Que Él solo te abandonó para probarte…
Pero serás consolado.
Siempre que luches con todas tus fuerzas contra esa sensación de abandono, dice el padre Ripa.
Si rezas, reflexionas, pones a prueba tu conciencia y te entregas de corazón a la penitencia.
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Hay tres razones, dice el padre Ripa.
Hay tres razones por las que nos sentimos abandonados, dice el padre Ripa.
La primera es nuestro castigo.
Porque llevamos a cabo nuestros ejercicios espirituales con pereza, con desidia y sin pasión.
Y entonces es solo por nuestra culpa que se aleja de nosotros el consuelo espiritual.
La segunda razón, dice el padre Ripa, es la Prueba.
Porque Él —el padre Ripa señala el cielo con el dedo—, Él quiere que pongamos a prueba nuestras fuerzas.
Cuánto valemos y lo lejos que somos capaces de llegar sirviéndole y glorificándolo, sin ninguna ayuda, ni consuelo ni bendición.
Y la tercera razón, dice el padre Ripa, es la Enseñanza.
A través de ella recibimos el conocimiento exacto y verdadero.
El conocimiento y la sabiduría interior para reconocer lo que no está en nuestras manos, dice el padre Ripa.
En China no hay libros sobre las enseñanzas de Ignacio de Loyola, por eso el padre Ripa intenta transmitirlas de viva voz.
Las palabras del padre Ripa deberían disipar las dudas de Castiglione.
Deberían.
Pero Castiglione todavía duda de su disposición espiritual.
¿Acaso, una vez regrese a Europa, preferiría Castiglione tomar el hábito de los cartujos?, pregunta el padre Ripa.
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El anciano cuarto emperador de la dinastía Qing encuentra vacías las teorías occidentales y hace ya tiempo que está aburrido de ellas. Sin embargo, siente aún un vivo interés por los logros de Occidente en el campo de la anatomía.
En especial le interesan los venenos y las medicinas occidentales.
Y tiene muchas ganas de probarlos de manera práctica.
Por desgracia, regalarle medicinas al emperador está terminantemente prohibido por los mandarines.
El interés del anciano cuarto emperador por la medicina se habría convertido en un nuevo paso hacia el fortalecimiento de sus relaciones con Occidente.
Si no hubiera sido por esos dominicos.
Si por todos los fracasos de los jesuitas en China hubiera que condenar a un solo culpable, sería probablemente ese español.
El dominico Domingo Fernández Navarrete.
Se negó a discutir con los jesuitas sobre «ritos chinos», abandonó su misión, regresó a Europa y escribió un tratado sobre China y sus costumbres.
El padre Castiglione no ha leído el libro, solo ha oído hablar de él, pero se imagina muy bien qué será lo que describe y de qué manera.
El padre Ripa no deja de repetir: el anciano cuarto emperador era ya casi un católico.
Una vez disertaron incluso sobre el sacramento de la confesión.
Y el mayor sueño del padre Ripa. No solo el suyo, sino el de todos: el de los jesuitas franceses y el de los jesuitas no franceses, y hasta de quienes no son jesuitas.
El sueño de todos: que el emperador dé su permiso para educar a su hijo.
Al futuro emperador.
Y si no hubiera sido por esos dominicos, si no hubiera sido por ese Domingo Fernández Navarrete…
Los dominicos están convencidos: a los chinos solo se les puede transmitir la fe por el correcto camino dominico.
Y la transmisión de la fe en China tiene que ser exactamente igual que en Europa.
Sin interpretaciones.
Ni desviaciones.
De lo que también están convencidos los dominicos: los jesuitas transmiten la fe en sus misiones —en China y en cualquier otra parte— de forma incorrecta.
Incorrecta hasta un punto imperdonable.
Los jesuitas ceden ante los chinos hasta un punto imperdonable, creando una especie de religión común sino cristiana.
El padre Ripa dice: problemas con los dominicos los ha habido desde siempre.
Hay que verlos como los ven en España.
¿Y cómo los ven en España?, pregunta Castiglione.
Como enemigos, dice el padre Ripa.
No como competidores, sino como enemigos.
Así que los dominicos denunciaron al anciano emperador y a la Misión jesuita ante el papa.
Denunciaron que los jesuitas permitían a los chinos honrar a sus antepasados.
Junto a los ritos católicos.
Visitar tumbas de antepasados…
Celebrar fiestas confucionistas junto a fiestas católicas.
Esos dominicos se inmiscuyen en todas partes con su censura.
Ni siquiera se esfuerzan por mostrar interés por las costumbres chinas.
No entienden que la fe de Cristo solo llegará a los chinos tirando petardos durante la oración, dice el padre Ripa.
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Un jesuita es como un apóstol, dice el padre Ripa.
Tiene que serlo todo para todos, con el fin de conquistar el corazón de todos, dice el padre Ripa.
¿Ignacio?, pregunta Castiglione.
Primera carta a los corintios, dice el padre Ripa.
¿Primera carta a los corintios?, pregunta Castiglione.
Sus propias palabras, dice el padre Ripa.
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Y don Pedrini…, dice el padre Ripa.
No todo lo que dice el padre Ripa sobre don Pedrini es cierto.
Al padre Ripa no le gusta demasiado el padre Teodorico Pedrini.
Y no solo a él.
Tampoco a los otros.
Tampoco a los otros jesuitas.
Para empezar, porque el padre Teodorico Pedrini no es jesuita.
Es un padre paúl.
Y aunque los padres paúles siguen a los jesuitas en todo, tal vez por eso precisamente sea que no les gustan a los jesuitas.
La segunda razón es que el padre Teodorico Pedrini hizo amistad desde el principio con el anciano emperador de la dinastía Qing.
Mientras que los otros le sirven sin más o trabajan para él.
Y con la amistad del emperador solo pueden soñar.
El padre Teodorico Pedrini imparte incluso sus enseñanzas al hijo del emperador.
Cierto que solo le enseña a tocar el clavicordio.
Pero eso no es lo peor.
Lo peor es que Teodorico Pedrini escribe personalmente cartas a Roma.
Escribe y recibe respuestas.
Fue el primero en conocer la decisión del papa de prohibir las costumbres chinas en China, el primero en hablar