Dijo: «Se acabó, hay que empezar la vida desde cero».
Y ya al segundo día se dio cuenta: empezar la vida desde cero es imposible. Hay demasiado andado.
Entonces decidió: hay que darle una nueva estructura.
A la vida.
Y decidió empezar la reestructura por Abuela Amigorena.
—Esto no puede seguir así —dice Mamá Nora.
—Esto no puede seguir así —dice Mamá Nora—. Esto tiene que acabar. Es imposible vivir entre tanto humo.
—Gatos… —murmura Abuela Amigorena mientras apoya un cigarrillo humeante en el borde del cenicero de cristal—. Perros —murmura, mirando a Mamá Nora con sus ojos verdes y amenazantes—. Qué tristeza —dice, y se marcha a su cuarto arrastrando los pies.
***
Don Pedrini no debería haber viajado a China, dice el padre Ripa.
Sino a Paraguay.
Es una idea que Castiglione oye por primera vez.
Allí lo necesitaban más, dice el padre Ripa.
Puede que sea cierto, pero el mismo don Pedrini se negó a ir a Paraguay, y nadie podía obligarlo.
Él no era jesuita.
Y viajó a China por propia voluntad.
Castiglione tiene un par de cosas que decir.
Sobre don Pedrini.
El padre Ripa dice que hay que evitar todo tipo de blasfemias, calumnias y habladurías.
***
Como un cadáver al que puedes girar en cualquier dirección, piensa Castiglione.
El padre Ripa es solo seis años mayor que él.
Y los dos se sientan en el mismo banco.
Sin embargo, más de un escalón los separa.
No existe la igualdad entre los jesuitas.
Solo una jerarquía militar.
Y el subordinado debe mirar a su superior como se mira a Dios.
Y obedecerlo «como un cadáver al que puedes girar en cualquier dirección».
***
El padre Ripa acabó en el banco de decoradores de porcelana por culpa de la verdad o de la tozudez.
Eso ya es según cómo desee verlo cada cual.
Y Giuseppe Castiglione acabó en el banco del taller de pintores de porcelana solo por culpa de los dominicos.
El cuarto emperador Qing no le hizo preguntas sobre címbalos ni sobre perspectiva.
Castiglione acabó en el banco de decoradores de porcelana solo por no llegar a tiempo.
Claro que también podría decirse que viajando de Portugal a Cantón o a Macao es imposible llegar a tiempo.
En ocasiones, la travesía dura casi un año.
La mitad de los mejores marineros de Cristo muere antes de arribar nunca a Cantón.
El barco naufraga o lo atacan los piratas.
Por alguna causa, los piratas chinos piensan que los jesuitas tienen mucho dinero.
Los piratas secuestran el barco y al principio piden un rescate.
La mayor parte de las veces, no se lo dan.
Eso se llama sacrificio.
Algunos jesuitas mueren después de llegar a las costas chinas.
De escorbuto o de alguna enfermedad crónica.
Eso también se llama sacrificio.
A la Misión en China solo parten los mejores, los más cultos y con mayor talento para las lenguas extranjeras.
Un grupo de elegidos.
No existe ninguna otra organización que controle la admisión de nuevos miembros con tanto cuidado como la Compañía de Jesús.
Las normas ya las determinó Ignacio.
Solo son aptos los sanos, fuertes, de físico atractivo e intelecto agudo.
De carácter tranquilo, pero a la vez enérgicos.
La riqueza y el origen no son condición indispensable.
Pero siempre serían una excelente recomendación.
A las misiones solo parten los mejores.
Y solo llegan los que tienen suerte.
Castiglione llegó a Macao felizmente vivo.
Pero no a tiempo.
Llegó justo después de que el anciano cuarto emperador de la dinastía Qing conociera la bula papal.
Si no hubiera sido por las quejas de los dominicos, no habría habido bula papal, y nada habría ofendido al anciano cuarto emperador.
Y el padre Castiglione no habría tenido que sentarse a pintar melocotones en platos y cuencos.
Pero cuando Castiglione llegó, la bula ya había sido proclamada oficialmente.
El anciano cuarto emperador Qing se opuso a ella y anunció: «Queda prohibido el catolicismo en China, y todos los misioneros occidentales, excepto aquellos hábiles en la ciencia o en la técnica, o aquellos demasiado ancianos para regresar a casa, han de partir rumbo a occidente».
Doscientos años de trabajo de la Misión jesuita en vano.
Diez años de esfuerzos del padre Ripa, también.
Durante ese tiempo la barba del padre Ripa se alargó y encaneció.
El padre Ripa asegura que llegó a China recién afeitado.
A pesar de los cambios, tanto el padre Ripa como Castiglione continúan en China.
Lo que significa que no todo está perdido en esta China.
Mientras pinta melocotones, el padre Ripa sigue repitiendo: ellos son combatientes.
Están allí con un cometido especial, ahora a la espera del momento adecuado.
El comienzo de la batalla, dice el padre Ripa mientras pinta hojas.
Han de estar preparados para atacar en todo momento.
Por la Iglesia.
Es cierto que no todo está perdido.
Al fin y al cabo, los chinos no los han acuchillado.
En mil seiscientos pedacitos, dice el padre Ripa.
Como a otros cuantos. Jesuitas como ellos.
Sin ninguna prisa.
Dos jesuitas aún pueden.
Aún pueden medir: cuántas fuerzas les quedan.
Y qué tipo de fuerzas son esas.
Tantas como se les permite en la Ciudad Prohibida.
Aunque a ambos empieza ya a fallarles el entusiasmo…
Y esas mismas fuerzas.
Para ver en todos esos cambios y desgracias…
algo verdaderamente positivo.
El padre Ripa repite: en el mundo no faltan países.
De los que se expulsó a los jesuitas.
Los expulsaron de Venecia y de Francia.
Pero, ¿acaso no los permitieron regresar más tarde?
Incluso a aquellos