Shakey. Jimmy McDonough. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jimmy McDonough
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Изобразительное искусство, фотография
Год издания: 0
isbn: 9788418282195
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Palmer recuerda que se lo encontró por la calle cargando con un ampli. Los Mynah Birds acababan de quedarse sin un guitarra, así que Palmer le dijo a Young: «Vente a nuestro grupo; canta un negro y hacemos rock and roll, pero no te preocupes, que nos da igual que solo sepas tocar una Gibson de doce cuerdas y que cantes como un marica».

      Fue así como Young pasó a ser un Mynah Bird. Por primera vez, era un mero músico de acompañamiento. Los afortunados que consiguieron ver una de las pocas actuaciones que ofreció la banda dicen que eran alucinantes. «Neil solo llevaba la guitarra acústica de doce cuerdas con una pastilla D’Armond, rellena de papel de periódico para evitar el feedback», comentaba Comrie Smith, que recuerda un sensacional temazo original de Young y James —en el que ambos compartían armonías vocales— llamado «Hideaway». «Neil de repente paraba de tocar la guitarra y empezaba un solo de armónica; lanzaba la armónica bien alto y Ricky la cogía y continuaba con el solo.»

      Young y James fueron compañeros de correrías durante una temporadita. «Neil siempre decía de Ricky que traía el soul instalado de fábrica», comentaba Smith. Él y Young compartían piso con James en el 88 de Charles Street y se alimentaban a base de bollería que James birlaba a altas horas de la madrugada. El apartamento era la típica leonera sin muebles propia de unos músicos. «Había por el suelo bolas de polvo como arbustos rodantes», explicaba Linda Smith. «Neil abría la puerta del armario y me decía que las empujara adentro con la escoba.» James también fue responsable del breve tonteo de Young con las anfetaminas.

      Los Mynah Birds estaban imparables. Young aprovechó el patrocinio de Eaton para agenciarse una nueva Rickenbacker de seis cuerdas, y el grupo consiguió un contrato de grabación. «Pasamos de tocar en garitos de Toronto a grabar un disco para la Motown», comentaba Palmer. Al ser un grupo de rock blanco con un cantante negro al frente, los Mynah Birds fueron tratados como reyes. «La Motown nos daba unas tarjetas de miembros con las que podías comprar lo que quisieras», explicaba Palmer. «Y si te paraba la poli, no tenías que pagar; te limitabas a decir: “artista de la Motown”.» Por aquellas sesiones pasaron todas las superestrellas de Detroit, incluidos Berry Gordy Jr., Smokey Robinson y Holland-Dozier-Holland. «Si pensaban que al sonido le faltaba fuerza, traían a un par de cantantes de la Motown», le contó Young a Cameron Crowe. «¡Y nos Motownizaban!»

      Por desgracia, todo se fue al garete cuando detuvieron a James en el estudio por ausentarse de la marina sin permiso. «Nosotros pensábamos que era canadiense», comentaba Palmer. «A pesar de que en Canadá no hay negros.» Supuestamente, el single «It’s My Time» fue retirado el mismo día de su lanzamiento, y las grabaciones del disco se archivaron y continúan inéditas hasta la fecha. El mánager del grupo, Morley Shelman, huyó con los veinticinco mil dólares del adelanto y al poco fue víctima de una sobredosis.

       —¿Cómo era ser colega de Rick James?

      —Una experiencia muy cañera. Ricky era genial. Era un poquito susceptible y dominante, pero un buen tipo. Tenía muchísimo talento. Estaba decidido a triunfar a toda costa. Mira que escaquearse de la mili. Yo no era el alma máter de los Mynah Birds; era el guitarra solista, Ricky era el líder. Él estaba delante, a lo suyo, y yo estaba al fondo dándole un poco a la guitarra rítmica, un poco a la solista, marcando el ritmillo con mi colega Bruce. Lo pasábamos bien. Hasta que llegué a Toronto creo que los Beatles eran mi grupo inglés preferido; pero cuando llegué a Toronto digamos que los Stones ocuparon su puesto, junto con Rick James. A él le flipaban los Stones. «Get Off My Cloud», «Satisfaction», «Can I Get a Witness»; tocábamos todos esos temas. Los Stones nos empezaron a molar cada vez más. Eran supersencillos y molaban mogollón.

       Éramos un grupo tope auténtico. Me gusta lo de ser uno más y no tener que cantar todo el rato. Es muy parecido a tocar con Bob. Tiene algo que mola.

