ni idea. Estaba en una nebulosa.

       Nebuloso… todo estaba nebuloso. Hacía un día nebuloso en L.A. cuando llegamos. Era el Día de los Inocentes 47 . Estábamos groguis del viaje. Creo que Bruce y yo condujimos sin parar de Albuquerque a Los Ángeles. Recuerdo ir por Juanita Street; para entonces Bruce y yo ya íbamos bien mareados. No sé si dijimos: «JUA-NIIIIIIII-TA STREET» unas doscientas veces, partiéndonos el culo de lo cansados y aturdidos que estábamos.

       Nos quedamos en una calle paralela a Laurel Canyon, creo que se llama Holly Street. Aparcamos allí el coche fúnebre y dormimos un par de noches en su interior. Luego nos encontramos con un viejo amigo, Danny Cox, un cantante folk negro, un tío muy guay que había conocido en Winnipeg, en el 4-D, que una vez vino a desayunar conmigo y Koblun y nos habló de Hollywood y California. Nos dejó quedarnos en su casa una o dos noches.

       Conseguimos sacar suficiente dinero para ir tirando a base de alquilar el coche fúnebre. Había dos restaurantes de moda, uno era Huff’s y el otro, Canter’s. Nos poníamos en uno y le cobrábamos un pavo a la peña por llevarlos al otro. Íbamos y veníamos sin parar; así nos sacábamos la pasta Bruce y yo.

       L.A. era una pasada de grande. Un día Bruce y yo íbamos andando por Sunset y nos encontramos una pava de porro en la acera y nos la fumamos. Aquella mierda nos dejó del revés… No tengo ni idea de qué era.

      CAPÍTULO 5 FUERZA DE VOLUNTAD

      «Por una vez, todos éramos libres en los sesenta», comentaba Ken Viola. «Por una vez. No creo que nuestros padres fueran libres en su vida… ¿Sabes?»

      Hablé con muchos fans mientras escribía este libro. Entrevisté al círculo íntimo de Young casi al completo. A veces, llegué incluso a consultar a esa criatura odiosa donde las haya que es el crítico de rock. Pero ninguno entendía la música de Neil como Ken Viola.

      Ken Viola vive con su mujer y sus dos hijos en una hermosa vivienda residencial a las afueras de Nueva Jersey. Tiene el pelo canoso y lo lleva corto, como el bigote. Es un tipo grandullón y su impresionante facha y su discurso de ametralladora te hacen pensar por un momento que estás hablando con un camionero. No está mal el disfraz, porque en cuanto despliega todo su encanto, te das cuenta de que tienes delante a un poeta, a un poeta psicodélico. Si eres capaz de superar una sesión con Viola sin hacer preguntas —o sin sufrir alteraciones del conocimiento—, mejor que vayas a ver si tu karma aún está en garantía, colega.

      Coge la pasta esa que estabas ahorrando para el viaje al Salón de la Fama del Rock y fúndetela en un billete de autobús para ir a ver a Ken. Esperemos que te deje entrar, porque la verdad es que en Cleveland no hay nada que ver; todo está en el ático de Ken Viola. Hay discos y casetes por todas partes, el techo está forrado de posters gigantescos de Neil Young, y los archivadores, repletos de treinta años de recortes de prensa. Viola posee una de las mejores colecciones de objetos de cultura pop del mundo, pero dista de ser el típico coleccionista coñazo maniático que lo deja todo guardado en bolsas de plástico para que no toques nada. Viola utiliza todo este material; para vivir, para enseñar y para intentar buscar una alternativa a la manera en que a veces se presentan las cosas.

      Ken Viola sigue creyendo en el poder del rock and roll. Y el rock and roll en el que cree prácticamente más que en ninguna otra cosa es el de Neil Young. Viola se ha pasado más de treinta años escuchando atentamente a Neil Young, comprando cada disco, digiriendo cada tema, saboreando cada fase con ese entusiasmo febril del chaval que se acaba de comprar su primer single; y ha conseguido conservar en todo momento una mirada crítica que roza lo místico. Eso es precisamente lo que lo hace único.

      Dejad que os diga algo sobre los fans de Neil Young, los auténticos fans: son una panda de fanáticos de la hostia. Tenemos, por un lado, a los que prefieren la vertiente acústica y tranquila de Neil, como Scott Oxman, un cristiano —y a mucha honra— que dirige los archivos de Crosby, Stills, Nash and Young desde su equipadísimo apartamento de Los Ángeles y organiza encuentros anuales con fans afines a él donde corean «Helpless» y «Teach Your Children». Oxman desdeña el lado más freak de la obra de Young, justo lo contrario que el fanático de Crazy Horse Dave McFarlin, un chaval de clase obrera que descubrió