       Éramos el único grupo blanco de la Motown. No se nos daba demasiado bien todo el rollo de la etiqueta y de la coreografía: la pose, los movimientos. Teniendo en cuenta las circunstancias, pensé que encajábamos bastante bien.

       Creo que conocí a Bruce en el apartamento que tenía David Rea debajo del Riverboat. Bruce era un tipo genial, uno de los mejores guitarras que he oído en mi vida. Un guitarra de blues. Ni Stephen ni yo tocábamos la mitad de bien que Bruce. Pero él tocaba el bajo, no era el guitarra. Además de tocar, cantaba, y era la hostia de funky. Un bluesman funky. Llevaba una vieja Kay. Sigue siendo capaz de tocar el blues así, como si nada.

       —¿Qué efecto te producían las anfetaminas?

       —Me mantenían despierto. Hacían que quisiera a todo el mundo. Me plantaba frente al espejo y me ponía contento solo con mirarme. Inhalábamos nitrito de amilo, pero yo lo hice poco tiempo. No mola.

       —A Comrie le dio la impresión cuando fue a verte a tu apartamento de que había alguna movida de la que no estaba al tanto.

      —Je, je. ¿Cuando vino al piso de los Mynah Birds? Ah, ya. ¡Vaya tela! Estoy seguro de que había varias movidas de las que ni yo estaba al tanto.

      A su regreso a Toronto tras el fracaso de los Mynah Birds, Young mataba el tiempo jugando a las damas con Palmer en el Cellar, un café situado en un sótano, que abría toda la noche y estaba regentado por un puñado de hipsters. Según Comrie Smith, era «el típico antro inmundo de Yorkville». La que llevaba la batuta en aquella pandilla era Tannis Neiman, una escuálida cantante folk con el pelo negro, que era mitad india Cree y, por lo visto, toda de armas tomar. «Menuda maniática», comentaba Janine Hollinghead, otra de las que dirigía aquel garito junto con Neiman y la artista Beverly Davies.

      A veces Young actuaba en el club en solitario y solía lucir un look más bien mod: una elegante camisa blanca adornada con un enorme lunar rosa. Beverly Davies recuerda que tocaba un tema inolvidable titulado «It’s Leaves and It’s Grass and It’s Outta Your Class». Young vivió con Davies durante un tiempo en un apartamento de Avenue Road, a dos pasos del Webster’s, un restaurante y garito de moda que abría las veinticuatro horas.

      Alto, pálido y huraño —además de enigmático a muerte—, a los veinte años este lobo solitario lo tenía todo para llevar a las chicas de calle, pero a la mayoría de sus admiradoras enseguida les decepcionaba la aparente falta de interés de Young. «En aquella época Neil estaba rodeado de mujeres», comentaba Hollinghead. «Creo que tenía a las mujeres a sus pies allí por donde iba, y no sabía muy bien qué hacer, ni cómo llevar la situación; Beverly estaba enamorada de él, Judi también, Tannis tres cuartos de lo mismo… Neil parecía tener un imán para las mujeres, y sin embargo las repelía como loco.»

      Entretanto, el enorme e inevitable tirón cultural suscitado por los Beatles empezaba a generar unos extraños híbridos en Estados Unidos, donde la tropa marginal de folkies y jugbands aderezaba el ritmo de moda con una pizca de conciencia social y unos granitos de poesía. A mediados de 1965, adolescentes y universitarios estaban ya más que entregados a este fenómeno y de la noche a la mañana parecieron alcanzar el éxito multitudinario grupos como The Lovin’ Spoonful o The Mamas and the Papas; a la cabeza de todos ellos estaban los Byrds de Los Ángeles. «Los Byrds fueron los que empezaron a “salirse del tiesto”», comentaba el crítico musical Richard Meltzer. «Todo giraba en torno a las drogas. Era música para fumar petas.» «De los Byrds», diría Young años después, «aprendí a cómo ser guay.»

      Dylan subió el listón con los alaridos caóticos de «Like a Rolling Stone». Grabado en Nueva York por azares del destino con una banda de colgados que llevaban una semana sin dormir y tenían delante la oportunidad de sus vidas, es, sin lugar a dudas, uno de los discos más catárticos que jamás haya visto la luz. Echaba por tierra el límite de tres minutos —duraba el doble— y fue el primer top ten para Dylan, alcanzando el número dos a finales de agosto; también suscitó los abucheos de los folkies más puristas el 25 de julio en el Newport Folk Festival. Pero ni siquiera la petulancia de los tradicionalistas pudo detener el inminente tsunami. «Para el año 65, ya se cocía algo», afirmaba Meltzer. «Era algo enorme; un fenómeno cultural universal.»

      Young